“AHORA SÉ…”

MA
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14 de septiembre de 2022
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12:20 am
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“AHORA SÉ…”

CUENTO del libro “La Voz Está en el Viento”, de Oscar Armando Flores Midence: “Patria”. De esto hace ya mucho tiempo, casi el medio siglo, pero lo recuerdo como si hubiera sucedido ayer. Era yo alumno del tercer grado en la humilde escuela primaria de mi pueblo, un pueblecito triste y un tanto desolado que a mí me parecía, y sigue pareciéndome, el más bello del mundo. La maestra, una mujer joven y bonita con unos grandes ojos color de aceituna, que no ocultaba su afecto hacia mí porque, así se lo dijo a mis padres, yo llegaría a ser un gran hombre, me preguntó una vez en clase de Educación y Moral: -Diga usted, Juancito ¿qué es Patria? La pregunta me tomó de sorpresa. Fui sincero y le contesté: -No sé, señorita. No sé qué es Patria… Ella explicó entonces el hondo significado de Patria, pero en palabras tan difíciles, por lo menos difíciles para un niño de nueve años de edad, que no le entendí. Habló de la geografía: sus valles, sus montañas, sus lagos y sus ríos, sus huertos y jardines; habló también de su historia: héroes, tradiciones, leyendas y hombres ilustres; nos explicó el significado de los símbolos patrios: el escudo, el himno y la bandera. Finalizó diciéndonos que todos los hombres deben amar a su Patria, defenderla y enaltecerla, y que ese sentimiento se llama patriotismo…

Cuando terminó la explicación, dirigiéndose de nuevo a mí volvió a preguntarme: – Ahora sí sabes qué es Patria, ¿verdad? –Sí, señorita, ahora sí… Quizás me leyó en los ojos que no había dicho verdad y para no exponerme al ridículo de mis compañeros, dijo: -A medida que vayan creciendo, cuando ya sean hombrecitos, entenderán el significado de ciertos valores éticos como ese de Patria… ¡Pueden salir!… Agitó en sus manos una pequeña campanilla y salimos corriendo al patio de recreo. Terminé mis estudios de primaria y como en mi casa tuvimos siempre de huésped al fantasma de la pobreza, me dediqué a trabajar, renunciando a los deseos de mi madre y míos de proseguir mis estudios: hacerme bachiller, ingresar a la universidad y obtener el título de Médico. Pasaron los años. Desde muy joven, casi adolescente, me dediqué al comercio. Tuve suerte y llegué a ser lo que soy: no un gran hombre en lo cual se equivocó mi maestra, pero sí un comerciante rico, en lo cual acertó mi padre a quien muchas veces le oí decir que el comercio es la profesión más lucrativa. Como el hombre que trabaja en una actividad como esa, tan prosaica y rutinaria, no tiene tiempo ni voluntad para pensar en los valores éticos, jamás pensé en la Patria. O, por lo menos, no pude formarme un concepto claro de lo que esa palabra significa. Ni siquiera tuve tiempo para pensar seriamente en el amor, que es la llama de una vela encendida a cuyo alrededor, como mariposas cuando comienza la estación de las lluvias, los hombres se queman las alas. Por eso me alcanzó la vida quedándome soltero. Y el cariño que quienes los tienen le profesan a sus hijos, yo lo sustituí en mis dos hermanos menores, Jaime y Lisandro, huérfanos desde la infancia, a quienes eduqué y quise como si hubiese sido su padre. Pero un padre que ama a sus hijos con devoción e inefable ternura de abuelo…

Hace algún tiempo, Honduras fue invadida por el ejército de una nación vecina. Jaime y Lisandro, aquel de 20 y este de 22, se inscribieron en las oficinas de reclutamiento de voluntarios y se fueron a la guerra. Los dos cayeron, como héroes, peleando en feroces combates contra el enemigo que se vio obligado a renunciar a sus propósitos de conquista territorial ante la muralla de fuego y de valor que allá, en la frontera, levantaron nuestros soldados. Cuando supe la noticia, no voy a negarlo, lloré porque eran, por la sangre, hermanos, pero por el amor eran mis hijos. Lloré de sentimiento y de pena. Pero también de orgullo. Y entonces mi recuerdo voló hacia el pasado lejano, casi medio siglo atrás en el reloj del tiempo, como envuelto en las brumas del olvido: mis padres, mi pueblo, mi maestra, la escuela humilde y sencilla… Lisandro y Jaime en esa época aún no habían venido al mundo cuando yo era ya hombre… Me pareció estar oyendo la dulce voz de la maestra, joven y bonita con unos grandes ojos color aceituna: -“A medida que vayan creciendo, cuando ya sean hombrecitos, entenderán el significado de ciertos valores éticos como ese de Patria… ¡Ya es hora de recreo… Pueden salir!…”. Quisiera saber si mi maestra vive todavía. Iría a buscarla. Y al encontrarme a una dulce y bondadosa ancianita con la cabellera blanca de canas y sus ojos color de aceituna ya casi apagados por la edad, decirle: -“Señorita, ahora sé lo que significa Patria: es el orgullo de morir por ella o tener uno o dos entrañables afectos familiares que inmolaron sus vidas defendiéndola, como el hijo amoroso que con bravura de león defiende a su madre de la furia de un bandido que quiere asesinarla”.

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