MANO DE OBRA

ZV
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22 de mayo de 2022
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12:43 am
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MANO DE OBRA

SABEMOS que las reservas monetarias internacionales provienen de las remesas que llegan del exterior, que son un auxilio vital inmediato para muchas familias pobres de Honduras. E incluso para segmentos de clase media. Hay barrios enteros de afrodescendientes en Trujillo, y de mestizos en otras ciudades del país, que se mantienen con el envío de remesas. También sabemos que ayudan a equilibrar el déficit fiscal del Estado y, sobre todo, a neutralizar el proceso peligroso de devaluaciones de nuestra moneda nacional. Por eso alguien hasta dijo, que “las reservas internacionales son sagradas”. En consecuencia, debiera convertirse en una prioridad nacional el manejo correcto de tales reservas monetarias, mediante una política exterior flexible respecto de la “Metrópoli del Norte”.

Es indudable que la fuga de trabajadores jóvenes desde las zonas rurales hacia las más importantes ciudades del país, y hacia las fronteras de la parte norte del continente americano, está propiciando serios problemas en el sector agrícola, poniendo en peligro la producción y la seguridad alimentaria de la población rural y urbana. Desde luego que este fenómeno es multifactorial. Comenzó con la mala distribución de la propiedad de las tierras fértiles; problema que se engendró, tal vez en forma inconsciente, en los tiempos de la “reforma liberal” romántico-positivista del último cuarto del siglo diecinueve, práctica con la cual terminó por arrebatárseles las “tierras comunales” a los indios, mestizos y cofradías católicas.

Los pequeños feudos (o semi-feudos) que quedaron en manos de los campesinos ricos, se erosionaron con el paso de las décadas en todo el siglo veinte. Y al subdividir las propiedades entre los descendientes, las pequeñas parcelas se volvieron áridas y en consecuencia improductivas. Si acaso para la subsistencia familiar. El excedente mínimo de la producción de granos de los microproductores, se ha colocado en el mercado. Y de eso se abastece el resto del pueblo hondureño en las ferias municipales.

Pero a la erosión y aridez de los suelos, se han venido a sumar la incertidumbre climática, los grandes incendios forestales provocados con fines sospechosos, el déficit y falencia en los subsistemas de irrigación, y últimamente, la carestía de fertilizantes y de otros insumos agrícolas, más la explosión negativa de los precios de los fertilizantes en el mercado internacional. Sin olvidar la mala negociación regional del “TLC” en materia de importación masiva de maíz amarillo. A ello debe sumarse que prácticamente se ha abandonado la asistencia técnica del Estado en materia agropecuaria a los pequeños productores del campo, por motivos o sinrazones inexplicables, en tanto que Honduras es un país predominantemente agroforestal.

Un porcentaje de la población agraria se ha vuelto renuente a producir sus pequeñas parcelas por la bajísima rentabilidad de los suelos. Los campesinos perciben que pierden económicamente con sus milpas y frijolares. La “urea” procesada está muy cara. Y otros productores rechazan, simultáneamente, cualquier modernización o diversificación de la producción agrícola y ganadera, por motivos de una tradición cultural negativa. Aun cuando haya tradiciones positivas.

Todo lo anterior redunda en que los jóvenes de las áreas rurales pasan desesperados por trasladarse a las ciudades a engrosar los cinturones de miseria. Otros venden sus casas y sus parcelas con el objeto de financiar a los coyotes con el fin de que los trasladen por caminos ignotos en búsqueda del “sueño americano”. Esos coyotes cobran entre diez mil y quince mil dólares. El caso es que varios pueblos del interior del país experimentan una fuga masiva de mano de obra que agranda la problemática de producción de granos y de otros alimentos básicos para los mercados locales. Y, por lo mismo, no debe dejarse pasar el tiempo para crear los pertinentes incentivos rurales que sean redituables.

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