Llegaron desde muy lejos el lunes al U.S. Open por Serena —no es necesario decir su apellido— entusiasmados por verla jugar o si no fueron de los afortunados en conseguir un boleto, al menos obtener un autógrafo, un vistazo durante el entrenamiento o la posibilidad de respirar el mismo aire en Flushing Meadows.
Mientras miles de personas esperaban para ingresar al torneo horas antes del encuentro, nadie sabe cuántas oportunidades más tendrán de verla.