Clave de SOL: Tendencia universal de Alfonso Reyes
Por: Segisfredo Infante
Pienso que Alfonso Reyes (1889-1959) es uno de esos pocos latinoamericanos que padeció la tensión íntima, o estilística, entre las bases culturales prehispánicas de su propio país, el mestizaje criollista modernizante y su necesidad intelectiva de alcanzar los saberes universales, predominantemente los de origen griego, sin olvidar los ingredientes judeocristianos y los aportes de los romanos. James Willis Robb supo identificarlo, en su tesis doctoral presentada en junio de 1958, como un “crítico literario, historiador de la literatura, filósofo, periodista, profesor y epicúreo”. Una especie de enciclopedista de la primera mitad del siglo veinte, en tanto que los intelectuales nacidos en las provincias (en este caso en el interior de México) han necesitado compartir sus lecturas y conocimientos múltiples con sus paisanos, que saben muy poco de su pasado histórico y del mundo en general, como ha sido la costumbre unilateral y encerrada de América Latina.
No es casual la apertura mental enciclopedista del mexicano Alfonso Reyes Ochoa, en tanto colega generacional de José Vasconcelos, Antonio Caso Andrade y del dominicano Pedro Henríquez Ureña. Bajo la influencia académica y política previa de Justo Sierra Méndez, ministro de Instrucción Pública, y distanciados del positivismo, aquellos jóvenes eran abanderados de publicar todo lo que fuera publicable, y traducir de las lenguas extranjeras al castellano, todo lo que era necesario traducir, claro está, en México. De tal generación es heredero directo el hondureño Rafael Heliodoro Valle, a quien Alfonso Reyes le dedicó un corto pero espléndido artículo en 1956.
La obra literaria y epistolar de Alfonso Reyes es vasta. Pero, por ahora, deseo centrarme en un solo texto: “La filosofía helenística”, libro redactado en 1954 y publicado, en su primera edición, en 1959, con reproducciones. Esta obra es resultado de un conjunto de anotaciones y charlas que Reyes ordenó en un solo volumen. Desde las primeras páginas detectamos que se trata de un ensayo literario con una fuerte inclinación filosófica. O, más bien, una obra de erudición filosófica con inevitables matices de crítica literaria. Amén de ser un buen poeta, Alfonso Reyes fue uno de los escasos escritores latinoamericanos que supo deslindar (o diferenciar) la sobriedad indispensable del lenguaje filosófico, respecto del estilo poético, tal vez por su condición de abogado, profesor, periodista, historiador y traductor. Esta capacidad de diferenciación entre literatura y filosofía, solo habrá de adquirirla, más tarde, en México, el poeta y ensayista Octavio Paz, con las peculiaridades octaviopazianas.
Alfonso Reyes recomprendió, como pocos, la necesidad de abrevar en las fuentes originarias en las que se había nutrido la mayor parte del saber filosófico y científico occidental, incluyendo el mexicano, y el resto de América Latina. Por eso estudió a los griegos y romanos en sus conexiones con las culturas del Cercano Oriente. En “La filosofía helenística” traza una frontera más o menos clara entre la cultura clásica griega de los grandes filósofos, y la cultura helenística descendente difundida a partir de las conquistas macedónicas de Alejandro Mago y sucesores. Quizás el mismo Alejandro Magno carecía de plena conciencia en los respectos culturizantes del saber griego hacia el resto del continente asiático conquistado. Aunque una posible o probable intuición le acompañaba en sus andanzas guerreristas y civilizatorias, habida cuenta que había sido discípulo directo o indirecto del gran Aristóteles. En último término Alejandro estaba más interesado en su gloria y su fama personales, que en difundir el pensamiento filosófico y científico de los griegos clásicos. Fueron más bien sus herederos los encargados de instalar museos, bibliotecas y centros experimentales en Asia Menor y África, principalmente en Siria, Pérgamo y Egipto. Los sátrapas helenizantes (los seléucidas) de Siria fracasaron en sus empeños finales. Los Ptolomeos, en cambio, lograron instalar la más grande y famosa biblioteca pluralista en el antiguo puerto de Alejandría, Egipto, en donde se daba preferencia a las ciencias prácticas y un poco al neoplatonismo, olvidándose, durante dos siglos, de las enseñanzas sistemáticas de Aristóteles.
Este pensador mexicano, de clara tendencia universal, en vez de escuelas hablaba de “sectas filosóficas” griegas, alejandrinas y romanas, derivadas de un “subsocratismo” caído en desgracia, con muy mala opinión, suya, sobre los subgrupos de los “cínicos” y “los escépticos”. Es deducible que Reyes sintió un indubitable respeto hacia las grandes escuelas clásicas representadas por Sócrates, Platón y Aristóteles. No comparto, en ciertos renglones, todas las apreciaciones de Alfonso Reyes, pero es interesante cuando afirma que “La filosofía helenístico-romana va desde la muerte de Aristóteles hasta la muerte de San Agustín”. No es casual que haya sido bautizado con el agradable sobrenombre de “Regiomontano Universal”, por ser originario de Monterrey, México.