El ego

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21 de noviembre de 2022
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12:04 am
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El ego

Por: Nery Alexis Gaitán

Vamos a definir el ego como todo lo negativo que mora en el alma del ser humano. El ego siempre nos induce al error, a cometer las peores equivocaciones en nuestra vida. Es una energía autónoma de tipo negativo que se manifiesta continuamente y nos gobierna la forma de pensar, de sentir y de actuar.

Al ego se le conoce por muchos nombres. Los egipcios lo llamaban los “Demonios Rojos de Seth”, que era la deidad de la fuerza bruta, de lo tumultuoso, lo incontenible. Señor del caos, dios de la sequía y del desierto. Los tibetanos lo llaman “Agregados Psicológicos” porque sostienen que en un inicio la psiquis está sana y no ha sido alterada, pero que al ir agregando los yoes, se altera y adormece. La psicología le ha llamado defectos de carácter o de personalidad. La Biblia, el Libro de los libros, le llama “Pecados Capitales”.

A pesar de los muchos nombres el ego es el mismo. La Biblia lo clasifica de la siguiente manera: lujuria, ira, codicia, envidia, orgullo, pereza y gula; también les llama cabezas de legión porque son muchos. En la actualidad, el ego se ha fortificado tanto que los seres humanos hemos creado un amor propio desmedido. Somos soberbios templos de orgullo, vanidad, envidia, codicia, apegos… y lo manifestamos en cada momento de nuestras vidas.

El ego es como un árbol frondoso que ha echado raíces profundas en nuestra psiquis, en nuestra alma, y gobierna la mayoría de nuestros actos. Ante las palabras del insultador inmediatamente nos encendemos en ira y somos capaces de insultar, injuriar y hasta golpear a nuestro interlocutor, por el simple hecho de expresar ideas contrarias a las nuestras o proferir palabras injuriosas. Pero el ego, que ya nos gobierna, nos obliga a buscar satisfacción para que nuestro orgullo no quede humillado.

El ego nos ha convertido en mecanicistas en un ciento por ciento. Esto significa que no tenemos conciencia de casi nada. Vivimos la vida como si fuéramos autómatas; no nos damos cuenta que vivimos porque nuestra conciencia está adormecida por el sopor del pecado. No somos conscientes de cómo la existencia pasa ante nuestros ojos, ni de lo que hacemos cada instante de nuestras vidas.

El ego es energético, es energía con polaridad negativa que tiene su propia autonomía. Está tan fortificado que sus ramificaciones en nuestra psiquis son profundas. Pero se manifiesta mediante rasgos, es decir, por impulsos, de acuerdo al evento que se está desarrollando. A ese rasgo psicológico se le conoce específicamente como un “YO”; y gobierna momentáneamente los pensamientos, los sentimientos y los actos. Esto significa que cada yo tiene su propia manera de pensar, sentir y actuar cada vez que se manifiesta.

Si nosotros personificamos a cada yo, que es energía negativa, como una persona que vive dentro de nosotros, nos daremos cuenta que en nuestro interior viven una multiplicidad de yoes. Y cada uno tiene su propia forma de pensar, sentir y actuar. Por eso es que nosotros somos una montaña de contradicciones; lo que deseamos con vehemencia hoy, mañana lo repudiamos. Los yoes que hoy juran amor eterno, al ser desplazados por otros yoes de la indiferencia, ya no aparecen más y es cuando surgen los desencantos amorosos.

Nosotros siempre hemos creído que somos una individualidad psicológica, que Alexis es quien se ríe, siente orgullo, ira, ama y llora. Pero, al estudiar los yoes, nos damos cuenta que somos una multiplicidad psicológica y que viven cientos de yoes dentro de nosotros. Que son muchos los que ríen, lloran y aman dentro de uno.

Por lo consiguiente, vamos a pensar, a sentir y actuar de acuerdo al Yo que en ese momento nos tome por asalto. Puede ser un yo de la ira, del orgullo, de la lujuria, de la gula, etc. “cada uno de nuestros defectos psicológicos está personificado en tal o cual yo”. Los yoes siempre están luchando por gobernar la máquina humana (nuestro cuerpo). Todos desean la supremacía para alimentarse y fortalecerse. Somos marionetas del yo, esa es la terrible verdad; bailamos al son que el proceder de los yoes nos dicta.

Mientras no empecemos a eliminar los yoes, o sea el pecado, el verdadero camino de la ruta espiritual nos está vedado. Esa es nuestra tragedia, somos esclavos de los yoes pasionarios que nos hacen sufrir lo indecible. Y así vamos, tropezando con los eventos de la vida, alimentando los yoes, cargando lamentos, tristezas, maldades, vanidades, ira… hasta el final de nuestros días.

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