La retórica y los gobernantes

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28 de marzo de 2023
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12:08 am
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La retórica y los gobernantes

Juan Ramón Martínez

Gustavo Petro, ha dicho en Santo Domingo que los latinoamericanos somos más retóricos. Y que los europeos, los 27 de la UE, más realistas. Y tiene razón. Él es uno de los más retóricos. Incluso, seguidor de Lewis Carrol, cuando practica la máxima que las palabras significan lo que “quiere que signifiquen”. Y que, si no se pueden cambiar las leyes, hay que cambiar las palabras. Por ejemplo, en vez de modificar las sanciones contra los extorsionadores, hay que cambiar la palabra y usar, justiciero. Así, no se puede juzgar al delincuente porque se ha cambiado la palabra; y donde había uno, peligroso que sancionar, hay un “patriota” que hay que poner como ejemplo. Ha dicho que Pedro Castillo debió estar en la Cumbre Iberoamericana porque él no era el golpista, sino que fue golpeado. Uso de la retórica, para cambiar las realidades. Y para engañar. Otros, como López Obrador, repiten hasta el infinito sus acusaciones y así, cree que impondrá sus juicios. Aunque algunas veces, como cuando le reclamó al rey Felipe VI de España que pidiera perdón por la conquista de México, Vargas Llosa en un feliz discurso que pronunciara en Córdova, Argentina, repitió, entre los aplausos de los que le oíamos, que se había “disparado a los pies”.

Los gobernantes hondureños han sido, como los de los demás países, retóricos. Unos más que otros. Carías Andino es el menos retórico. Los discursos del 15 de septiembre, los leía Fernando Zepeda Durón; y él, a su lado. Era un hombre de acciones y no de palabras, aunque universitario y profesor de colegios en El Salvador, durante uno de sus exilios. El más feliz de los retóricos, ha sido Villeda Morales. Buen orador, simpático, conectaba con el auditorio; y, podía hacer descripciones de las realidades que el oyente no percibía y que celebraba que él, se las construyera. Porque hay que decir que la retórica, enternece, adormece e incluso llena de felicidad y anima a la acción. El presidente Velasco de Ecuador, decía “Dadme un balcón y conquistare la presidencia”, que inevitablemente perdía, frente a los numerosos golpes de Estado que, no pudo conjurar.

De los gobernantes hondureños asistentes a las cumbres, posiblemente el mejor retórico ha sido Carlos Flores. Buen orador, atrevido en algunos casos, usa delicadas figuras para describir las realidades en el ánimo de convencer a los oyentes. Su discurso, “María Soledad”, leído en la Asamblea General de la ONU, es el mejor ejemplo de retórica de los discursos presidenciales. Lástima que esos discursos -así como los de otros gobernantes- no se hayan compilado para enriquecer la memoria histórica y describir la psicología del hondureño. Tanto de los buenos oradores como de los malos y aburridos. Suazo Córdova, Paz García y López Arellano, junto a Carías, han sido de los peores que hemos tenido. Aunque algunos aprendieron a leer, como López Arellano, al extremo que Alejandro Castro hijo, el más famoso escritor de discursos presidenciales, en broma, sus colegas lo llamaban Walt Disney, porque “hacía hablar a los animales”. Sangrienta descripción que, es muy probable que, no llegara al oído de los “oradores” presidenciales.

Xiomara Castro, hasta ahora no ha encontrado el escritor de discursos que se ajuste a su condición de mujer, su nivel cultural y a su voz. Sus palabras en la Cumbre de Santo Domingo, suenan masculinas, poco auténticas y alejadas de la realidad que vivimos. Es decir que su discurso, tiene poco que ver con los hondureños. Sus denuncias en contra del embargo contra Cuba, suenan bien. Pero lo referido al imperialismo, al neoliberalismo y sus críticas en contra de la democracia, constituye un tiro a su cabeza, porque el pueblo no piensa así. Es decir que no lo representa. Y cuando le escuchamos, parece falsa, autoritaria y poderosa. Sin serlo. De modo que tiene poco eco en las cumbres, cuyos asistentes saben que, no gobierna Honduras. Y en lo interno, resulta extraña a la que, en sus mejores momentos, solo suena auténtica cuando habla de “sarta de problemas”. Su retórica exterior es falsa, de pocos efectos. En lo interior apenas motiva al grupo de escritores que, pese a sus esfuerzos, no han podido hacerla hablar. Hay que esperar para que, encontrando su Walt Disney, pueda usar la palabra para animarnos y darnos esperanzas.

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