Dos aniversarios muy diferentes

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22 de febrero de 2023
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12:24 am
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Dos aniversarios muy diferentes

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Este 24 de febrero se celebrarán dos aniversarios completamente diferentes en Europa: la fiesta de independencia de la República de Estonia, y la deplorable invasión rusa a Ucrania.

Estonia, que, hasta hace treinta y un años se separó del poder de Moscú, es decir, hizo a un lado el socialismo para abrazar la economía de mercado, tiene suficientes motivos para festejar: un Índice de Desarrollo Humano de 0.8 por ciento, y un PIB per cápita de 23.640 euros -comparado con el 10.32 de la Federación Rusa-, que lo coloca en el puesto 38 de los 196 países de la tabla de PIB. Merced a que cuenta con un buen sistema de seguridad jurídica y social, Estonia es un país muy atractivo para invertir en negocios, – ocupando el puesto 18 de entre 190 países – según la clasificación del “Doing Business”. En comparación, la Federación Rusa ocupa el puesto número 38 en dicho “ranking”.

Mientras Estonia prepara su fiesta nacional este viernes, los ciudadanos rusos, en lugar de festejar, deben estar deplorando la aventura militar de Putin, y la pérdida de miles de jóvenes reclutas que han sido obligados a enlistarse para combatir a un “enemigo” inventado por la mente desquiciada del excoronel de la KGB, cuyo enjundia militar solo es comparable a la campaña emprendida por la Alemania nazi contra la URSS, en la Segunda Guerra Mundial. Un enemigo, por cierto, que ha presentado una férrea resistencia defensiva, que ha obligado a Moscú a desviar ingentes cantidades de recursos para invertirlos en esa desenfrenada carrera armamentista contra Ucrania.

La guerra es la mayor estupidez inventada por el ser humano, sobre todo cuando se acomete injustificadamente contra un pueblo para apoderarse de sus recursos; no hay otra explicación, a menos que, como en el caso de Ucrania, una nación se vea obligada a defenderse y a repeler al invasor por cuestión de sobrevivencia. Las ofensivas, como las de Putin, casi siempre van precedidas y acompañadas de un elemento ideológico que legitima la hostilidad militar, digamos, la amenaza externa de un potencial enemigo, o la reafirmación tribal que reivindica un territorio por cuestiones étnicas, o religiosas. Putin lo ha hecho, recurriendo al ardid de la desnazificación ucraniana, un cuento que solo los tontos ideologizados se tragan.

Los caudillos como Putin, cuando emprenden una invasión contra una nación es porque carecen del talento para erigir la economía nacional al nivel de sus vecinos más desarrollados, y porque precisan de los recursos del país agredido para robustecer sus mercados. De paso, para ganar la confianza de sus compatriotas. La falta de visión económica es suplantada por las ansias permanentes de concentrar el poder para evitar las críticas y las voces disonantes. Internamente, recurren al control férreo de las instituciones, mientras obligan a sus ciudadanos a creer que sin su existencia, la vida sería una desventura.

Pero todo se trata de agrandar el poder; un poder que no es utilizado para beneficiar a sus coterráneos, sino para acrecentar las haciendas personales y la de los socios que acompañan al mandamás.

Putin es el ejemplo más claro de la amenaza del autoritarismo en el mundo; un mal ejemplo, incluso para los gobernantes de los países subdesarrollados, donde las economías han hecho aguas, y el futuro se pinta cada vez más gris para los ciudadanos. Los remedos chuecos de Putin, que han brotado en América Latina -en nombre de un socialismo fracasado-, son más peligrosos para nuestras economías, porque Rusia, al menos, posee recursos suficientes para mantenerse a flote en el tiempo, mientras en los países pobres, los cesarismos condenan a la gente a sufrir penurias, y a extrañarse del propio terruño a falta de oportunidades.

El pueblo ruso nada tienen que celebrar este 24 de febrero, pero mucho que lamentar, mientras su vecino del Báltico vivirá la fiesta grande, con el único temor de que al oso moscovita no se le ocurra un día de estos, clavarle los colmillos por la espalda, como ha hecho con Ucrania.

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