Consumidores de mentiras políticas

MA
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8 de marzo de 2023
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12:31 am
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Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Todos aceptamos que los políticos son unos mentirosos, y que la mentira es una particularidad muy propia de la política; una especie de atavío del que la ejerce, tan personal como el traje y la corbata del funcionario público y del dirigente partidista.

¿Por qué mienten los políticos sin temer a las críticas que vendrán cuando se descubra la engañifa? Es una pregunta muy habitual entre los ciudadanos, a quienes les toca lidiar con las consecuencias que provocan las mentiras de los gobiernos; por ejemplo, cuando los escándalos de corrupción institucional van en aumento, cuando los criminales campean indemnes por el paisaje nacional, o cuando aseguran que están trabajando para reducir la pobreza. Todo ello, a pesar de las evidencias que refutan los discursos mediáticos y los “post” en Twitter.

Podemos estimar que la mentira se presenta de dos maneras diferentes en los grupos políticamente organizados: en tiempos de elecciones, y durante el ejercicio administrativo, una vez llegados los partidos al gobierno. Durante las campañas políticas, las mentiras se plasman en una oferta de cosas deseables para el público votante, con el propósito de suscitar entusiasmo, e inclinar la balanza hacia el lado del que promete cielo y tierra. Los asesores de imagen, esos sabihondos cantinflescos que han aprendido -según ellos- a “leer” la realidad, como si se tratara de un partido de futbol, sugieren a los políticos publicar ficciones que encenderán las pasiones de los votantes; incluso apelando al “sex appeal”, como el caso de Nayib Bukele en El Salvador. Es decir, lo importante no estriba en decir la verdad, sino en convencer y alcanzar el poder, no con fines democráticos, sino con propósitos puramente particulares.

Cuando se llega al poder, la mentira oficial juega un papel de primer orden en la búsqueda de opinión pública favorable, un elemento clave que puede legitimar o desacreditar la imagen de un gobierno. Y sobre esa base existen demasiados intereses de por medio, tanto para la supervivencia del partido en el poder, la estabilidad del gobierno, o los negocios que se hacen a la sombra de éste.

Pero hay una razón que le da vida a la mentira política: las circunstancias y el papel que juega la confidencia como una técnica para esconder los desaciertos del poder. Todo poder gobierna sobre la base de dos avenidas: la pública que engalana la retórica con sofismas y artilugios demagógicos; y la privada, que es la verdad oculta a los ciudadanos. En los últimos años, los gobiernos de América Latina se han visto obligados a mentir cada cinco minutos, ante la incapacidad política de satisfacer las demandas sociales de las mayorías. La ineptitud es de tal magnitud, que, en lugar de reconstruir sobre las ruinas de la economía, se enfatiza en el pasado reciente para justificar la tardanza de las respuestas sociales. La propaganda oficialista suele arremeterla contra el neoliberalismo, las élites tradicionales corruptas, o el saqueo presupuestario, al mismo tiempo que exculpa al gobierno actual de cualquier retraso en la agenda pública.

Así pues, las consecuencias de la mentira en la política son funestas; en principio, porque la política y la mentira son incompatibles. Segundo, porque vivimos en un mundo donde todos sabemos cuándo los gobiernos y los políticos mienten, y porque podemos palpar la verdad a través de las redes sociales, y en la experiencia propia del diario vivir; es decir, ya no somos una sociedad desinformada como antaño: las mentiras se ven venir antes que el gobernante las pronuncie.

Que les creamos o no, nada de eso parece importarles a los gobiernos: hay quienes aseguran que en las mentiras políticas que se esparcen a diario radica el propósito del poder: aislar a los ciudadanos para que no distingamos entre lo verdadero y lo irreal; engendrar confusión y miedo, y precipitar las decisiones en una sola dirección: la que lleva a los gobiernos a alcanzar sus objetivos políticos. Vuelta al ciclo: vendrán nuevas elecciones, nuevas promesas, relucientes y pulidas. Quizás sean todas mentiras, a lo mejor, pero las seguiremos consumiendo.

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