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A propósito de Winston, el compañero del Sisimite, personajes infaltables en esta columna de opinión, a los que se les ha dado la tarea de colocar el punto final a los editoriales –con sus conversaciones, frases, dichos, refranes y moralejas– iniciamos la semana con un bonito artículo alusivo al tema, escrito por la viuda del escritor portugués. (Fue galardonado con el Nobel de Literatura por “su capacidad de volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”): “Entra, has encontrado tu casa”: así llegó Camoens a la vida de José Saramago”. “En el momento en que el ministro de Cultura de Portugal, le anunciaba al escritor que le había sido concedido el mayor galardón literario de la lengua portuguesa, un perro asustó tanto a una vecina que gritó pidiendo ayuda”. “Salimos a la calle quienes estábamos en casa y vimos que el fiero animal era un cachorro asustado del susto de la mujer”.
“Por la puerta abierta del jardín entró el animal moviendo torpemente las piernas, un poco desgarbado, feliz de que nadie le maltratara”. “Cuando Saramago apareció comunicando que había recibido el Premio Camoens, supimos, en ese instante lo supimos, que el perro que había encontrado su casa no iba a tener otro nombre que el del gran poeta portugués”. “Y así, al menos en Lanzarote, Camoens fue nombrado cientos de veces al día, fue vida y fue homenaje”. “Y este perro dulce y noble, que nunca aprendió a comer despacio porque hasta llegar a casa había tenido que luchar contra el hambre y el abandono, con su corbata blanca dibujada en el pelo negro, que fue el modelo para el “Encontrado” de La Caverna, un perro que, como todos los perros que Saramago inventa, es la mejor respuesta animal a la mejor conciencia humana, ha muerto con todos sus años y siempre amado”. “Cuando Camoens regresó a casa tras la muerte de José Saramago no pudo aceptar la ausencia”. “Estuvo intranquilo durante el día, pero cuando llegó la noche y no vio al dueño ni en la cama ni en el sillón que habitualmente ocupaba, cuando una y mil veces recorrió el espacio entre las dos habitaciones, cuando entendió que el dueño ya no estaba ni iba a estar, que eso es la muerte, aulló, gritó, se desgarró en un dolor que describirlo araña el alma”. “No bastaron abrazos para consolarlo, ni palabras cariñosas: iba y venía de un lugar a otro en una carrera que partía el corazón, gemía con dolor humano”. “Por eso, un amigo que estaba en casa y vivió la noche, tituló al día siguiente su columna periodística: “Camoens llora por Saramago”. “Saramago ya no podrá llorar por Camoens, ahora que ha muerto tan dulcemente como vivió, tan honestamente animal que apetece aprender de su forma de estar en la vida”.
“O tal vez, sin llorar, se encuentren en la sensibilidad creada que nada ni nadie puede destruir porque tanta vida compartida, y en tan amable compañía, no puede perderse”. “Por ahí están, en libros y memorias, en corazones que no se rinden, José Saramago con sus tres perros, Pepe, Greta y Camoens, poniendo belleza en el mundo, inmortales en la vivencia personal de quienes saben ver y, además, sentir”. (Winston ilustra que el perrito murió dos años después del fallecimiento de su amo. Camoens, el perro de agua –“de pelo negro con su especial corbata blanca que lo distinguía de cualquier otro ejemplar de la raza canina”– se encarnó ahí como el “perro Encontrado” que se aparece de repente en la casa del alfarero protagonista de su novela “La Caverna”. Los canes con frecuencia deambulaban en sus otros escritos. En su “Ensayo sobre la ceguera” un perro consuela a una mujer bebiéndole sus lágrimas. En una entrevista, el escritor manifestaba: “encuentro en los perros, más humanidad que en los hombres”. ¿Qué especial sentido tendrán los chuchos que sienten lo que las personas debiesen de sentir unas por otras? –se pregunta el Sisimite, tomando palabras del periodista Oscar A. Flores Midence, de su cuento de un chuchito– “Si es difícil escrutar el alma de los hombres, más difícil es escrutar el alma de los animales”).