AMAPALA ES CLAVE

ZV
/
28 de mayo de 2023
/
12:50 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
AMAPALA ES CLAVE

UN importante explorador y escritor extranjero de mediados del siglo diecinueve, identificó que Amapala, en la Isla del Tigre, Golfo de Fonseca, podría convertirse en el principal fondeadero de barcos de profundo calado en el océano Pacífico, después de Valparaíso y San Francisco. No era lenguaje diplomático para quedar bien con ningún gobierno de Honduras. Aquello era producto de individuos que realizaban estudios geológicos serios, basados en observaciones puntuales, medidas estratigráficas, dirección de los vientos y profundidad de agua a nivel continental.

No fue casual que después de aquellas observaciones, los migrantes europeos pusieran sus ojos en Amapala, originalmente los italianos y alemanes, cuyos arribos a Honduras fueron incentivados, dos décadas y media más tarde, por las políticas abiertas a la inversión extranjera de Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa. No fue casual, tampoco, que ambos estadistas de tendencia liberal, romántica y positivista, tomaran posesión del gobierno en el mencionado puerto, en 1876, con el proyecto de construir un Estado-nación moderno en nuestro provinciano país.

Pero incluso en la época colonial, los piratas intercontinentales (principalmente Francis Drake) anduvieron merodeando en el Golfo de Fonseca; hubo un momento en que se posesionaron de la Isla Meanguera y hasta penetraron tierra firme con el objeto preciso de asaltar y destruir completamente la primera villa de Choluteca, que quedaba en la margen derecha del río Grande. Más tarde los vecinos españoles, criollos y mestizos, se trasladaron a la margen izquierda del mencionado río, donde hoy actualmente se localiza la importante ciudad sureña. Vale la pena señalar que hasta los piratas desalmados identificaron la importancia estratégica de la zona sur catracha.

Amapala se convirtió en los finales del siglo diecinueve y primeras cuatro décadas de la centuria del veinte, en un puerto con empuje nacional e internacional, que comerciaba intensamente, en doble vía, con Hamburgo (Alemania) y otros puertos del trasmundo. Podría afirmarse que por aquellos años se creó en el sur de Honduras una subespecie de capitalismo saludable que muy poco tenía que ver con el enclave bananero de la costa norte del país. Los inmigrantes europeos y del Lejano Oriente instalados en Amapala, Valle y Choluteca, importaban y exportaban mercaderías con una balanza comercial favorable para Honduras, y extendían sus redes económicas, y más o menos financieras, por los actuales departamentos de El Paraíso, Olancho, Francisco Morazán, La Paz y Comayagua. Aunque las casas matrices operaban mayormente en Amapala y Choluteca, también se instalaron en el corazón de Tegucigalpa.

El único problema de aquel capitalismo incipiente y promisorio (en que se mestizaron los extranjeros europeos con familias hondureñas), eran las pésimas vías de comunicación terrestre, aun cuando el presidente Terencio Sierra hizo lo suyo, positivamente, con la construcción de la carretera hacia el sur, en donde se dice (habría que confirmarlo) que padeció vilipendios el poeta Juan Ramón Molina, por andar exteriorizando sus verdades prosaicas a los cuatro vientos, en aras de la libertad de expresión y de la democracia.

A mediados de la década del setenta del siglo pasado, durante el gobierno de los militares reformistas, se incluyó en el voluminoso “Plan Nacional de Desarrollo”, el proyecto de unir Amapala con tierra firme, a fin de facilitar una conexión, vía canal seco, con Puerto Cortés y Puerto Castilla, en la zona norte de Honduras. El proyecto comenzó a adquirir forma en la década del noventa y en los primeros años del siglo veintiuno, con la participación de intelectuales y prospectivistas, pensando en un triángulo comercial enlazado mediante puentes, trenes modernos y carreteras pavimentadas. Muchos hondureños piensan que nada se perdería con retomar un proyecto de tal envergadura. Hay que pensar en grande.

Más de Editorial
Lo Más Visto