¿Y EL DÍA DE LOS DESOCUPADOS?

ZV
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2 de mayo de 2022
/
12:55 am
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¿Y EL DÍA DE LOS DESOCUPADOS?

SI el primero de mayo fue el Día Internacional del Trabajo, debiesen buscar otro día especial –y darlo de feriado– para que reclamen los desocupados. Más allá de los letreros, de lo escrito en las pancartas de los sindicalistas, la crisis más aguda la padecen las familias cuya cabeza de hogar no tiene trabajo. Como decíamos ayer, el desempleo es una tortura. Quien no haya pasado por esta desdicha –que a la vez afecta el estado anímico y la salud mental de las personas– desconoce la pena que entraña no poder generar un ingreso básico para la manutención. La amargura de no contar con un salario digno que permita sostener un hogar. Pero como el desempleo no tiene voz, no se manifiesta, no grita como bloque, no presiona en forma de protesta colectiva, no pasa de ser una cifra. Sí, un número escalofriante –dado en porcentajes– pero solo un guarismo más de lo mal que está el país. Un dato que a nadie, más que al que se ha quedado sin trabajo, pareciera perturbar.

¿Quién habla por los desocupados? ¿Quién los representa? Son una fuerza decisiva, si se suma cuantos son. Pero tan dispersa, sin organización formal –cada cual tragando su desconsuelo en forma individual– que su queja, sorda, sin proyección o resonancia que produzca eco, pareciera no tener impacto alguno. Mientras los gobiernos continúan esperanzados a milagrosas soluciones a la desocupación, la gente desesperada, por falta de trabajos, sigue en la “rebusca”. En la rebusca de algún módico ingreso de subsistencia. ¿Cuántos han vendido, a precio de gallo muerto, bienes, propiedades, viviendas, vehículos, en fin, lo poco que les quedaba? ¿Cuántos compatriotas ya consumieron los ahorros de toda una vida? ¿Hasta dónde ajustaron las prestaciones a los que salieron en los recortes en los momentos álgidos de la pandemia? Y como sigue vigente el mismo sistema disfuncional de siempre, sin incentivos de rehabilitación, no hay, ni va a haber a corto plazo, recuperación del sector productivo. Por si lo olvidaron, son estas golpeadas empresas las que generan las fuentes de empleo. Así que la gente, en una grosera lucha inhumana por sobrevivir, sigue aquí en la rebusca. Pero cuando no encuentra, porque todos se dedican a lo mismo –a vender comida y a comerciar chucherías– agarra para otro lado a rebuscarse. ¿Supieron que las autoridades mexicanas desarmaron la sexta caravana de migrantes; la tercera esta semana que partió de la ciudad fronteriza de Tapachula? Quién sabe. Ya se acostumbraron aquí que nadie se mosquea por compatriotas afligidos que salen todos los días porque irse es lo único que ven como solución a su terrible pesadilla. Lo que llena los espacios del debate político y mediático es el cultivo del cannabis no las caravanas.

Pero hay otra circunstancia que se está dando –decíamos en otro editorial–igualmente perturbadora. Ello es la migración de otro nivel social de hondureños. Entre ellos profesionales, técnicos, personas preparadas que tienen un buen trabajo y devengan un buen salario. ¿Cuál será ese motivo poderoso que los induce a dejar un trabajo seguro y bien remunerado para separarse de su tierra natal y de sus familias? No hay una sola razón, sino varias. Sin embargo, alguna influencia ha de tener en el estado anímico de muchos esta atmósfera hostil, tóxica, pesada, irritable; efecto nocivo de tanto odio instigado a la sociedad. Contribuye, además, la perniciosa percepción que se alimenta –en nuestro criterio inmerecida– de un país desguañangado y sin futuro. Esa sensación de poco orgullo, de baja autoestima, –de embeleso a lo ajeno y desconfianza del talento y de las capacidades propias– es enfermiza. Pero no tiene arreglo con medidas materiales. (Requiere más de terapia colectiva –previene el Sisimite– que de otra cosa. Que ayude a cambiar los malos hábitos, y a reencauzar actitudes y comportamientos). A lo anterior este fue el comentario de un lector: “Independientemente del estrato socioeconómico, 6-7 de cada 10 jóvenes se quieren ir del país por falta de oportunidades”. “Mi familia es un ejemplo: 2 de mis 3 hijos están trabajando, bien remunerados en EUA, y no les interesa regresar”. “Y así como la mía, hay centenares de familias de clase media y media alta que viven una situación similar”. “Las familias se están desintegrando”. Y de otro lector: “Me sumo a la estadística”. “A mí me tocó también”. De 3 hijas, las 3 en EUA, ¡después de graduarse!”.

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