Breve repaso a la vida y obra de Víctor Meza

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20 de mayo de 2022
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12:05 am
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Breve repaso a la vida y obra de Víctor Meza

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

La muerte -inevitable borrón de la vida- no termina de aceptarse y con frecuencia renegamos de ella, aunque para un inmenso número de seres humanos sírveles de consuelo y esperanza el sueño de una arcadia gratuita e inmutable, sita en el más allá. Ese renegar de la muerte es harto subjetivo, al ver que carga en su barcaza a parientes y amigos, que corta la inocente existencia de un recién nacido, de una niña en ciernes o, con súbito golpe, triza cuerpos en bélicas acciones, oleajes pandémicos, accidentes masivos o en destrozos telúricos.

Lo cierto es que ese “viaje sin retorno”, nos deja cada vez más desolados y abatidos; cuando en retrospectiva oteamos tantos afectos idos, en mediatas y frescas fechas: Clementina Suárez, Trinidad y Abraham Valladares, Medardo Mejía, Roberto y Filánder Díaz Chávez, Rolando Valerio, Carlos Villar, Roberto Sosa, Oscar Acosta, Pompeyo del Valle, Rigoberto Paredes, Rafael Rivera, Ramón Oquelí, Flor de María Castillo, Marcos Carías, José Adán Castelar, Virginia Figueroa, Dagoberto Espinoza Murra, Miguel R. Ortega, Walter López…, y, en las últimas horas, Víctor Meza.

Sobre la trayectoria política y el haber poligráfico de Víctor, hay tanto que escribir como páginas posee un libro de holgado grosor, abundante en anecdóticos relatos de sus años juveniles en la nación inmensa de Lenin, del Volga y las estepas, en donde siguió estudios y acuerpó actividades protestatarias -allá por 1968- por la invasión a Checoslovaquia que le granjeó represiones de milicianos moscovitas encaramados en corceles cosacos. Asimismo, de sus nexos y disensos con la revolución cubana y la revolución sandinista en Nicaragua; de su iniciación periodística -a principios de 1975- con la columna política “Opinión” de cotidiana presencia en las páginas de “El Día”. En remembranzas, vertidas en entrevista con Manuel Salinas Paguada, refería en 1991: “Cuando recién me había reincorporado a la patria, luego de largos y aleccionadores años en los más diversos sitios que incluyeron las calles de París hasta las cárceles de Somoza, había publicado una serie de reportajes sobre problemas sociales en el diario Tiempo”.

En cuanto a su relación con el artículo de fondo -como los que escribió en el citado periódico sampedrano bajo el mote “Punto de vista”-, razonaba que el mismo “es una forma vital de comunicación con los sectores sociales por cuyo progreso y bienestar hemos luchado y lo seguimos haciendo”. No obstante, fue el trabajo de investigación su quehacer por excelencia, producido principalmente desde esa cátedra del pensamiento crítico llamada Centro de Documentación de Honduras (Cedoh), institución privada dedicada a recolectar, clasificar y divulgar la información necesaria “para un mejor conocimiento de la realidad hondureña”. Con más de cuarenta años de labores, el centro que dirigió con precisión y propiedad hasta sus últimos momentos, se convirtió en la fuente bibliográfica más creíble y respetada, merced también al concurso intelectual de Leticia Salomón, su esposa, el apoyo filial de Omar y Miroslava, y el aporte colaborativo de autores y analistas.

En el plano social, antes de los achaques -que a todos nos va atosigando- departía gustosamente, tornando alegre y jovial su rostro serio de barbado parecido con el de Cabrera Infante. De voz recia y habla enjundiosa, acostumbraba referirse a las “élites corruptas y conservadoras que nos han desgobernado por muchos años”. De tanto en tanto, se refería con admiración al poeta Pompeyo del Valle, militante de izquierda -decía- que conservaba el romanticismo de la aventura y la leyenda del idealismo, luego de lo cual procedía a recitar muestras versales de su lírico amigo. En otras ocasiones, al calor de brebajes destilados, traía a la mesa el poema donjuanesco de Leonidas Yerovi: “Como un ir y venir de ola de mar,/ así quisiera ser en el querer:/dejar a una mujer para volver,/volver a otra mujer para empezar/…”.

Frente a los restos del talentoso amigo y camarada, recreamos su recia figura con las fotografías de cuerpo entero que enmarcaban la urna funeraria. Con los sentidos versos “A mis amigos” de Alexander Pushkin -hijo dilecto de San Petersburgo-, buscaremos restañar la honda pena que su deceso nos ha dejado.

Que sus cenizas -cual polen germinativo- se diseminen anchurosamente en la tierra, el mar y el éter de esta Honduras “de fusil y caza”, a la que él, Víctor Meza, se ocupó en servir.

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