Don Toño “enamora” a la vida, al cumplir 100 años con salud y amor

ZV
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7 de mayo de 2022
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05:25 am
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Don Toño “enamora” a la vida, al cumplir 100 años con salud y amor

A sus 100 años, don Antonio se mantiene sano, lúcido y contento.

La memoria del “catracho”, Antonio Zelaya Sierra, a sus 100 años de edad, es una fascinante máquina del tiempo… Quienes conversan con él, de inmediato se transportan a la Honduras de las primeras décadas del siglo XX, tiempos maravillosos en los que el calor familiar y las notas de una guitarra eran suficientes para ser feliz.

Nació el 10 de mayo de 1921, en la zona fresca y boscosa de El Hatillo, Distrito Central, y creció contento junto a sus hermanos, endulzando la pobreza con la caña de azúcar que su padre cultivaba en la zona.

Don Antonio recuerda que “solo teníamos una mudada, no teníamos zapatos y muchas veces no había qué comer”.

“Nuestras cenas eran masticar la caña que cultivaba mi padre, cuando le daban alguna parcela de tierra para cultivar”, comenta el longevo hondureño.

Aunque sus padres cuidaban lujosas casonas de El Hatillo, no tenían una casa propia, hasta que “con los años le regalaron a mis padres un terreno en la aldea Las Pilitas”, a 4 kilómetros de El Hatillo.

En sus tiempos de juventud formó el Trío Hibueras, con sus amigos guitarristas, Luis García y Augusto Ramos.

LOS PRIMEROS ZAPATOS

La adolescencia de don Antonio transcurrió en los años 30, durante el gobierno de Tiburcio Carías Andino, época en la que surgieron las primeras radioemisoras en el país, entre estas HRN, que salió al aire en 1933, en donde años más tarde daría a conocer su talento para la música.

Expresa que “me calcé entre los 11 y 12 años, un amigo que trabajé para él, que se llamaba Felipe Lanza, me dijo: te voy a ir ahorrando poco a poco del pago para que comprés zapatos, en esa época estaban de moda unos que se llamaban mocasines, que costaban cinco búfalos…”.

Los búfalos que menciona el entrevistado eran las monedas plateadas de 10 centavos que los hondureños de la época relacionaban con las de cinco centavos estadounidenses, que en una de sus caras tenían un búfalo y que fueron traídas al país por las compañías bananeras.

“Era tanta la alegría, que cuando los compré me los puse inmediatamente y me pelaron, me hicieron llagas, así que me los quité, me los puse en el hombro y me fui a chuña”, relata con una carcajada.

El músico, en su juventud.

AMISTADES “DE ORO”

Estudió en la Escuela Manuel Bonilla de su comunidad y cursó hasta el tercer grado, lo que, según dice, “vendría siendo como toda la primaria y quién sabe si más, los maestros de antes amaban su profesión y enseñaban para la vida”.

Desde ese entonces, la música corría por las venas del “cipote”, quien le ponía “sabor” a los actos cívicos cantando boleros de la época.

“Yo siempre participaba en los actos de la escuela, la profesora siempre me decía: ¡Vaya Toñito, cante una canción”, cuenta con nostalgia.

Si bien, la pobreza le negó lujos, a su vez le permitió descubrir el tesoro de la amistad.

“Siempre hay gente buena y yo estoy muy agradecido con el señor Jesús Lanza y su madre, Dominga Valladares, en sí con toda la familia Lanza quienes me hicieron parte de la familia y me apoyaron bastante”, manifiesta el “catracho”.

“Apenas llegaba, doña Minga decía: ¡Pónganle de comer a Toño, que es como de la familia! Así me llevé con sus hijos Salvadora, Laura, Fausto, Francisco, Jesús y Concepción Lanza”.

Don Antonio no olvida la exquisita sazón de la comida de doña Minga, pero tampoco la vez en que su amigo Fausto quiso enseñarle el “salto de tijera”, para que aprendiera a montar caballo.

“Consistía poner las manos en el lomo del caballo y saltar, cayendo ensartado en el caballo… ¡Semejante cachimbazo que me pegué! y me pelé la espalda y las rodillas”, detalla entre carcajadas.

Con su primera esposa, Mercinda González, tuvo cinco hijos.

MÚSICA Y LADRILLOS

Cuando tenía 14 años, se fue a vivir a Tegucigalpa con sus tías, para aprender albañilería con expertos en el oficio. Le tocó dormir en el piso, sin embargo, ese sacrificio lo compensaba con la cantada que “me trajo gratos momentos”.

La pasión por la música lo llevó a formar el Trío Hibueras con los guitarristas Luis García y Augusto Ramos, contando con el patrocinio de una señora que vendía monturas para caballos, quien les pagaba “30 lempiras al mes, ¡Un dineral para nuestra época!”.

“Nosotros cantábamos en HRN, no me acuerdo cómo se llamaba el programa, solo sé que el locutor se llamaba Rodolfo Brevé Martínez. Allí cantaban también un señor que le decían don X, el Trío Los Catrachos y Napoleón Navarro, a quienes tuve el gusto de conocer”, afirma el artista.

Debido a la calidad de su trabajo como constructor, laboró por 21 años como maestro empírico de albañilería y luego de carpintería, en el Vocacional Honduras, hoy convertido en el Instituto Técnico Honduras.

Don Antonio Zelaya Sierra vive muy feliz junto a su esposa Teresa, sus hijos y sus nietos.

HOMBRE DE FAMILIA

Con los años, el amor tocó las puertas de su vida y conoció a Mercinda González, con quien se casó y tuvo cinco hijos: Carmen, Saúl, Óscar, José Antonio y Francisco, los dos últimos ya fallecidos.

“Fue una gran mujer, que supo cuidar de mí y de nuestros hijos”, afirma, al referirse a su primera esposa que pereció, dejándolo viudo.

Años después, la llama del amor volvió a encenderse en su corazón, al conocer a “Teresa Santos, quien tenía dos hijos pequeños, Alejandro y Hortencia. Tuvimos cuatro hijos: Rina, José Mario, Camelia y Oneyda”.

“Dios me bendijo con esta otra gran mujer, cariñosamente Tere, que ha estado conmigo siempre, en las buenas y en las malas. Si las pongo en una balanza, pesan lo mismo”, manifiesta don Antonio.

Satisfecho por la oportunidad de haber compartido las memorias de sus 100 años de edad con LA TRIBUNA, agradece a su “gran amigo, Óscar Lanza, un personaje muy especial para mí… por darme la oportunidad de contar un poco de mi historia”.

¿Cuál es la clave para vivir un siglo? Auxiliado por dos bordones, camina a pasos lentos y según dice, nunca se excedió a la hora de comer, consumía cinco tortillas por cada tiempo de comida, pero sobre todo, alimentó sus días con el amor de su familia y gratitud a Dios por tantas bendiciones.

28 NOVIAS Y PARRANDAS
Desde que Antonio Zelaya Sierra aprendió a tocar la guitarra, a los 15 años, esta fue su “arma” para conquistar a las 28 novias que tuvo, entre ellas, una linda “jovencita” de familia adinerada con quien se iba a casar, pero cuya familia lo rechazó por ser pobre.

Fue ahijado de don Óscar A. Flores, fundador de LA TRIBUNA, y parrandero hasta los 50 años, pero según cuenta, solo bebía aguardiente cuando cantaba con su trío en la radioemisora HRN, ya que se echaba un “traguito” al entrar al programa y otro al salir.

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