CONTRACORRIENTE: ¿Estamos perdiendo la patria?

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16 de septiembre de 2022
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12:03 am
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CONTRACORRIENTE: ¿Estamos perdiendo la patria?

Por: Juan Ramón Martínez

Las declaraciones del extraño funcionario, Edwin Hernández, más cercano a Chabelo, el eterno e indestructible cómico mexicano y a los cirqueros de la costa norte, negándonos el uso del hermoso vocablo patrio y el apoyo teórico de Anarella Osejo, ministro de Cultura que, siguiendo a una poeta menor, como Blanca Guifarro, propugnan porque llamemos a Honduras “Matria” en vez de patria; tiene la finalidad de destruir nuestras seguridades, eliminar tradicionales afectos y modificar los compromisos emocionales de los hondureños. Es una perversa campaña, destinada a destruir las bases de la nacionalidad. Y para que nos duela, lo hacen en las festividades con que celebramos la independencia nacional. Porque el fin es, quitarnos el poco nacionalismo que no ha podido desarrollarse entre nosotros, por falta de educadores e intelectuales comprometidos en la búsqueda del ser del hondureño; y porque los partidos no han tenido compromiso con Honduras, sino que los “capitanes de industria” del cercano pasado; y ahora, con los líderes de naciones que, no tienen que ver con el destino de Honduras.

En el pasado, las autoridades nacionales y municipales, honraban mejor sus compromisos. Atendían las instrucciones de los fundadores que establecieron que, más que desfiles militares, se efectuara el paseo a la bandera y que, en la magna ocasión del quince de septiembre, en cada uno de los pueblos del país, se brindaran conferencias alusivas al acontecimiento, brindadas por los mejores intelectuales de la comunidad y la zona. Ahora, en un internacionalismo proletario que no tiene sentido, quieren que dejemos de crear en la patria que tenemos y más bien, nos imaginemos como una provincia de Venezuela, Cuba o Argentina. Y todo ello, en un discurso antiimperialista que solo tiene sentido y explicación, por su rechazo a los Estados Unidos, pero sin renunciar a su gusto por los manjares imperiales, las oportunidades edénicas de la cultura occidental; y, por supuesto, a los inventos y beneficios de una vida holgada y superior.

Sus objetivos son perversos. No quieren que tengamos orgullo, que los imaginemos como servidores y que les demos órdenes y valoremos sus resultados. En vez de introducirle al sistema público de producción de ideas, un discurso crítico que, en primer lugar siga objetivamente su desempeño y valore los resultados, más bien quieren convertirnos a todos en escolares recién llegados, a los cuales incluso imponen el color de la Bandera, no en cumplimiento de la ley sino en ejercicio de su prepotente superioridad, misma que les permite deformar el Escudo Nacional y reducirlo a una categoría infantil, pese a su belleza armónica y los calores tropicales que nos llenan de orgullo.

Por ello Esponda, Edwin Hernández, Osejo, Redondo, Zelaya y otros que no hay por qué mencionar, porque los encumbramos, no quieren que amemos a Honduras. Buscan que la ruralicemos, para de así, en vez de Morazán, ver a Bolívar; antes que la figura de Villeda Morales y Policarpo Bonilla, nos inclinemos ante Lenin, Stalin, Chávez, Maduro y López Obrador. La patria que tenemos es pequeña; pero es nuestra. Y no queremos otra. Tan es así, que los que se van al exterior para salvarse y servirnos con sus remesas, nunca se hacen gringos; y siempre regresen a morir, como los elefantes agradecidos, a la verde naranja de esta patria que Dios y las circunstancias, nos han dado.

En la década de los cuarenta del siglo pasado, Dionicio Romero Narváez, escribió en el semanario Patria -palabra que le disgusta al viceministro de Educación- escribió un artículo muy estremecedor: “Nos estamos quedando sin patria”. Y allí, frente a la perversa inclinación de la dictadura para idolatrar al caudillo, el periodista de Olanchito, llamó la atención que nos estábamos quedando sin patria, volviéndonos más débiles y objetos de dominación.

La perversidad es la misma. Quieren que dejemos de imaginarnos como hondureños. Que no nos preocupen los problemas y menos las soluciones. Para que les perdonemos sus incompetencias, sus visiones equivocadas y sus despreocupaciones y desplantes ante las urgencias que ponen en peligro el estilo de vida nacional y las posibilidades que nos da la vida democrática. Quieren que dejemos de amar a Honduras, para que nos arrinconen exitosamente en brazos de Venezuela, Cuba, México, Rusia o Argentina. Debemos decirle que no. Y llevarnos al corazón a Honduras, para que sus malos hijos, no nos la destruyan.

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