Antropoceno

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29 de mayo de 2023
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12:04 am
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Antropoceno

Por: Rodolfo Dumas Castillo

El cambio climático representa uno de los mayores retos existenciales para la humanidad. Es imposible ignorar el rápido deterioro del planeta y las graves consecuencias ambientales que esto conlleva, tanto así que muchos ya le denominan “medioambiente”. En el portal web de la NASA encontramos datos interesantes sobre el particular: “En los últimos 800,000 años han existido ocho ciclos de edades de hielo y periodos más cálidos. La última edad de hielo terminó hace unos 11,700 años, dando paso a nuestra era climática actual, conocida como el Holoceno (que significa “completamente reciente”), caracterizada por estaciones estables que permitieron la agricultura estable, la construcción de comunidades humanas y, en última instancia, la civilización tal como la conocemos hoy. La mayoría de estos cambios climáticos se atribuyen a variaciones muy pequeñas en la órbita de la Tierra que cambian la cantidad de energía solar que nuestro planeta recibe”.

Pues actualmente el daño es tan grave que en círculos científicos se discute si nosotros, los humanos, nos sacamos del Holoceno y nos colocamos en una nueva época llamada el Antropoceno. El nombre proviene de “antropo”, que significa “hombre”, y “ceno”, que significa “nuevo”. El vocablo lo popularizó a principios del decenio de 2000 el holandés Paul Crutzen, premio Nobel de Química, para designar la época en la que las actividades humanas empezaron a provocar cambios biológicos y geofísicos a escala mundial, incluyendo la extinción masiva de especies vegetales y animales, contaminación de océanos y alteraciones de la atmósfera, entre otros impactos duraderos, agravados por la acumulación de gases de efecto de invernadero y el consumo excesivo de recursos naturales.

El temor ahora es que esta época impulsada por los seres humanos carezca de las estaciones predecibles del Holoceno, lo que podría convertir la agricultura y otras actividades en una pesadilla. Sin embargo, parece que existe una falta de fluidez en la comunicación entre la comunidad científica y la sociedad en lo que respecta al cambio climático. Basta con observar nuestras ciudades para advertir la falta de conciencia ciudadana: basura por todas partes, destrucción de áreas verdes o quemas de desechos y terrenos baldíos que ahora nos tienen viviendo bajo una sofocante capa de humo; todo claro reflejo de una deficiente educación ambiental. Por tanto, la ciencia deberá desarrollar herramientas y conocimientos inéditos para abordar los desafíos planteados por esta nueva era de la humanidad, como desastres climáticos, agotamiento de recursos naturales, desertificación, contaminación, migraciones ambientales, entre otros.

Las soluciones para abordar el cambio climático son diversas. Incluyen la descarbonización de la economía mediante el impulso de energías renovables, redes inteligentes y electrificación del transporte; medidas cruciales para reducir la huella de carbono. La adopción de una “economía circular” que fomente la reutilización, reparación y reciclaje, junto con una fabricación y consumo responsables (incluyendo uso de basura para generar energía). Planes para proteger la biodiversidad, salvaguardando así el funcionamiento de los ecosistemas y la seguridad alimentaria. También es esencial proteger los recursos hídricos, reduciendo la huella hídrica de individuos y empresas, y previniendo la contaminación del agua.

No obstante, uno de los aspectos más críticos es la justicia y gobernanza ambientales. En 2016 se firmó el Acuerdo de París, pero lamentablemente este se limita a compromisos voluntarios de los países suscriptores en lugar de imponer criterios concretos. Cada país conviene alcanzar objetivos de reducción de emisiones según lo que consideren factible, lo que genera confusión en los criterios de evaluación, dificultando la verificación de los esfuerzos realizados por cada nación. Además, a pesar de su alcance global, el acuerdo no establece sanciones por el incumplimiento de los compromisos adquiridos.

Esa falta de sanción es lo que permite, por ejemplo, que las costas de Honduras sigan inundándose de basura proveniente de Guatemala y que en muchos años no ha existido ninguna acción eficaz para detenerlo. Sería importante para ello que se avance en calificar el ecocidio como un delito internacional, agregándolo al Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional y permitiendo sanciones penales a nivel internacional para castigar las catástrofes ambientales causadas por los humanos, proporcionando así fuerza ejecutoria a los pactos mundiales como el Acuerdo de París. Esto y mucho más urge para salvar nuestro planeta en esta “edad de los humanos”.

Correo: [email protected]

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