Un personaje emblemático del periodismo hondureño

ZV
/
26 de mayo de 2023
/
12:08 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Un personaje emblemático del periodismo hondureño

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

Han transcurrido cuarenta días del óbito sentido de Mario Hernán Ramírez, figura polifacética, amigo de buen talante, de cuyas ocupaciones escribimos algunas líneas columnares, que él invariablemente nos lo agradecía. Un mes antes de su deceso, charlamos vía telefónica -como lo hacíamos de cuando en cuando-. Fue esa, a mí parecer, la doliente despedida del compatriota, a quien por tantos años conocimos, no en eventos estériles sino en actividades periodísticas, cívicas, culturales, en las cuales su entusiasmo y predisposición explayaban vocación de servicio y el deseo de trascender en un proceso continuo iniciado desde la plataforma del autodidactismo.

Luego de la vida bohemia -que abismaba por entonces a letrados e iletrados-, abrazó de lleno en lleno el ejercicio periodístico, en el que puso en juego voz y dicción de primera, frente a los micrófonos de Radio Comayagüela, después en otras emisoras, para más tarde involucrarse en prensa y televisión, con beneplácito del público, colegas y asociaciones como la APH.

En otra etapa de larga data, asumió el compromiso de restituir la memoria de Juan Ramón Molina, juntamente con un puñado de personas que habían -cuál más, cuál menos- seguido la huella literaria y los avatares del gran bardo hondureño; compromiso al que nosotros dimos respaldo y seguimiento a través de la Dirección de Cultura de la UNAH. Tuvimos el privilegio de celebrar compartidamente el centenario de Molina, inaugurar su estatua sedente en el parque histórico de Comayagüela, colocar medallones suyos en el paseo Cuscatlán de San Salvador y en la Alma Máter, coordinar actividades celebratorias con el Centro de Educación Básica que lleva el nombre del egregio autor de “Tierras, mares y cielos”.

Inspirado quizás en el artículo “Excelsior” de Molina -sobre ascender con tesón-, le entró a la producción de libros, algunos orientados a la historia, otros -como “Ese soy yo”- al prolongado haber de su propia vida, en los que el anecdotario y el relato curioso tienen lugar. Escrito a vuela pluma, los quince libros de su cosecha -sin ser el fruto de un literato consumado- destacan por su interés, chispa y amenidad.

Adscrito al liberalismo, su proceder le hizo ir más allá del conservadurismo político doméstico. Celebró, por caso, el hecho de que “por primera vez en la historia de nuestro país una mujer rige sus destinos”, con el “agravante de que las arcas del Estado se encuentran completamente vacías por los descomunales asaltos al erario de anteriores gobiernos”.

Evoco ahora una confesión suya constitutiva de elevada lección moral. Alguien muy allegado al gobierno resultante del “golpe” de 2009, la ofreció de romplón la dirección de la Biblioteca Nacional, entonces en manos del escritor Eduardo Bahr. Aun y cuando las dificultades económicas de Mario Hernán rozaban lo precario, declinó la ganga oficiosa, por lo demás -le aduje al compartírmela- comprometedora y de fugaz tránsito burocrático, en lo que estuvo enteramente de acuerdo.

Reacio por naturaleza a la confrontación visceral -en ningún modo acomodaticia- gozó del aprecio de tirios y troyanos. Su holgada hombría de bien, le hizo a veces incurrir en la adjudicación de adjetivos ponderativos, observación que le trasladé en son de lector amigo que no de crítico avieso. Memorioso y anecdótico, del filón de recuerdos y experiencias dejó un legado abundante, que a buen seguro prolongará Elsa -su dinámica esposa-.

Propongo, en especial a la Asociación de Prensa Hondureña, la creación de un premio anual en memoria de quien rutiló como socio y cumplido dirigente de esa reconocida entidad gremial; igualmente, la convocatoria a un concurso -por el lado del Círculo Histórico Cultural Hondureño Juan Ramón Molina- que exalte el aporte del maestro Ramírez en los campos del civismo y la cultura.

Llegó a cumplir 89 años, nueve más de los que esperaba, con admirable lucidez mental, a pesar de los que llamaba “tremendos bajones”. “Que hay achaques, decepciones, golpes duros, frustraciones, de eso no cabe duda”, solía decir y, con humorismo repetía: “Estamos jodidos, pero en fin contentos”. Con los versos de Amado Nervo -con que a sí mismo se identificaba-, le recordaremos siempre: “Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. / Vida, nada me debes; vida, nada te debo. / Vida, estamos en paz”.

[email protected]

Más de Columnistas
Lo Más Visto