BARLOVENTO: ¿Suicidio de los líderes del mundo?

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16 de febrero de 2023
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12:03 am
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BARLOVENTO: ¿Suicidio de los líderes del mundo?

Por: Segisfredo Infante

Dos semanas hacia atrás una pareja de amigos profesores jubilados me invitó a almorzar. Ellos dos (marido y mujer) estuvieron ligados en forma directa a la Universidad Pedagógica Nacional “Francisco Morazán”. Entre varias cosas que conversamos, salió a flote el tema de la ausencia de verdaderos lectores en la actualidad, y entonces bromeamos un buen rato respecto de todos aquellos que solamente leen las contracubiertas de los libros. Ahí mismo les relaté la anécdota de un exalumno mío en la carrera de Historia de la UNAH, quien se jactaba, en tono de broma crítica hacia los demás, que él solamente leía las contraportadas (léase contracubiertas) de los libros, y que en consecuencia rechazaba, siempre en un tono sarcástico, a todos aquellos que nunca habían leído una colección de contraportadas. El alumno era un buen devorador de libros, dicho sea de paso. Ahora es un escritor que ha publicado dos volúmenes, y quizás por eso se ha ausentado de nuestra bonita amistad.

Lo anecdótico viene al caso porque en la contracubierta del libro filosófico “El acontecimiento y el mundo” (1998, 2012), del escritor francés Claude Romano, se lee lo siguiente: “Hay acontecimientos que rompen el orden del mundo y trastocan un espacio de previsiones que se creía estable. Es decir, hay acontecimientos que alteran el mundo y quizás solo ellos merecen ese nombre. La desesperación, el duelo, el espanto; pero también cada nacimiento”. (…) “Pocas veces se ha atrevido la filosofía a tomarlos en cuenta, precisamente porque exigen alterar el ámbito de lo que se cree posible y controlado, e incluso porque piden modificar el propio lenguaje usual de la tradición filosófica”. (Fin de la cita). Es la primera vez en mi vida que transcribo dos párrafos de una contracubierta. Pero a mi juicio este libro propicio de Romano debió traducirse como “El advenimiento en el mundo”, en tanto que en sus páginas se habla de relámpagos y tormentas, calzando un poco con el pensamiento de Heráclito.

A propósito de relámpagos y tormentas en donde, a pesar de todo, siempre subsisten y persisten la esperanza y la luz, creo que es oportuno volver al tema de las provocaciones reiteradas que podrían conducirnos a una nueva hecatombe mundial, habida cuenta del desequilibrio de las cosas y de la ausencia de un liderazgo global que realmente piense en los intereses de la humanidad concreta. No solo en sus prestigios individuales; ni en las próximas elecciones; ni en el poder grupal o en sus orgullos inmediatistas aparentemente nacionales. En la época de los dos hermanos Kennedy, frente a la crisis de los misiles atómicos en octubre de 1962 se habló, en los altos niveles, de los posibles errores de cálculo que podrían desembocar en una tragedia universal. El mismo Robert McNamara le dio la razón a John F. Kennedy cuando en un libro esbozó que “todos estábamos equivocados, menos el presidente”. El comandante Fidel Castro, por su lado, terminó por darle la razón a Kennedy en una entrevista abierta, de “CNN”, en el curso del año 1998. Claro que para saber de estas cosas es preciso leer libros importantes y recordar la “Historia” sinuosa, brillante y desgarradora de la humanidad. Muchas de las grandes caídas, en los devenires históricos, es por falta de lecturas sistemáticas, errores de cálculo, sensibilidades atrofiadas y, sobre todo, por ofender y subestimar a los “adversarios” de turno. Aristóteles sugería que toda guerra comienza con una ofensa.

El grave problema actual es que, por encima de los intereses de la humanidad, parecieran interponerse los intereses megalómanos. Y, por regla general, con las excepciones del caso, la megalomanía es ciega y feroz. El mismo Napoleón Bonaparte lo reconoció al externar (todos hemos leído esto) que “entre lo sublime y lo ridículo solo hay un paso”. Pero Napoleón era un guerrero y un estadista genial, capaz de reconocer sus propios yerros, aunque fuera al final del camino.

Decía en otros artículos previos que en vez de bajar el tono de los lenguajes y reducir el radio de las provocaciones cuádruples, se han intensificado considerablemente, con altanerías y ataques, perdiendo de vista los riesgos en que se coloca al resto de los países débiles. Y en graves aprietos el destino del “Homo Sapiens Sapiens”, que podría ser testigo (Dios lo impida) del último aliento y de la última mirada de la especie humana. Percibo, ojalá que me equivoque, que los actuales “líderes” de las potencias mundiales (con excepción de Lula da Silva) están cayendo en una actitud soberbia y suicida, con la cual se llevan de encuentro a todos los hombres de la Tierra.

Escribo sobre estos complicadísimos temas porque considero que es un deber altísimo de los escritores la salvaguarda de la especie humana. Y lo hago recordando un poemario del escritor español Jorge Guillén: “Mientras el aire es nuestro”.

 

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