La Tegucigalpa de los años cuarenta

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25 de septiembre de 2022
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La Tegucigalpa de los años cuarenta

Algo más sobre la numismática

Por: Mario Hernán Ramírez*

Ha transcurrido la bicoca de 75 años para poder traer a cuenta esta historia que se remonta a la Tegucigalpa de los años cuarenta, cuando sus ríos todavía caudalosos permitía a los capitalinos ver serpentear sobre sus aguas cristalinas los peces de diferente naturaleza que abundaban, sobre todo los llamados congos, chacalines, cangrejos, anguilas y por supuesto los conciertos vespertinos que los sapos y las ranas ofrecían a los transeúntes en los bajos del Puente Mallol, justo en el sitio donde se unen las aguas del río Chiquito y el río Grande al que Juan Ramón Molina cantó con devoción juvenil y amor al terruño que lo vio nacer.

75 años significan tres generaciones, que han visto la transformación radical de esta Tegucigalpa a la que el poeta cubano, Joaquín Palma le cantara como muy pocos hondureños lo han hecho, allá por 1880 “bella, indolente y garrida, Tegucigalpa ahí asoma como un nido de paloma en una rama florida…”.

Era la época de los regímenes de fuerza con tintes de dictadura sometidos sus pueblos a sus caprichos por lo que en estos países se puso de moda el eslogan “encierro, destierro y entierro” con don Tiburcio Carías Andino en Honduras, quien junto a Anastasio Somoza García en Nicaragua, Maximiliano Martínez Hernández en El Salvador, Jorge Ubico en Guatemala, además de la Revolución de Pepe Figueres en Costa Rica con los llamados Legionarios del Caribe que era una fuerza revolucionaria integrada por hombres intrépidos de diferentes países de América Central, Cuba y República Dominicana, que cambiaron totalmente la imagen de ese pequeño gran país de la región, que culminó con la supresión del Ejército o Fuerzas Armadas de esa nación que colinda con Nicaragua y Panamá.

Recientemente (1945) había finalizado la II Guerra Mundial que dejó como saldo alrededor de 80 millones de personas muertas que habían participado en este escandaloso conflicto bélico, iniciado por Adolfo Hitler en Alemania, con la idea de apoderarse del mundo entero.

Era, en fin, el período en que las compañías bananeras establecidas en la región norte de nuestro país hacían y deshacían a su antojo ante la vista y complicidad del gobierno hondureño, que de esa manera logró prolongar su régimen durante largos dieciséis años, hasta que en 1948 el General Tiburcio Carías Andino ya anciano y cansado del poder público decidió entregar el gobierno a su ministro de guerra, marina y aviación, abogado Juan Manuel Gálvez, el que, para suerte de Honduras cambió totalmente las reglas del juego abriendo las cárceles, las fronteras patrias, cerrando los cementerios y permitiendo entre otras cosas, la absoluta libertad de prensa y locomoción por todo el país. Es el año en que nacen dos periódicos diarios “El Pueblo” como órgano oficial del Partido Liberal y “El Día” que patrocinaba la candidatura del doctor Gálvez; aparecen también una red de emisoras radiofónicas, desapareciendo así el monopolio que hasta entonces habían tenido en Tegucigalpa HRN, del señor Rafael Ferrari García y HRA., La Voz de Lempira del señor Andrés Rodríguez (dicho sea de paso, padre del actual Cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga); es preciso señalar también, que durante la época del cariato solamente circularon dos periódicos “Diario Comercial” que se editaba en San Pedro Sula, como vocero de las compañías bananeras y “La Época” que era el portavoz del Partido Nacional, en el poder.

Es el lapso en que Ramón Amaya Amador escribe su célebre novela “Prisión Verde”, Matías Fúnez “Rosa Náutica”, Carlos Izaguirre “Bajo el chubasco”, Marcos Carías Reyes “La Heredad” y otros hondureños de inquietudes literarias en el exilio, como Medardo Mejía Pagoada, Ventura Ramos Alvarado, Longino Becerra que era un jovenzuelo, además de Alfonso Guillén Zelaya, realizaban sus trabajos generalmente en la ciudad de México, D.F.

Juan Manuel Gálvez Durón asume la presidencia de Honduras el 1 de enero de 1949 e inicia inmediatamente los cambios que el pueblo reclamaba, algunas veces en voz baja, por temor a las represalias del gobierno anterior y en más de una oportunidad a mandíbula batiente como ocurrió el 4 de julio de 1944 en Tegucigalpa y el 6 de ese mismo mes con el resultado de la tristemente célebre masacre en la ciudad de “Los Laureles” San Pedro Sula, orgía sangrienta que se realizó en horas de la tarde de esa fatídica fecha.

Eran los tiempos en que los capitalinos nos embelesábamos admirando la estructura arquitectónica del mercado Los Dolores construida entre 1921 y 1924 y que era una verdadera joya para la primera ciudad de Honduras; en esa misma época veíamos con agrado el demolido edificio que albergó al Banco de Honduras por muchos años y que era una arquitectura europea, construido posiblemente por Augusto Bressani; muy cerca de ese histórico inmueble quedaba el almacén La Samaritana, exactamente frente al monumento del general Francisco Morazán en el parque central, edificio de piedra rosada, que con su estructura embellecía el centro de Tegucigalpa y que también fue demolido para levantar en su lugar una gigantesca mole de ocho o diez pisos, sin ningún atractivo. Igual ocurrió con el sitio donde funcionó el Banco de Honduras donde de igual forma se construyó otro mamotreto sin ningún perfil atractivo.

Esta historia continuará, pues fue entresacada de mi reciente obra “Ese soy yo” la cual compartiremos con nuestros amables lectores dominicales.

*Presidente vitalicio Consejo Hondureño de la Cultura “Juan Ramón Molina”

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