El pasado como aprendizaje

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24 de mayo de 2022
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12:24 am
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El pasado como aprendizaje

Rafael Delgado

Nos hundimos como país por doce años en los gobiernos de Porfirio Lobo y Juan Orlando Hernández, marcados ambos por la corrupción, el narcotráfico y el abuso del poder. Ello tuvo un saldo claramente desfavorable ya que hicieron posible que nuestro país retrocediera a niveles más indignos de pobreza y desigualdad. Los problemas nuestros no nacieron con estos gobiernos, en efecto hay mucho que contar también para atrás, pero sin duda alguna, lo que se ejecutó con esos dos últimos gobernantes tuvo resultados nefastos que sobrepasaron niveles y límites hasta ese entonces desconocidos.

Cómo olvidar los tiempos de Lobo donde el análisis serio fueron sustituidos por la risa socarrona que tenía un propósito: encubrir las enormes deficiencias, así como el asalto al Estado que se ejecutaba diariamente. Indudablemente que era un gobierno sin luces, limitado por las circunstancias políticas y sociales del momento, por las enormes precariedades de los que lo dirigían y los compromisos asumidos silenciosamente durante la campaña política con el narcotráfico y el crimen organizado. Mientras que, con Hernández, blindado con mucho dinero y poder de la institucionalidad pública, llegó con cuatro años de trabajo previo realizado desde el Congreso Nacional, para continuar el asalto mejorado y perfeccionado y así culminar su obra maestra del narcoestado.

Indudablemente que recordar y hablar de ese pasado es doloroso, porque en efecto lo sufrieron los hondureños de distintas formas y en carne propia. Desde la violencia del crimen organizado, oxigenada con su asociación con las más altas estructuras del poder político y económico, que mató a miles de hondureños, hasta la violencia de la corrupción y el abuso del poder que condenó a la indigencia a millones de hondureños, es parte de ese pasado. Es sumamente útil no olvidarlo, no para mantener las heridas abiertas, ni para encubrir las deficiencias del presente, sino principalmente para no regresar a ello y vedarle el pasado a todos aquellos que tuvieron mucho que ver con la fabricación de esa tragedia.

Xiomara Castro tiene detrás de ella ese pasado que juega a su favor. En efecto, hacer el contraste, demostrando con hechos que su gobierno está dirigido por principios y acreditar puntos en el combate a la corrupción y al abuso del poder, debería ser clave en la agenda gubernamental. Una dosis de sinceridad con los más genuinos intereses de la ciudadanía marcaría la diferencia. Pero el pasado juega también peligrosamente en su contra. El hartazgo de la gente es altísimo, no tiene nombre, y el saldo de tolerancia que queda es en el mejor de los casos muy poco. Lo anterior implica que la ciudadanía espera no solamente conductas, sino también resultados muy concretos y en los próximos meses. Tantos años de engaño y por eso reacciona con profundo rechazo hacia toda acción que claramente lleve la señal del nepotismo, el clientelismo o la corrupción. No habrá indiferencia, después del oscuro episodio de Lobo-Hernández, hacia proyectos desde el poder dirigidos para la clientela cercana al poder.

Los eventos del momento que se producen en el contexto internacional, más la acumulación de problemas gestados internamente, requieren de los mejores esfuerzos. Enfocarse en la solución de los más grandes problemas económicos y sociales es el llamado del momento. La crisis alimentaria en ascenso llama a centrarse en el campo, tan descuidado y poco presente en la agenda pasada. El productor hondureño requiere de esfuerzos notables para mejorar sustancialmente el acceso a tierra y a sistemas de agua para irrigación. La formación del productor, garantizar su acceso seguro a los mercados nacionales en condiciones favorables y acceso al crédito por una banca más sensible a sus necesidades, produciría cambios tangibles. Los tratados de libre comercio, diseñados prácticamente con la lógica de los países más desarrollados siguen arrasando con el productor, sin mejorar tampoco los precios para el consumidor hondureño. Un esfuerzo coordinado a nivel regional para replantear esos acuerdos es necesario. Allí está uno de los grandes temas del momento cuya solución definirá nuestro bienestar o nuestro fracaso como país.

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