El sueño de Medardo

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19 de junio de 2022
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El sueño de Medardo

Por: Segisfredo Infante

Medardo Mejía Pagoaga (1907-1981), fue un intelectual hondureño que durante toda su vida anduvo ocupado y preocupado con el tema específico de la identidad concreta expresada en el largo capítulo de los procesos históricos, antropológicos, económicos y políticos de América Central. Y aun cuando estaba consciente de las grandes limitaciones de las viejas y pequeñas provincias regionales cuyos fogones aldeanos emitían el olor a sopa de frijoles, plátanos fritos, rapadura de dulce, huevos cocidos, pinol y tortilla, siempre levantó la antorcha fulgurante de los valores positivos, tanto intelectuales como políticos, de los paisanos que habían nacido en esta tierra orillera del mundo. Casi nunca escribió o habló mal de nadie. Ni siquiera de los que le eran antipáticos. Admiraba especialmente a José Cecilio del Valle, Francisco Morazán, Trinidad Cabañas, Juan Lindo, José Antonio Domínguez, Froylán Turcios, Juan Ramón Molina, Salatiel Rosales, Paulino Valladares, Manuel Cálix Herrera y Alfonso Guillén Zelaya, a pesar de las marcadas diferencias entre unos y otros. Me han contado, sin embargo, que su único exabrupto ocurrió en un momento en que desabordaba un pequeño aeroplano en el campo de aviación de Juticalpa. Emocionado sacó su revólver e hizo dos disparos al aire, para exhibir la alegría de encontrarse en su amada tierra olanchana, donde planeaba saborear un plato de “frijoles espolvoreados con queso” y un buen “pocillo de café”.

Sergio Membreño Cedillo, quien resguarda en su “ADN” la sangre de ancestros olanchanos, ha sugerido en fecha reciente que volvamos a leer o estudiar el “Discurso del Dorado” de Medardo Mejía. La sugerencia no es nada accidental. En tanto que aquel escritor catracho había encontrado sus propias minas doradas, en un punto análogo a las coordenadas míticas o legendarias que los conquistadores y colonizadores españoles buscaron por doquier, sin ningún hallazgo concreto; pero cuya búsqueda ha quedado grabada en el imaginario de muchos hombres y mujeres que han llevado a la literatura y a la pantalla grande ese lugar ucrónico que convoca a los soñadores y a las personas más esforzadas que proyectan la leyenda como algo dramáticamente hermoso.

Pero a diferencia de los buscadores de oro, Medardo Mejía atalayó “El Dorado” en el alma y en la inteligencia de sus paisanos hondureños y centroamericanos más cerebrales, quizás por aquello de la famosa frase del poeta cubano José Joaquín Palma, cuando hablaba de la “tierra del oro y del talento cuna”. También atalayó “El Dorado” en las potencialidades económicas, tanto hídricas como de otros recursos naturales, entre las grietas, valles y montañas de estos “pobres” territorios ístmicos.

El “Discurso del Dorado” lo pronunció Medardo Mejía en Tegucigalpa, a la increíble edad de veinticinco años, un trece de marzo de 1932. Digo “increíble” por la erudición del autor y por lanzar a los cuatro vientos un proyecto de país, cuando a muy pocos intelectuales y políticos hondureños les cruzaba por la cabeza una visión estratégica moderna, con el fin de convertir a Honduras en un país predominantemente rico.

Intelectualmente hablando (lo he expresado en otros momentos), Medardo Mejía había acumulado, siendo un mero estudiante universitario, toda una formación humanística basada en lo mejor del “Renacimiento italiano” y europeo en general, añadiendo a su fuerte bagaje el enciclopedismo francés. Podríamos agregar que a pesar de otras marcadas influencias posteriores, su formación humanística previa, jamás habría de desaparecer de sus visiones gozosas. Aquel formidable “Discurso” fue pronunciado frente a una concurrencia de olanchanos instalados en Tegucigalpa. Sabiendo que Olancho, en aquel momento ya lejano, era como el punto de partida en el proceso sinuoso de conversión de una nación pobre en una nación muy rica. Un hombre bien equilibrado de la cabeza como Medardo Mejía, jamás renunciaría a la posibilidad de convertir a Honduras en un país moderno, industrioso y desarrollado.

Aquella conferencia fue publicada en forma de cuaderno en la “Imprenta Calderón” de Tegucigalpa, en abril de 1932. Nosotros realizamos la segunda edición (también con formato de cuaderno) en la vieja Editorial Universitaria de la UNAH, en mayo de 1995. Por eso bien podemos mencionar los nombres de algunos asistentes olanchanos en aquel evento: Agapito Ruiz Torres Phalcon, Alfonso Guillén Zelaya, Antonio Bermúdez, Arturo Cerna, Carlos J. Brevé, Clementina Suárez, Eudomilio Ayes, Ernesto Argueta, Francisco Alemán, José Blas Henríquez, Gustavo Chirinos, Juan Lobo, Joaquín Rodríguez Varela, Gustavo Salgado, José M. Montoya, Juan Alemán, Justo Gómez Osorio, Ismael Zapata Cálix, Laura de Salgado, Lorenzo Zelaya R., María Peck Fernández, Miguel A. Ramos, Modesto Tejada, Hostilio Lobo, Olimpia Pagoaga, Pedro Balderramos, Ramón Santamaría, Miguel A. Ramos, Ramiro Fiallos, Roberto A. Mejía, Rosa Argueta, René Zelaya, Rodolfo Pastor, Santiago Meza Cálix y muchos otros. No caigo en detalles textuales porque lo más aconsejable es leer este importante folleto.

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