“¿ARTISTAS O ARTEROS?”

ZV
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11 de febrero de 2023
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12:47 am
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“¿ARTISTAS O ARTEROS?”

A propósito de un reciente editorial un buen amigo lector nos envía foto de la carátula del libro “El Arte de Insultar”, del filósofo alemán Arthur Schopenhauer. Máximo representante del pesimismo filosófico; fue uno de los primeros filósofos del siglo 19 en argumentar lo irracional como la fuerza dominante del universo. Un hombre de muy mal carácter, que vivió siempre peleado con un mundo, del que decía “el peor de los posibles”, ya que –a criterio suyo– no pudo reconocer sus virtudes como pensador. En vida sus trabajos no motivaron atención sustancial, sin embargo, su impacto póstumo es trascendente. Dicho sea de paso, escribía exquisitamente y con gran claridad, virtud poco frecuente en la filosofía. “El texto no es premeditadamente un manual de la injuria –explica un crítico literario– sino que se trata de una obra compilatoria en la que se recogen insultos, descalificaciones, críticas, reprobaciones, censuras, escarnios, sarcasmo; es decir, un breviario funcional que toma numerosos ejemplos de improperios e invectivas demoledoras que se reparten por la producción de Schopenhauer”.

“El Arte del Insulto Elocuente” –uno de los editoriales que dedicamos a este tema– una semblanza que recoge memorables cruces de palabra de Winston Churchill con algunos de sus contemporáneos. El artículo ilustra el manejo de la fina ironía del personaje, para referirse a oponentes o bien reaccionando a ataques en su contra. Aquellos eran otros tiempos, como también lo fueron cuando los intelectuales hondureños, polemizaban –en los periódicos o en las tribunas públicas– con tal elegancia de palabra que lo dicho, aunque cáustico o mordaz, no caía propiamente en el rasero del insulto. Pero era la rica formación de hombres leídos, preparados, educados –sin enchapes cosméticos sino de un pulido modo de ser– lo que hacía la gran diferencia. Tanto de su personalidad, en la forma de conducirse, como en el estilo de tratar a un contrincante o a su peor opositor. Ni asomo de semejanza a la ofensa grosera –digamos, como ejemplo, el muladar que atora las redes sociales– ni a la procacidad embadurnada del fango de los más bajos instintos. Por supuesto, en la medida que el individuo adolece de cultura –como muchos de estos zombis de hoy, los analfabetos de ahora que aun sabiendo leer y escribir nada leen y nada de ver escriben– ese lenguaje tóxico de mecapaleros, cobra sello de identidad personal. Un ejemplo que dimos de la acuciosidad del primer ministro inglés: El escritor Bernard Shaw, “muy amigo suyo”, envió a Churchill dos entradas para la noche de estreno de su obra teatral, “una para usted, y otra para un amigo, si es que lo tiene”. De inmediato Winston le contestó, devolviendo las dos entradas, junto a una nota en la que lamentaba no poder asistir a la primera función: “Pero me gustaría tener entradas para la segunda”, continuaba, “si es que la hay…”.

(Lo anterior hizo a Winston recordar un cumplido del director fundador de LA TRIBUNA, periodista Oscar Armando Flores Midence, a un amigo que lo atacaba: “Es que heredó todos los defectos del papá, pero ninguna de las virtudes de la mamá”).

“Los debates tienen unos límites, bien cuando el adversario sabe más y es más ágil, o bien cuando estamos ante un imbécil que se cierra en banda y no cesa de repetir sus sandeces, con lo cual da la impresión de que está ganando la batalla de la disputa”. “Entonces es la hora de dejar a un lado la argumentación y recurrir sin escrúpulos al insulto”. “El filósofo germano prefiere evitar estos extremos, para lo cual aconseja, entre otras actitudes, permanecer indiferentes ante las afrentas y escoger con gran cuidado a interlocutores de calidad”. “El insulto, para que sea eficaz, debe ser agudo, lúcido, certero, preciso –prosigue el crítico literario– sin embargo, aclara: Al concebir el insulto al estilo de Schopenhauer, el propósito esencial es, por supuesto, anonadar al adversario, pero esto no puede derivar en la simple ordinariez barriobajera, sino que el dicterio ha de ser elaborado con arte”. (¿Y a cuál de esos que recurren al insulto –pregunta el Sisimite– ustedes le ven dotes de artista? “Quizás no artistas –responde Winston– pero hay muchos, pobres en argumentos, pero “arteros” en el insulto”).

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