Libros, tinta y papel en la Honduras virreinal

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23 de septiembre de 2022
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Libros, tinta y papel en la Honduras virreinal

Por: Jorge Raffo*

“La franja costera del Golfo de Honduras, en la bahía de Amatique, el puerto de Trujillo, Puerto Caballos y Santo Tomás de Castilla fueron puntos de arribada de la ‘nao de Honduras’ con mercaderías y libros” (Rueda, 2007).

La reciente conferencia del lexicógrafo bilbaíno José Ramírez Luengo en la Academia Hondureña de la Lengua donde presentó los avances de sus investigaciones sobre la transformación del idioma español en Honduras entre 1650 y 1819 abre nuevas preguntas y proporciona nuevos enfoques sobre el significado y aportes de los documentos escritos virreinales como generadores de tendencias y modos de expresión en ese largo período. En ese contexto ¿qué rol jugaban los libros y materiales que llegaban de otras latitudes en la conformación de una idiosincrasia nacional?

Los libros y la “literatura de cordel” procedían en su mayoría de Guatemala, pero “el negocio para los libreros hondureños no acababa aquí ya que los párrocos necesitaban en sus iglesias libros blancos para el asiento de los bautizos, bodas y defunciones” (Rueda 2007) como los dominicos de Coyoacán (Wagner, 1979). El papel, la tinta, así como otros elementos necesarios para encuadernar libros -y para repararlos- procedían de Lima, la capital del virreinato peruano, y no de México, muestra de un temprano comercio hondureño-peruano que formaba también parte del negocio de los libreros.

El navío destinado a Honduras se establece en 1564 y se le integra a la flota de las Indias. Entre 1538 y 1700 se registró el arribo de 260 navíos que, formando parte de la Carrera de Indias, llegaron a Honduras por la ruta atlántica con libros, sin embargo, la tinta y el papel llegaba por la ruta del Pacífico. Los registros aduaneros atlánticos respecto a Guatemala y Honduras muestran la considerable cantidad de 130 cargadores de libros, denominación que recibían los mercaderes que compraban libros por encargo.

Una diferencia esencial entre los libreros centroamericanos -particularmente de Guatemala y Honduras- y los mercaderes de libros “peruleros”, es que los primeros solían comprar a crédito mientras que los segundos compraban al contado con plata peruana e incluso pagaban por adelantado ediciones de libros que recogerían en la tornavía de la flota. Eso explica, en parte, la diferencia de volumen del comercio de publicaciones entre la metrópoli y cada una de sus posesiones en América, pero un análisis más fino revela también que la liquidez que obtenían los libreros sevillanos y alcalaínos de sus negocios con el virreinato peruano les permitía financiar las ventas a plazos que pactaban con los cargadores de libros de la ‘nao de Honduras’. Esta circunstancia explica también que, como parte del lote, se negociase papel blanco y tinta tanto para prensa como para escribir. En opinión de Rueda (2007) “(…) Puerto Caballos, (fue) convertido en un punto clave de los circuitos mercantiles y polo de atracción para los negocios de libros”.

Los primeros envíos se inician en 1557 con la intervención de mercaderes como Alonso Del Águila que efectúa un comercio al menudeo; habrá que esperar a 1608 en que Pedro de Lyra, regidor de Guatemala, traerá a la región libros por volumen, empezando así el comercio al mayoreo, aunque su actividad principal era la exportación de añil y cacao que transportaba incluso hasta el Perú (AGI, Patronato Real, 86, n.º 4, r. 3. Relación de méritos y servicios de Pedro de Lyra, 1614). En la década de 1620 adquiere notoriedad Juan de Ocaña en la venta y compra de libros por encargo además de traer, dentro de un lote de 139 publicaciones, “una istoria de Guatimala” (y Honduras). Para 1679 destacará el mercader de libros Pedro Herranz que además negociaba, desde Guatemala, con plumas para escritura (Carrasco, 1996).

El puerto de Trujillo es también otro punto de entrada de libros. Hay lotes registrados por Fernando de Palma (1601) y el clérigo Pablo de Villalobos quien además de adquirir libros de religiosidad gustaba de las obras de Mateo Alemán (“Guzmán de Alfarache”) que, una vez leídos, volvía a vender a sus feligreses circunforáneos. A Trujillo y a Santo Tomás de Castilla también llegaban hojas sueltas -las cuartillas- con un surtido de “coplas”, romanceros y comedias para entretenimiento.

Rueda (2007) afirma que “(…) los impresos son productos de consumo vitales en la formación de las nuevas sociedades americanas” y, por ende, van conformando la mentalidad virreinal de la persona lectora que, por duplicación, trata de experimentar la cultura de la metrópoli (Luján Muñoz, 1994).

Puede concluirse que los libros, el papel y la tinta tuvieron considerables posibilidades de circulación ante la demanda de impresos, un bien siempre escaso y apetecible en tierras centroamericanas y que estuvo presente gracias a redes consolidadas con Sevilla, Guatemala y Lima.

*Embajador del Perú en Honduras

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