LETRAS LIBERTARIAS: El barco que se hunde

ZV
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11 de marzo de 2023
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12:04 am
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Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Nadie sabe hacia dónde va nuestro país en materia económica. Para los entendidos, ni siquiera existe una agenda clara que señale el camino hacia la prosperidad, mientras el discurso oficial se limita a una repetidera vacua en los foros televisados y radiales.

Si nos figuramos que esa prosperidad es un puerto seguro al que hay que llegar lo más pronto posible, es tiempo de desengañarnos. Nos parecemos más a un antiguo barco de velas en medio de la tempestad que amenaza con hundir los vestigios del carcomido maderamen económico. Nos dirigimos directamente a las profundidades donde yacen los países fracasados, sin duda. Los resultados de los gobiernos anteriores, y de éste -que parece ser el peor-, avalan este pesimismo nihilista.

Los políticos hondureños detestan hablar de economía, porque no la entienden; y cuando algún entendido llega a cualquier gobierno, mimetiza sus conocimientos y politiza su pensamiento. Así, el optimista ministro de Desarrollo Económico asegura que vamos por buen camino; que se está trabajando en los temas como la atracción de la inversión, pero que falta mucho por hacer, que es la expresión favorita de los futbolistas cuando su equipo no tiene posibilidades. Y de la policía también, cuando los criminales despuntan como esporas en primavera.

No se crea que esto es de ahora, no; todo tiene un hilo conductor. En realidad, nuestra crisis data de los tiempos cuando se origina el industrialismo hondureño, allá por los años 50 del siglo pasado. Fue por esos días cuando el Estado asume el papel de impulsor del desarrollo, promoviendo la política de Sustitución de Importaciones, a la vez que juega el rol de empresario metiéndose a competir con el sector privado. Para garantizar correctamente su política desarrollista, el Estado instaura un banco de fomento a la industria -BANAFOM-, electrifica las zonas urbanas con la ENEE, instituye el IHSS, el Instituto Nacional de la Vivienda, a la vez que establece el Código de Trabajo para asegurar los contratos laborales. Es decir, fue una verdadera revolución capitalista, aunque con ciertos matices de intervencionismo estatal.

El problema fue que el Estado se convirtió no solo en un competidor directo, sino también en el padrino de los empresarios más fuertes, a quienes protegió durante buena parte de su existencia. La consigna pareció decir: “Aprovechad el momento que yo os protejo”; y bajo ese ardid, varios se quedaron muy “tranquilitos” en su patio, acumulando capital a punta de dispensas, exoneraciones, permisos, facilidades, y mercedes de todo tipo. Pero la llegada de la globalización nos desnudó. No se podía permitir que los tratados de libre comercio, la liberalización de los bienes y servicios, y la libre circulación de mercancías pusiera en peligro los productos “Made in Honduras”. Así se refuerza aquel eslogan que decía “Consuma lo que el país produce”; una verdadera consigna antiliberal, antiglobalización, anticompetencia, anti todo.

La globalización exigía ¡y exige!, una base educativa de primera -no como la miseria que tenemos-, así como un programa nacional de competitividad para ir a posicionar nuestras marcas en el exterior; ser fieros como los mexicanos que juegan en ligas superiores, si no vean a Bimbo que es una empresa familiar y global; y, por supuesto, se necesitan líderes inteligentes, honrados y responsables.

En “El fin de la pobreza”, Jeffrey Sachs dice que “La pobreza es resultado de la existencia de dirigentes corruptos que impiden el desarrollo moderno”, y es verdad. En lugar de estar promoviendo el desmadre sexual, o las vacaciones para padres de familia irresponsables, hay que recordarles a los preclaros hombres de la patria, que hay cerca de 7 millones de cristianos en precariedad económica, que están a merced de los malandros en sus barrios; que estudian en escuelas de desechos, y acuden a centros de salud del Cuarto Mundo.

En conclusión: el “Titanic” económico nacional ya hizo aguas, y ni siquiera hemos enviado el “Save Our Ship” a los rescatistas que, por cierto, deben estar escondidos en algún lugar ignoto, o no han egresado de la universidad.

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