LOS lugares comunes o trillados sobre el “Día Internacional de los Trabajadores”, se han vuelto abundantes y muchas veces redundantes. Sin embargo, vale la pena tomar en cuenta una fecha histórica en que los trabajadores de casi todo el mundo desfilan por las calles con el objeto de levantar consignas reivindicativas y recordar el sacrificio de los mártires de Chicago y de muchos otros mártires. En las marchas se mezclan consignas de diferente índole y tendencia. Algunas pancartas responden a las verdaderas necesidades inmediatas de los trabajadores y del pueblo en general. Otras consignas son políticas o eminentemente ideológicas, como fuera de contexto.
Cuando se habla de los trabajadores, en tiempos modernos y posmodernos, conviene destacar que se incluye a los obreros, campesinos, vendedores de servicios, secretarias, campeños, micronegociantes y profesionistas de clase media, tanto del sector privado como de las instancias públicas. Es más, desde hace varias décadas se han sumado a las marchas representantes de los movimientos estudiantiles, sobre todo de los colegios estatales de secundaria. Y más recientemente los ambientalistas. En Honduras, algunos políticos últimamente les ha dado por hacerse pasar por “trabajadores”.
En los años que corren, el concepto “Día Internacional de los Trabajadores” debiera ser ampliado, también, como “Día Internacional de los Desempleados”, habida cuenta que son millones de personas proletarizadas que deambulan, en cada país, buscando trabajo o moviéndose en los tristes márgenes del desempleo, sobre todo en el contexto de la pandemia, de la violencia extrema, de los siniestros naturales, de las migraciones y de otras calamidades humanas puestas en perspectiva.
Los desempleados, por ahora, no tienen nada que conmemorar ni mucho menos algo que festejar. Su lucha por sobrevivir con sus familias, es permanente. Lo vemos, de modo predominante, en los segmentos que trabajan sólo tres o cuatro meses durante todo el año, en las plantaciones azucareras y de café. También lo percibimos, a simple vista, en los vendedores ambulantes que revenden chucherías y artesanías en las aceras de las ciudades y en los bordes de las carreteras. Los vendedores ambulantes, por ejemplo, subsisten con los préstamos, cuyos altos intereses y pequeños capitales deben pagar a diario (o semanalmente) a sus prestamistas individuales, quienes a su vez cumplen una misión al realizar acciones propias de la intermediación financiera. De lo contrario resulta muy difícil que alguien les preste dinero sin papeleos y otros trámites engorrosos. Así que, al observar este fenómeno de la vida real de los países pobres, debemos comprenderlo, antes que juzgarlo. Se trata más bien del mercado de “lo minúsculo”, como lo llaman en México. O del “sector informal de la economía”, como le llaman algunos economistas.
A propósito, hace más de veinte años vino a Honduras un equipo de investigadores a realizar un estudio sobre los activos adormecidos que manejan los vendedores ambulantes y los dueños de chozas y minifundios en los caminos y carreteras de nuestro país. Una de las tantas conclusiones de aquel equipo de economistas y sociólogos, es que los micronegociantes hondureños se topan con demasiados obstáculos administrativos, tanto en el gobierno central como en las municipalidades, al momento de pretender inscribir una simple pulpería o un taller de costura. No digamos una empresita de término medio. Luego viene el laberíntico tema del pago de impuestos, en un país hasta donde los escritores tienen que pagar por publicar un libro, en vez de recibir incentivos del Estado y del gobierno de que se trate, habida cuenta de la escasez de verdadera producción intelectual. Con todas estas consideraciones es pertinente que los desempleados y micronegociantes sean incluidos y felicitados en el “Día Internacional del Trabajo”.
