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Juan Ramón Martínez
Ante la provocación, cargada de inmadurez y de machismo innecesario, que le hiciera Manuel Zelaya, al enviarle un beso, Nasralla tuvo un comportamiento equilibrado. Se desmarcó diciendo que él era diferente al expresidente. Y tiene razón. El excandidato presidencial y ahora designado, tiene tras de sí una gran representación que está obligado a desempeñar y además, sabe y se siente, el más grande y legítimo opositor al gobierno actual. De repente el adjetivo legítimo no es apropiado; lo de repente es inevitable. Porque Nasralla no solo es el principal responsable que Xiomara Castro y Libre hayan ganado las últimas elecciones generales, sino que, además, tiene la obligación moral de defender el veredicto de la opinión ciudadana, luchando para que Xiomara Castro asuma sus responsabilidades, rechazando la intromisión abusiva de su marido en tareas y responsabilidades que solo por su condición de usurpador puede desempeñar.
Nasralla en la medida en que pasa el tiempo, ha ido asumiendo -fuera de algunas posturas criticables, especialmente sus declaraciones sobre sus elevadas competencias y la inevitable tentación de descalificar a los demás- su papel de principal opositor. Por ello critica, tanto por las razones apuntadas, como también porque de alguna manera está obligado a expiar sus culpas, por haber contribuido a entregar el poder a un grupo político que, amenaza la existencia de la democracia y compromete la tranquilidad de los hondureños. De allí, hoy por hoy, aunque Quintín Soriano representa la reacción popular ante el mesianismo de Manuel Zelaya Rosales; el PN es la fuerza más grande numéricamente hablando, es Nasralla, quien muestra mayor voluntad de liderar la oposición. Y como sabemos, la voluntad de lucha, la pasión por el poder y el sentimiento que la persona que se trata es fiel a una misión, es fundamental en la actividad política. Y en esto, nadie tiene más fuerza y pasión por el poder que Nasralla, por lo menos hasta estos momentos.
Por ello, no se le debe menospreciar, descalificar e impedirle el paso para impedirle que cumpla la misión que se ha impuesto que, hasta donde observamos, tiene dos fases: 1) sacar a “Mel” Zelaya del gobierno y devolvérselo a Xiomara Castro que fue la escogida por el pueblo hondureño en forma mayoritaria; y 2) animar una coalición opositora democrática para derrotar y sacar a Libre del poder en las próximas elecciones. En estas dos tareas, tiene una fuerte voluntad, probada en muchas circunstancias y, lo más importante, es la figura con la que la oposición tiene que para construir un liderazgo triunfador. En este momento, la clase media, una fracción libre de los sectores populares -los más alejados del lumpen proletariado en palabras de Marx- y la mayoría de los empresarios, no disimulan su preocupación ante la deriva autoritaria de Manuel Zelaya y sus parciales -Salgado, Torres, Medina, Cardona, Pineda, Roque- que compromete sus intereses. Hasta ahora, para la oposición larvaria, pero con un crecimiento exponencial que se ha ido articulando frente a los errores de una administración desordenada, casi al borde del caos, Nasralla espiga como una figura singular.
Nasralla provoca pasiones y rechazos. En lo primero, es evidente que cuenta con una masa fiel que siempre espera sus instrucciones. En lo segundo, tiene adversarios muy fieles también, que no le perdonan sus requiebros, sus autocalificaciones y las desmesuras sobre sus competencias; y que, en consecuencia, siempre le adversaran e incluso los que tienen más acceso a los medios, buscarán ridiculizarlo como forma de eliminarlo políticamente.
Pero hay una verdad indiscutible. Las fuerzas democráticas y la oposición en general, no pueden prescindir de Nasralla. Es un político necesario con el cual hay que contar. Tanto por su fuerza electoral, como por el hecho que, si hay cosa que Nasralla tiene clara, es su compromiso con el sistema democrático, la paz y la tranquilidad de la República.
En este sentido los líderes democráticos, haciendo incluso algunos ascos comprensibles, tienen que admitir que Nasralla es necesario; y que, tienen que trabajar con él. Pero, además, Nasralla tiene que bregar con sus egos desmesurados, su desmedida seguridad en sí mismo; y, hacer un esfuerzo de mayor humildad que le permita convencer a los preocupados, antimelistas, que puede contar con él, sin desplantes y sin errores infantiles como los cometidos por él, en el cercano pasado.