NACIMIENTOS

MA
/ 15 de marzo de 2023
/ 12:25 am
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NACIMIENTOS

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LA realidad que el sentimiento de cuasi hermandad en la cercana relación no fue porque hayamos crecido juntos –como suele suceder con el compañerismo que se remonta a la infancia o a los primeros años de colegio– ni por circunstancias de su profesión, como el más buscado arquitecto capitalino de su época, por clientes y amigos enamorados de sus diseños de casas de tejas de barro –con los espacios justos y bien distribuidos para que el costo no fuese oneroso– con paredes de repellado rústico, al estilo colonial. Más bien el primer recuerdo que salta a la memoria, fue cuando se apuntó a acompañar nuestro proyecto político. Por cuestión de tendencias ideológicas o bien de convicciones, militaba en otra corriente. Cuando le pedimos interceder con uno de sus compañeros de viaje, buscando sellar una alianza –después de unas azarosas elecciones internas enfrentando al oficialismo– regresó con el siguiente recado: “Dice el amigo que no deja de ser arriesgado caer al abismo, si da un salto tan grande de un extremo al otro, de la izquierda a la derecha; pero, quizás, si brincan ambos –tú y él– podrían encontrarse en el centro”.

De más está decir que vencimos en las primarias, pero no ganamos los comicios generales –hubo que esperar el paso de otros– sin embargo, quiso la Providencia, ya menos inmaduro gracias a las lecciones del tiempo y a la mayor prudencia que se obtiene de los reveses y corrigiendo errores, que la coyuntura pusiese a nuestro alcance el delicado honor de servirle a Honduras, respondiendo a la confianza popular depositada. Le ofrecimos a Menando desempeñarse en el despacho de Relaciones Exteriores. Riguroso en su ética manera de actuar, sus primeras providencias fueron solicitar la renuncia de todos los que tuviesen alguna relación de parentesco con algún otro funcionario desempeñando un cargo en el servicio diplomático. Lo que nos agenció incomodidades de varios amigos. Siendo canciller nos acompañó a varias misiones, pero fue en la Cumbre de las Américas, en Chile, hospitalizado por un mareo –diagnosticado como cosa distinta– que posiblemente sufrió un temprano síntoma del padecimiento con que lidió –valiente y disciplinadamente–durante varios de sus últimos años de vida. Si bien supo manejar con acierto las vorágines diplomáticas de aquellos días, por vocación, su interés era más interno que externo. (Un compañero suyo del Consejo de Ministros, en su mensaje de pésame, incluye una anécdota: “Me acuerdo de él –dice– hablando en las sesiones de gabinete de los problemas de todos los demás, y de la broma que usted le hizo: Menando ¿y a qué horas vas a hablar de lo tuyo?”. Tal vez, hubiese estado más a gusto en Gobernación –pensamos– deducible de sus frecuentes visitas a alcaldías y patronatos, con el corazón puesto en la solución de acumuladas y ancestrales carencias de comunidades distantes y olvidadas de la geografía nacional).

Más o menos, la misma luz sugestiva de sus monumentales nacimientos. Sí, por supuesto, de los paisajes habituales y motivos navideños, pero lo verdaderamente atractivo, que los diferenciaba de la tradición, eran los retratos insertos –sin que faltase la aguda crítica disimulada entre pichingos y letreros– de los ingentes problemas nacionales. Su regalo –mientras la salud le permitió a él y a doña Karen montar aquellos imponentes escenarios pictóricos– a la procesión de capitalinos, agolpada en largas colas –padres con sus hijos, menores y mayores, en fin, una cita familiar– que año a año llegaba extasiada a contemplar las novedades de la magnífica natividad. Aun anticipando –por la naturaleza de su padecimiento– recibir la infausta noticia en cualquier instante, no hay aguardar posible que mitigue el hondo golpe en el pecho que lo deja a uno sin aliento, al momento preciso de enterarse: “Falleció Menando –nos avisaron– a las 6 de la mañana”. Nos deja, ejemplo de una innegociable conducta moral –eso de lo que hoy tanto se adolece– de entrega al trabajo honrado y dechado servicio a la patria. Solo que allá donde se dirige, al paraíso celestial, si bien su última morada, conociéndolo como lo conocimos, presumimos que no va a ocuparse de asuntos finales, sino a pedir que le den los nacimientos. Dirá, en su solicitud de empleo, para que año con año, y per sécula saeculórum, no se interrumpan las peregrinaciones al sagrado lugar de los orígenes; al pesebre divino, el más humilde de todos los pesebres.

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