Lucem et Sensu: Lo que nos hace falta

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23 de enero de 2023
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12:03 am
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Lucem et Sensu: Lo que nos hace falta

Por: Julio Raudales*

John Adams, el fundador de la democracia estadounidense, solía decir: “Debo estudiar la política y la guerra para que mis hijos puedan tener libertad para estudiar matemáticas y filosofía; mis hijos deberían estudiar matemáticas y filosofía, geografía, historia natural, arquitectura, navegación, comercio y agricultura, para dar a sus hijos el derecho a estudiar pintura, poesía, música, estética, tapicería y porcelana”.

Adams fue un animal político como pocos. Su proposición no solamente es un buen consejo, sino que describe muy bien el proceso de desarrollo del mundo en los últimos 250 años y que le han llevado a alcanzar un nivel de bienestar jamás imaginado en la historia.

La humanidad ha pasado por una sinuosa y lenta carrera hacia el presente. Por muy fastuosa que haya sido la vida de los nobles como el Rey Luís XIV, Cleopatra o Gengis Kan, en sus respectivas épocas se sufría horrores por un dolor de muelas y si te daba una apendicitis, generalmente te morías.

No se pueden negar los grandes progresos realizados hasta ahora. La buena noticia es que el fenómeno ha sido acelerado. En 1914, antes de la Gran Guerra Europea, la incidencia de la pobreza en el mundo bordeaba el 82% de las familias y ya para 2014, según el PNUD, dicho porcentaje bajó al 32%.

Da la impresión que la humanidad encontró el camino para desentrampar las limitaciones materiales que durante más de 12 mil años han agobiado a los habitantes del planeta. Si la cosa marcha así, es probable que, para finales del siglo XXI, la pobreza en el mundo sea solo un mal recuerdo.

Pero también hay malas noticias: la primera es que esta mejora ha sido dispar. Algunos países -incluso en África y Latinoamérica- lograron, descifrar la clave del éxito económico. Etiopía, Kenia, Botsuana, Panamá, Costa Rica, Uruguay y Chile, encontraron en la combinación virtuosa de la libertad social, buena gobernanza y políticas sanas, el camino adecuado para caminar por la ruta del desarrollo.

Lamentablemente, aún quedan muchos países capturados por élites poco interesadas en comprender y dar a entender a sus habitantes, la importancia del desarrollo institucional en la búsqueda del equilibrio social.

La segunda mala noticia es que la mejora general del mundo ha sido disfuncional: nos ha quitado el hambre, pero no nos ha servido para ser más felices. Aunque algunos autores como Jonathan Hide han realizado interesantes estudios sobre la correlación positiva entre bienestar material y el emocional, la alta incidencia de suicidios en países como Japón, Suecia y Austria no puede pasar desapercibidos. Pareciera que el más grande reto ahora es lograr que la satisfacción material se traduzca en felicidad.

La tercera noticia desalentadora, es el riesgo, cada vez más evidente, de que los logros adquiridos en gobernabilidad, bienestar y convivencia se desmoronen con el planeta, si es que no aprendemos pronto a cuidarlo de forma adecuada.

Hasta ahora, algunos meses antes de que se acabe el primer cuartil del siglo, la situación no pinta bien. Algunos líderes poderosos del planeta persisten en la necedad y la estulticia y prefieren no ver el peligro que se cierne sobre nosotros si no tomamos medidas para que las mejoras en la producción, no dañen las posibilidades de una convivencia armoniosa del ser humano y la naturaleza de la cual forma parte.

Dicho todo lo anterior, resulta preocupante que, en nuestro país, este tridente de amenazas pase inadvertido y sea cada vez más evidente el poco interés general por hacer que las cosas cambien. Pareciera que esta sociedad enferma de catatonia, persiste en profundizar sus problemas en vez de resolverlos. Somos a la vez, el país con mayor incidencia de pobreza, menor felicidad y también el que peor cuida los recursos que tan prolijamente nos dio la naturaleza.

Escribo esto a solo unas horas de que nuestros legisladores procedan a la imprescriptible tarea de elegir una nueva Corte Suprema de Justicia, que a su vez debería iniciar el camino a la necesaria reestructuración del Poder Judicial. ¿Qué debe suceder?, mejor dicho ¿qué debemos hacer para que las cosas cambien? Tengo para mí, que solo con ciudadanía activa, organizada y beligerante, que exija sus derechos en orden, las cosas podrán ser diferentes.

Llegó el momento de cambiar. De hacerlo nosotros sin esperar que el departamento de Estado, el FMI o los chinos vengan a hacerlo por nosotros. Debemos darnos la oportunidad de demostrar que sí podemos, más allá de lo que digan los políticos abyectos que pareciera que nunca aprenderán.

Rector de la Universidad José Cecilio del Valle.

[email protected]

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