Un tío de excepción

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13 de enero de 2023
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12:04 am
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Un tío de excepción

Por: José Jorge Villeda Toledo

En 1962 treinta y ocho representantes de países amigos se reunían en torno del matrimonio presidencial Villeda Morales-Bermúdez Milla para ofrecerle un testimonio vivo de gratitud por las atenciones recibidas durante su gestión de gobierno. En ese entonces, Villeda Morales recordó a los diplomáticos que cuando él tuvo la oportunidad de servir a la diplomacia de su patria había adquirido una “sensibilidad diplomática” que definió como el poder sutil de calibrar las intenciones de los hombres y de llegar al fondo de las almas.

Con el mismo sentimiento que Villeda Morales quiso agradecer aquel gesto de amistad, hoy nos nace el nuestro sensibilizado no por la diplomacia sino por el más profundo arraigo del recuerdo. Cuando en la memoria se anida una reminiscencia familiar es muy común que al evocarla hagamos presa de la sangre tentándonos a la lisonja y al elogio, pero cuando aquella ha sido formada por gotas fecundas de un manantial vivido nos convierte en el más imparcial de los relatores. No es mi intención evocar el trabajo de Villeda Morales en bien de la República, ni dimensionar las conquistas sociales que detuvieron los diques del inconformismo de los años cincuenta… no me daría abasto recurrir a estas pocas líneas para describir su inagotable tarea ni mucho menos ser su biógrafo pleno. En cada una de esas intenciones me quedaría corto, necesitado de palabras y de situaciones vividas. Le dejo al hondureño que vivió a su par aquellos alivios en cada una de sus ejecutorias, al hondureño que vive el presente comprendiendo por qué nuestras montañas no están infestadas de guerrillas y por qué la democracia se nutrió en esos tiempos de alimento puro… en realidad, es mi intención convertirme en protagonista del acercamiento natural que tiene un tío con un sobrino, de los pasajes que me tocó vivir al acompañarlo en algunas de sus giras políticas y del compromiso mayor al asociar a su hermano José Manuel Villeda Morales, mi padre, con sus más caros ideales.

Este 26 de noviembre celebra su centésimo décimo cuarto aniversario natal, lo que me impulsa escribir este testimonio admirado. Murió joven, ante el asombro de los que esperábamos le diera más a la república. Después de haber ejercido el más alto cargo que un pueblo le puede dar a sus hijos excelsos, no pensó dos veces en aceptar la tribuna universal que Honduras necesitaba para que su voz arreglara incomprendidos entuertos. ¡Eran los días posteriores a la guerra que mancilló el país en 1969! Villeda Morales se separaba de su familia en el aeropuerto Toncontín, dejando para la posteridad una fotografía que su hijo Rubén captara con su cámara cuando abrazaba en un adiós cierto a su amada esposa Alejandrina, quien por primera vez no lo acompañaba en sus viajes por tener a su madre en su lecho de enferma. Le bastaron breves días para interesar al foro de las Naciones Unidas en la resquebrajada frontera y en la tirantez centroamericana… ¡había ya reunido en una mesa de diálogo a las desavenencias y ejercitaba una vez más su acendrado amor por la comprensión y la unión entre los hombres!

Después de las triquiñuelas y los zipizapes de la politiquería criolla le birlaron la ascensión al poder en 1954, fue extrañado de su patria para retornar victorioso y arrasar en los comicios de 1957. Todavía siento la fibra vegetal de los petates que desenrollábamos en las viviendas humildes, del clamor que saludaba su encendida oratoria con sombreros en lo alto y de rostros de esperanza que dibujaban en sus mentes una Honduras distinta. Triste es la historia cuando se equivoca y, más aún, cuando esta comenzaba a escribir páginas que contaban verdades sobre mentiras ancestrales. Llegó el golpe que se creía prohibido y el camino volvió a las veredas de antaño llenas de oscurantismo y de palos de ciego. Se retiró a su San Antonio amado y desde ahí me contactaba para que lo acompañara a los medios que requerían su palabra en entrevistas ilustradas. Una tarde, cuando le hacía espera, tecleaba su máquina y yo atisbaba los lomos de sus libros infinitos. De pronto, brotó en mi mente una pregunta al verlo afanoso en su tarea. “Tío, le dije… ¿por qué no deja esto de la política que solo estrés causa?”. Bien recuerdo su respuesta, las tenía siempre a flor de labio y siempre eran oportunas. “Jorge, me dijo, la política es como un gusanito, cuando se te mete en la sangre no hay nadie que te lo saque”.

Ricardo Villela Vidal, oriundo de Ocotepeque escribió en el fenecido diario El Día un artículo fraterno dedicado a mi padre. Le recordaba con sus botas de cuero a las rodillas en sus oratorias de montaña de su natal Antigua Ocotepeque donde era alcalde en los mismos tiempos en que el traicionero río Marchala inundó la ciudad primera en 1934. Siendo diputado luchó y logró que la Facultad de Farmacia de la cual fue decano abandonara la paternidad de la Facultad de Medicina. Y, al borde de su tumba, el poeta Carlos Manuel Arita lo ensalzó como “político honesto”, un irreductible liberal, un orador brillante, un profesional de primera nota, un amigo fraterno y un padre ejemplar”.

¡Un tío de excepción y un padre excepcional, menuda tarea para un examen final… pero los Villeda nos esmeramos, somos eternos aprendices de nuestros mayores!

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