DISTORSIONES Y DISPARIDADES

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29 de mayo de 2023
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12:14 am
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DISTORSIONES Y DISPARIDADES

DÍAS atrás abordamos el tema. Repetimos que el pecado original de todo este endemoniado enredo es el sistema arancelario. Ese arancel fue hecho para fines de un mercado cautivo, clavando alto impuesto de introducción a todo, incluso maquinaria y materia prima –ya que en aquellos tiempos el fisco era dependiente de esos ingresos. Aquel paraguas propició crecimiento económico sustentado en ensambladoras e industrias ficticias que, al desaparecer la protección, nunca jamás serían competitivas. A Honduras, con su aletargado desarrollo, la usaron como mercado de consumidores que subsidió la industrialización de los vecinos. Los beneficios de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe fueron lo que estructuró la columna vertebral del desarrollo nacional. Una vez que el país experimentó mayor desarrollo y diversificación de su infraestructura productiva, gozó de pluralidad de las fuentes de captación del ingreso. Por su naturaleza regresiva resultó obsoleta la dependencia en el arancel.

El capote del fenecido Mercado Común Centroamericano quedó inservible con la liberalización del comercio internacional. Los beneficios de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe –libre comercio en una sola vía, de acá para allá– favorecieron el país como en ningún tiempo. Encendieron los motores del progreso, fortalecieron la iniciativa privada, crearon empleo masivo y diversificaron la producción para liberarnos de la dependencia exportadora en artículos tradicionales. Cuando las maquiladoras comenzaron a mudarse a México por las ventajas del NAFTA, nosotros gestionamos y conseguimos con Washington la ampliación de beneficios de la Cuenca del Caribe. Una vez más salimos airosos. La apertura del mercado norteamericano fue para incentivar el crecimiento de estos pintorescos paisajes acabados. Haciéndolo, esperaban aminorar los flujos migratorios mediante la generación masiva de trabajos locales. Apostaron a la reducción de los índices de pobreza, terreno fértil para los movimientos guerrilleros de izquierda en la época de la guerra fría. Y si no remedió totalmente el subdesarrollo, fue parte de los avances. Pero lo bueno tuvo su fin. Después de varias décadas de vender a ese enorme mercado –solo en una vía, sin pagar por la introducción de los artículos hondureños– se les antojó negociar un TLC. Los expertos negociadores norteamericanos se echaron a la bolsa a los novatos aprendices nacionales. Montaron cuarto adjunto en la negociación. Allí varios sectores empresariales instalaron a sus representantes para garantizar la protección de sus negocios. Esa es la lista de privilegio. Solo que dejaron sin voz a los montunos. Nadie abogó por ellos. Apenas –por las asimetrías–dieron una tregua, un período de gracia a las actividades del campo. Las denominadas cláusulas de salvaguarda a la producción agropecuaria nacional.

Pero una vez vencido el plazo –o sea, ahora– la producción agrícola y pecuaria del país queda a la mano de Dios. No puede competir con la mayor tecnología norteamericana. Y si los productos –desde los granos hasta los pollos y otro tipo de alimentos– entran sin cuotas y sin pagar derechos de introducción, nadie va a comprar lo local a precios más altos. Aquí todo se produce en condiciones más caras de financiamiento, se depende de insumos costosos importados y de sistemas arcaicos de producción en el campo. Cuando negociaron ese tratado en condiciones desfavorables al país, los artífices de la bomba de tiempo no le dijeron a nadie que los compatriotas de la ruralidad serían los perdedores. Pero suma y sigue la tragedia. El TLC vino a trastornar más las disparidades ya existentes en los mercados. Trastocaron las reglas de la libre competencia al estimular la importación de productos de una lista privilegiada –muchos son artículos suntuarios que hoy, el país en la lipidia, no debería importar más que esencialidades– en detrimento de lo hecho en casa. El TLC –sin desconocer su beneficio comercial para lo que se exporta– como es en doble vía, introduce mayores desequilibrios al mercado. Y la distorsión causa competencias desleales, entre los que se esfuerzan en hacer las cosas aquí en Honduras, compitiendo en desventaja con lo que llega del exterior. ¿Qué sentido hace qué, a un pueblo insolvente carente de lo básico, le metan, libre de impuestos arancelarios, artículos no esenciales? La crisis que golpea al país exige ahorrar los limitados recursos disponibles. Ello ameritaría una política restrictiva a las importaciones suntuarias. Sin embargo, con la vigencia del TLC, en ese aspecto, el país perdió su autonomía administrativa. El listado negociado en ese tratado blinda los negocios locales favorecidos, y permite la libre introducción de artículos del exterior, de lo que no deberían traerse a un país acabado que, hasta por mínima noción de subsistencia, debiese racionalizar sus escasos recursos. (¿Y ahora –inicia el Sisimite– cómo explicas que amparado en TLC ingrese libre de impuesto el producto terminado sin embargo la materia prima para producir lo mismo localmente se encarece al pagar impuesto de introducción? –Inexplicable– responde Winston –además tampoco es sensato que un país con tantos desocupados estimule la importación de productos elaborados por trabajadores de otros países y se castigue a los trabajadores hondureños, colocando la industria local fuera de competencia, si tiene que pagar impuesto de introducción por la materia prima mientras el artículo terminado que viene de otra parte no paga nada).

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