Moral y Cívica

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10 de mayo de 2022
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12:54 am
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Moral y Cívica

Guillermo Fiallos A.

Hace varios años atrás, cuando éramos estudiantes del nivel conocido como Ciclo Común de Cultura General, nos tocó cursar la asignatura titulada Educación Moral y Cívica. Recordamos que al igual que muchos de los compañeros de aquellas inolvidables épocas, al principio no le dimos la importancia debida a la misma; sin embargo, el maestro que la impartía, tornó la simplicidad -para nosotros- de una clase más, en una cátedra brillante que aún sigue decidiendo en nuestra frontera entre lo correcto e incorrecto.

El profesor fue el licenciado César Augusto Paz, un señor admirable que practicaba lo que enseñaba. Con una facilidad de palabra y una inteligencia emocional capaz de captar la mente de los adolescentes que tenía enfrente, nos inculcó: valores, civismo, conciencia social, estima personal y procuró insertarnos, exitosamente en la sociedad.

Ahora, cuando los vientos han arrancado bastantes hojas del calendario en el devenir de la vida, rememoramos con suma nostalgia y, sobre todo, con inagotable agradecimiento, las invaluables enseñanzas del profesor Paz. Esa clase fue crucial para nuestra generación, pues aprendimos a crecer con responsabilidad, sabiendo que teníamos derechos pero que, asimismo, debíamos cumplir con deberes.

Desde luego, traíamos una base del hogar, en el cual, nuestros padres nos brindaron las primeras instrucciones para convertirnos en ciudadanos útiles a la comunidad, pero la asignatura Educación Moral y Cívica fue crucial para que, junto a la mayoría de compañeros de aula, nos convirtiéramos en hombres que no crecieron con la mentalidad de qué puede hacer la sociedad por nosotros, sino, qué podemos hacer nosotros por la sociedad.
En estos tiempos grises, de nubarrones negros y asechanzas de todo tipo que estamos experimentando, se siente la necesidad de volver a retomar esa materia que ha sido excluida del plan de estudios contemporáneo. Con esto no pretendemos afirmar que, al recibirla los muchachos actuales, se van erradicar todos los problemas y el estado de anarquía en el que vivimos; no obstante, algunas circunstancias mejorarían.

La generación de este milenio está sedienta de cambios que le beneficien y, particularmente, siente el vacío del espíritu y el anhelo de las entrañas por conocer el lado bueno de la vida y que no todo es violencia, imposición, corrupción, desaliento e impunidad.

Con la clase de Educación Moral y Cívica insertada en el pensum académico, se oxigenará un poco la mente y la conciencia de esta juventud, que ha idolatrado el consumismo, la vida fácil ausente de sacrificio, que no sabe dónde comienza la frontera entre el respeto y el irrespeto, y que se ha visto envuelta en una vorágine de tecnología y antivalores.

Por supuesto, lo anterior no es culpa de los jóvenes de este 2022, sino, de los adultos que no les hemos proporcionado un mundo más humano y menos contaminado que el presente. Ellos han vivido en medio de la jungla de concreto y cemento o en la miseria de los campos, sin mínimas respuestas a sus inquietudes y necesidades.

Con esta antigua asignatura llevada al estudiantado de hoy, no es que por arte de magia van a terminar todos los infortunios en el país, ni que va a transformar al pecador en santo; pero al menos le estaremos enseñando a estos muchachos cómo conducirse en sociedad, la cual espera que ellos sigan por el camino del bien, de la solidaridad y del respeto a la ley y a la vida humana.

Estamos seguros que, así como en el pasado, en el presente las enseñanzas que se puedan esparcir a través de esta clase, van impactar más a algunos y menos a otros. Lo importante es realizar el esfuerzo para llevar alimento intangible y valores a la existencia de esta generación.

La asignatura de Educación Moral y Cívica -con las adaptaciones a las nuevas realidades-, debe ser un compromiso por hacerse realidad dentro del sistema educativo del siglo XXI. Ya el panorama es demasiado sombrío para los muchachos; por tanto, debemos esforzarnos por brindarles a las “generaciones de ahora”, como apunta la Constitución Gaudium et spes (Gozo y esperanza) del Concilio Vaticano II: “razones para vivir y razones para esperar”.

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