LO SALVABLE

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19 de mayo de 2022
/
12:32 am
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LO SALVABLE

SOBRE la publicación en este espacio el día de ayer, relativo a la supuesta implementación de un “nuevo sistema educativo japonés”, dijimos que un amigo lector –y además columnista en uno de los diarios nacionales– fue quien nos mandó el citado contenido. Dada la procedencia, –por lo general adecuadamente documentado– no nos dimos a la tarea de constatar la fidelidad del asunto. Ahora que –de una acuciosa lectora– recibimos otro artículo desvirtuando el supuesto “cambio revolucionario”, atribuyendo la circulación compartida por cientos de usuarios a Facebook –independientemente de cuál sea la versión correcta– solo confirma el punto esencial sostenido en esta columna de opinión. Ello es, no fiarse de lo que riegan por las redes sociales. Sin embargo, lo anterior no quita a que cualesquiera que sea el método de enseñanza en países desarrollados, lo cierto es que en todos lados se están percatando que los sistemas académicos están desfasados.

No responden a las nuevas realidades de este mundo globalizado e interconectado donde la competencia –tanto por la excelencia, como en materia de avances y de uso inteligente de la ciencia y la tecnología, de preparación, de metodología, de capacidad de adaptación ante los vertiginosos cambios que se suceden– cada día es mayor. Expertos –citados anteriormente– sostienen que incluso la enseñanza impartida en los Estados Unidos, los métodos de aprendizaje, la preparación de los maestros, ha sufrido un descenso de nivel relativo a lo que brindan sociedades orientales y europeas. La automatización es un gigantesco reto del presente. Pero además debe inquietar que las tareas confiadas a la propiedad cognoscitiva de las personas hoy se vean desplazadas en la medida que irrumpe en el escenario la Inteligencia Artificial. Dicho lo anterior, lo rescatable de todo esto es lo que sin duda ocurre en el patio doméstico: Ni hablar de la calidad del obsoleto sistema educativo hondureño que educa para un mercado años luz de atraso contrastado con lo de afuera; y para “un mundo que ya no existe”. Si hasta eso, suponer que educa, es un eufemismo. Pero hay otra realidad que no debe echarse al cesto de la basura. ¿Quiénes integran la actual generación? ¿Muchachos –incluyendo una buena parte de los adultos– capturados por el poder hipnótico que sobre ellos ejercen las redes sociales? ¿Cuántos de ellos robotizados y desgraciadamente desinformados –a gusto con el manejo superficial de las cosas hasta donde lo permita la ignorancia– más metidos a los chismes y a la frivolidad que a la lectura de algo provechoso o el estudio de algo productivo?

¿Chicos y adultos que hablan en un lenguaje macheteado y al escribir, cuando escriben, lo hacen con pésima ortografía? En los “chats” conviven prescindiendo del alfabeto y el uso de las palabras. El abecedario ha sido sustituido por símbolos, stickers, emojis y pichingos, –como figuras de comunicación y transmisión de estados de ánimo– en una deplorable regresión a la edad de piedra. (Para acortar la distancia –del rezago que se sufre– con sociedades más avanzadas, y no perder la esperanza de romper la condena tercermundista –como diría el Sisimite– el país tiene desafíos prioritarios, casi imposibles: Generar trabajos para evitar la fuga del capital humano a otro lado; y reentrenar urgentemente a la fuerza laboral acorde a las necesidades del mercado. Educar como Dios manda, reformulando, de pies a cabeza, el obsoleto sistema educativo y los anquilosados currículos académicos. Acoplarlos al mundo de hoy de manera que posibiliten al país ser siquiera moderadamente competitivo en los mercados regionales. Y lograr que los zombis de las burbujas se desprendan de su somnífera adicción).

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