EL arte del insulto elocuente ha sido tema abordado en recientes artículos. Obvio que cualquiera puede insultar –muestra evidente la basura difundida por redes sociales– pero hacerlo con cierta elegancia y elocuencia de palabra, de forma tal que lo dicho no descienda propiamente al rasero del insulto, es un arte que pocos dominan. Y mucho menos en sociedades de escasa cultura. ¿Y a cuál de esos que recurre al insulto –pregunta el Sisimite– ustedes le ven dotes de artista? “Quizás no artistas –responde Winston– pero hay muchos, pobres en argumentos, pero “arteros” en el insulto”. Antes dimos algunos ejemplos, pero aquí van estos otros: Del filósofo alemán Arthur Shopenhauer. «Schopenhauer –explica uno de sus biógrafos– se presentaba a sí mismo ante los profesores y los alumnos de la magna Universidad de Berlín cual justiciero que venía a devolver las aguas a su cauce natural, y que restituiría para la filosofía la dignidad y la claridad que jamás debió haber perdido. Los ataques al hegelianismo y sus secuaces eran evidentes: “Hegel: dilapidador de papel, tiempo y cerebros”.
Un gigante en el arte de la oratoria fue Winston Churchill. Diestro en el uso de la ironía que utilizaba frecuentemente contra sus oponentes. Una conversación entre Churchill y el presidente Harry S. Truman, sobre Clement Attlee: HST: “Parece ser un tipo modesto”. -WC: “Tiene mucho sobre qué ser modesto”. “Él es uno de esos oradores de quienes se puede decir: “Antes de levantarse no tiene idea de lo que va a decir; cuando habla, no tiene idea de lo que está diciendo; y cuando ya se sentó, no tiene idea de lo que dijo”. Esta otra de la pluma exquisita de Óscar Wilde: “No tiene enemigos, pero es intensamente repudiado por sus amigos”. Una más de Groucho Marx: “Nunca olvido una cara, pero en tu caso estaré encantado de hacer una excepción”. Ahora bien, los maestros de este arte satírico, en su festinada rivalidad, fueron Francisco de Quevedo y Luis de Góngora. En esta pieza Quevedo se ríe de Góngora –de quien se burlaba por su forma de escribir rebuscada para decir cosas muy sencillas– y alusivo a su poema Las Soledades, nos enseña cómo, siguiendo sus instrucciones, podemos acabar escribiendo como Góngora en un solo día: “Quien quisiere ser Góngora en un día/ la jeri (aprenderá) gonza siguiente:/ fulgores, arrogar, joven, presiente,/ candor, construye, métrica, armonía;/ poco, mucho, si, no, purpuracía,/ neutralidad, conculca, erige, mente,/ pulsa, ostenta, librar, adolescente,/ señas, traslada, pira, frustra, harpía/. Cede, impide, cisuras, petulante,/ palestra, liba, meta, argento, alterna,/ si bien, disuelve, émulo, canoro/. Use mucho de líquido y de errante,/ su poco de nocturno y de caverna,/ anden listos livor, adunco y poro;/ que ya toda Castilla con sola esta cartilla/ se abrasa de poetas babilones,/ escribiendo sonetos confusiones;/ y en la Mancha pastores y gañanes,/ atestadas de ajos las barrigas,/ hacen ya soledades como migas”.
Ahora, unos versos de Góngora acusando a Quevedo –que caminaba cojeando– de beber en exceso; (Góngora llamaba a Quevedo, Qué bebo, y a sus gruesas gafas, quevedos): “Cierto poeta, en forma peregrina/ cuanto devota, se metió a romero,/ con quien pudiera bien todo barbero/ lavar la más llagada disciplina./ Era su benditísima esclavina,/ en cuanto suya, de un hermoso cuero,/ su báculo timón del más zorrero/ bajel, que desde el Faro de Cecina/ a Brindis, sin hacer agua, navega./ Este sin landre claudicante Roque,/ de una venera justamente vano,/ que en oro engasta, santa insignia,/ aloque, a San Trago camina, donde llega:/ que tanto anda el cojo como el sano. (En estos días de sectarismo caliente, la alucinación maliciosa y el insulto procaz –no el arte de eruditos haciendo ingenioso uso de las palabras sino la jerigonza nociva en boca de mecapaleros– son el sello distintivo de políticos incorregibles y de sus praecos. Con muy pocos alcances –lamenta Winston y el Sisimite– para percatarse que las alianzas son con Honduras, no a un subalterno interés cualquiera).
