DIGNIDAD DE LA VIDA

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12 de junio de 2022
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12:25 am
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DIGNIDAD DE LA VIDA

ASÍ como el orden y el desarrollo son lo contrario del caos. Así el verdadero humanismo y la paz son lo contrario de la violencia y las guerras. Estas ideas no son nada nuevas. Se hallan dispersas en las culturas de los países orientales y occidentales. Ideas que han sobrevivido y se han reforzado, en todos los devenires concretos, a pesar de las violencias intestinas y de las guerras injustas entre las naciones.

Desde el decenio del noventa del siglo próximo pasado, se comenzó a sistematizar la propuesta de un “nuevo humanismo” con cierto aire budista, como si acaso se presintiera el crecimiento exponencial de la violencia interna en las sociedades supuestamente civilizadas y modernas, con la intuición futurista de posibles nuevas guerras regionales en cualquier parte del mundo. Este nuevo humanismo, en caso remoto de interiorizarse en las mentes abiertas de las nuevas generaciones, debería servir para la restauración vital y espiritual de los jóvenes del siglo veintiuno. Pero eso dependería, en un alto porcentaje, de la buena voluntad de los dirigentes y de los profesores de los sistemas educativos de cada país de que se trate.

Conviene aclarar que el humanismo posee, en sus haberes, diversas variantes. Una de las mismas, la que siempre se recuerda, es el humanismo renacentista, con sus grandes manifestaciones de arte y literatura, en las ciudades del norte de Italia, que ejercieron influencia posterior sobre el pensamiento político y religioso. Más tarde se propuso el humanismo ilustrado. Durante el siglo veinte se habló del “humanismo cristiano”, y luego del “existencialismo”, como otra forma de humanismo, pero cuyos contenidos aparecen y reaparecen en el curso de las décadas con escasa influencia en las escuelas o “tanques” de pensamiento de América Latina. Ahora se habla, o se intenta hablar, del “nuevo humanismo” japonés, como un antídoto contra la violencia y contra las posibles guerras proyectadas hacia un porvenir incierto.

No está de más señalar que cualquier humanismo solamente es potenciable a partir del concepto de fraternidad humana. Sin fraternidad concreta se corre el riesgo de caer en la violencia cotidiana y en las guerras regionales, que vienen a resquebrajar, temporalmente, las propuestas de paz y libertad en los países y los continentes. A la fraternidad se suma la indispensable cooperación milenaria entre los seres humanos. Esa cooperación conduce a la armonía entre los individuos y las naciones. Cuando hay armonía se comprende que hay conciliación de los contrarios.

El antídoto natural de la guerra es el amor. En cambio, el desamor, el irrespeto y los insultos conducen a la violencia cotidiana y a la guerra infraterna entre los pueblos, tal como se ha evidenciado en diversos momentos históricos. Pero sobre todo en el siglo veinte, mediante tragedias desgarradoras. Un siglo que estuvo cuajado de esperanzas y de tremendos desencantos. Por eso sería deseable el reavivamiento mundial de una espiritualidad racional que se ha perdido; o que ha sido socavada. Hay que recobrar, en el discurrir del siglo veintiuno, la esperanza para los conglomerados de jóvenes, que hoy por hoy son víctimas de la incertidumbre y de la carencia de valores axiológicos, que de recuperarse le imprimirían sentido o propósito a sus actos, tanto en la vida académica, en las artes y oficios como en la lucha por la supervivencia diaria.

La enseñanza más valiosa derivada del amor al prójimo, como el mejor antídoto para combatir las guerras y engendrar la paz, es aquella que infunde a las nuevas generaciones de todos los países y culturas, “un profundo respeto a la dignidad suprema de la vida”, creando valores para encontrarle propósito a la existencia bajo cualquier adversidad; o cualquier circunstancia como la hondureña. Vivimos en un momento histórico peligroso en que diariamente se irrespeta la vida, la dignidad y la honra de las personas, en cualquier punto del planeta.

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