LETRAS LIBERTARIAS
Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)
Con un poco más del 51 por ciento de los votos, el electorado se inclinó por la figura de Xiomara Castro de Zelaya en las elecciones del pasado noviembre, más por venganza contra el Partido Nacional que por simpatías o por militancia con el partido Libertad y Refundación. La razón medular del triunfo debemos ubicarla en el repudio casi unánime hacia la figura de Juan Orlando Hernández, por haber cometido el error de violar la Constitución, personalizar el control de los poderes e instituciones electorales, y ganar las elecciones del 2017 en medio de una atmósfera sospechosamente fraudulenta. El rechazo -y atención con esto-, es una prueba irrefutable de que los hondureños, a pesar de la escasa cultura formativa en cuestiones políticas, no tolera las traiciones ni las pifias de los políticos cuando estos cometen los desenfrenos a la luz del día; un elemento que no deben perder de vista los políticos tradicionales, incluyendo a los del actual gobierno.
La animadversión contra JOH se convirtió en un fenómeno que habría despertado la curiosidad inquisitiva de Freud o de Gustave Le Bond, a quienes los comportamientos irracionales de las masas ocupaban un espacio esencial en sus escritos. El odio alimentado desde las redes sociales dio paso a una exacerbación generalizada que nadie -aparte de la selección nacional cuando era bien dirigida-, había podido despertar en ese público hambriento de espectáculos y ansioso por ver subir al cadalso a los delincuentes de altos vuelos. Con un sentimiento tan extendido, los votantes se las cobraron con el Partido Nacional y dieron vía libre a los de Libre.
Pero las gentes no votaron por socialismos ni refundaciones, porque las entelequias siempre nos han resultado extrañas, y como tales, dignas de desconfianza. Tampoco votó por los salvadores de la corruptela cuyos líderes hicieron “las del pato”, y prefirieron bajarse del barco de la esperanza influidos por los presentimientos de derrota que les revelaron las artificiosas encuestas y los malos consejos de quienes se aprovecharon del infantilismo político de Nasralla. En el menú electoral, Libre era lo único regular que había, a pesar de la retahíla de partidos por los que nadie se hubiese atrevido a dar un cinco. Debemos decirlo, las masas votaron por el “borrón y cuenta nueva” de la política nacional.
Pero hay que llamar la atención del gobierno, sobre todo para advertirle que el triunfo, si bien ha despertado en los ciudadanos el deseo vehemente por ver cosas novedosas, estas se han limitado al espectáculo jacobino de las persecuciones y las venganzas contra funcionarios del antiguo régimen, y a las disparatadas propuestas del Legislativo. Es una mala inversión en términos políticos. En poco menos de cien días, la desilusión se ha apoderado del público por diversas razones, entre ellas, la ilicitud de la presidencia del Congreso, la promoción de las consuetudinarias huelgas, las malas señales hacia los inversionistas extranjeros y el comportamiento hostil de ciertos grupillos que se arremolinan en los portones de las instituciones del Estado con más pintas de agitadores que de otra cosa. Si a ello le sumamos la anarquía en el sistema de salud, la cosa se vuelve muy inquietante desde el punto de vista social.
Desde luego que, al llegar al poder, la mesura de los líderes se diluye ante la fastuosidad del palacio; los intereses de equipo se entremezclan con los objetivos individuales y los mandatos se interpretan de acuerdo con los intereses personales de los mandos intermedios. Cuando explotan los escándalos, la respuesta de los jefes máximos casi siempre es la misma con la que salían Stalin y Fidel, que ellos no sabían nada de lo que hacía su gente.
Por eso hay que recordarles a los políticos de Libre y a quienes se acogen bajo la enseña rojinegra que el poder no es eterno y que el hondureño -a diferencia de los salvadoreños y nicaragüenses que se han dejado meter los goles por la “cocina”-, no perdona las infidelidades en política, Lo de JOH es el mejor ejemplo.
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