Oficio de escritor

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6 de mayo de 2022
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Oficio de escritor

(3/3)

CONTRACORRIENTE
Por: Juan Ramón Martínez

En la década de los ochenta del siglo XX, Honduras regresó al sistema democrático. La soberanía popular, volvió al pueblo; y, los militares que la habían asumido, regresaron a sus cuarteles. Sin embargo, representó dos riesgos inmensos: la instrumentalización de la nación por parte de los Estados Unidos que usó a Honduras como una frontera sanitaria para impedir la expansión de la revolución sandinistas y los riesgos del ejercicio de la libertad de las personas, los grupos y los partidos. Lo que comprometió la defensa de los derechos humanos. Los militares apoyaron a la contrarrevolución nicaragüense; respaldaron en el campo de batalla a los militares salvadoreños y los ciudadanos, defendimos el derecho a disentir -en diferentes grados- y a defender el derecho a la libertad. El 27 de abril de 1984, el departamento de Letras y Lenguas, de la Escuela Superior del Profesorado, le otorgó un diploma a Ramón Custodio, Andrés Pavón y Juan Ramón Martínez, por su lucha en favor de los derechos humanos. Pocos meses después, Pavón fue muerto a tiros en una tarde terrible, sin que, hasta ahora, se conozcan quiénes fueron sus asesinos. Una hora después, Francisco Villalobos, embajador de México en Honduras, me ofreció asilo político, diciéndome, con la brusquedad que permite la fraterna amistad: “el próximo muerto serás tú o Custodio”, concluyó. Los méritos para la amenaza personal, eran las críticas periodísticas en contra del uso del territorio nacional para agredir a Nicaragua y la implicación de las Fuerzas Armadas, en apoyo a los militares salvadoreños que nos habían agredido en 1969, en contra del pueblo que se había levantado en contra de la oligarquía cafetalera cuscatleca. Algunos compatriotas participaron en otras formas que, incluso se acercaron peligrosamente a la ilegalidad, en solidaridad humana, apoyando a los comandantes y combatientes heridos en la guerrilla cuscatleca y en el traslado de armamento de Nicaragua hacia El Salvador. En lo personal, creo que mi implicación más significativa, fue la denuncia de la matanza del Mozote, en que las tropas salvadoreñas atacaron a sus compatriotas que huían de sus transformados enemigos armados, mientras los hondureños uniformados, les impedían que encontraran en Honduras el refugio salvador. Fausto Milla, sacerdote que conocía de la matanza, me la informó. Con ese material, escribí un reportaje que por medio de ALA y su Revista Opiniones, hice del conocimiento del mundo. Ahora que la he leído, me emociona y hace sentirme orgulloso que, frente al mal, como me obliga mi formación católica, reaccioné en forma consecuente. Cuando acusaron al Cardenal Rodríguez de complicidad con este acto criminal o de crítica en contra del padre Milla, me comprometí que tenía que contar que fuera de la prudencia, característica de Rodríguez, la Iglesia Católica hondureña, respondió de acuerdo a lo que mandan los evangelios.

En la década de los ochenta, aunque la Iglesia Católica nos había quitado el apoyo que no les negaron a los italianos frente a la amenaza del Partido Comunista se tomara el poder en Italia, fuimos dejados solos por monseñor Héctor Santos. Es posible que la culpa haya sido nuestra, porque jóvenes y arrogantes, no pudimos entender que debíamos explicar que teníamos una propuesta de integración de la sociedad, que, si la hubiésemos aplicado, no tendríamos los problemas que enfrentamos. La teoría de la promoción popular, para resolver la marginación de las mayorías que deberían reintegrarse a la unidad, todavía tiene utilidad. El problema es que, las nuevas generaciones no las conocen y por ello, caen en la trampa de creer que, la única alternativa es el marxismo para vencer la pobreza que nos agobia, así como la marginación de las mayorías.

Una mirada hacia atrás, obliga a reconocer que lo que hicimos fue correcto. Que fallamos como humanos; pero que siempre quisimos lo mejor. Por lo que creemos que es el tiempo de reconciliarnos, del acuerdo y la decisión de avanzar, en la dirección correcta y todos, empujando con el mismo entusiasmo. El país no encontrará soluciones en la confrontación, sino que en la integración. En vez del odio, necesitamos la mutua comprensión, la discusión fraterna y los acuerdos honrados que permitan, sin egoísmos, diseñar un curso de acción que nos permita salir adelante. Sin caer en la tentación del continuismo, la reelección y la dictadura, como insinúan algunos, sin vergüenza alguna.

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