¿DE POLVORÍN A POLVORÓN?

MA
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31 de mayo de 2023
/
12:25 am
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¿DE POLVORÍN A POLVORÓN?

COMO decíamos ayer, si bien el TLC con los Estados Unidos permitió que ese gran mercado continuase abierto a las exportaciones hondureñas, desgraciadamente –culpa de la impericia de los negociadores nacionales, (a quienes los norteamericanos se echaron a la bolsa) esmerados en proteger ciertos negocios, dejando en desamparo lo vital– son inmensas las distorsiones introducidas al mercado doméstico y los trastornos a la producción nacional. Un poco de historia. Antes de eso, el país gozaba del privilegio de exportar –libre del pago de impuestos arancelarios– cualquier cosa a los Estados Unidos, amparado en la Iniciativa de los Beneficios de la Cuenca del Caribe. En la década perdida –cuando la región era un polvorín de conflictos armados– una comisión bipartidista de senadores y congresistas estadounidenses visitó Honduras y otros países vecinos. ¿Qué hacer en su patio trasero –donde la asistencia otorgada parecía caer en barril sin fondo sin mayores resultados– para impedir que esto fuese terreno fértil a las insurrecciones? (Nosotros, en el ejercicio del Ministerio de la Presidencia, entonces, fuimos la contraparte de la alta delegación).

¿Cómo enfrentar el atraso? –caldo de cultivo al descontento sobre el cual redituaban adeptos los movimientos guerrilleros, en tiempos de la guerra fría– fue la disyuntiva central de la discusión. Una salida: La apertura del gran mercado norteamericano a las exportaciones regionales, como incentivo a la producción y a la generación de empleo. Honduras en materia de ingreso de dólares, era dependiente de los pocos productos tradicionales de exportación. Ese impresionante aporte de la política norteamericana abrió la ventana a los parques industriales que acogieron la industria maquiladora. Con la posibilidad de vender en los Estados Unidos cualquier producto –sin pagar impuestos de introducción– el país diversificó y ensanchó su infraestructura productiva. En retrospectiva, no hubo suficiente desarrollo para superar los raseros tercermundistas, pero saquen la cuenta de toda la ganancia que se obtuvo y de lo peor que estaríamos de no haberse presentado esa gran oportunidad. Los mayores beneficios a las maquilas cuando México suscribió el Nafta, provocó la fuga de esas fábricas ensambladoras.

Cuando Honduras fue azotado por el bíblico diluvio gestionamos la ampliación de los beneficios de la Cuenca del Caribe. Washington los concedió y no solo regresaron las maquilas que se habían ido, sino que el sector prosperó como nunca antes, dando trabajo a cientos de miles de compatriotas; una inmensa mayoría de ellos, mujeres cabeza de familia. Pero el gobierno siguiente optó por suscribir el TLC. Con ello desapareció el comercio –libre de gravámenes arancelarios– en una sola vía, de acá para allá. Se cambió a un comercio en doble vía.

Incluyeron en el tratado una lista privilegiada de artículos norteamericanos que ingresarían al país con rebaja de los impuestos de introducción, en forma progresiva hasta alcanzar arancel cero. La lista está repleta de suntuarios. Para un pueblo en la lipidia que solo debiese importar esencialidades. El país perdió su autonomía administrativa, sin la potestad de control alguno al ingreso de lo suntuoso. Los negocios locales cuyos artículos se incluyeron en la lista –gracias a la influencia de representantes suyos que colocaron en un denominado cuarto adjunto a la negociación– importan todo sin la carga arancelaria. Mayúsculas alteraciones al mercado ya que mucho de lo hecho en casa –sobre todo si su fabricación depende de la importación de materia prima a las que le cargan el 15% de ventas– queda fuera de competencia cuando el producto terminado entra libre. O sea, ganancia a las empresas de allá en detrimento a las de acá. Pero los mayores perdedores son los del campo. Con la producción agropecuaria rudimentaria –dependiente de San Isidro Labrador– financiamiento e insumos caros, no tienen manera de competir con la tecnología de un país avanzado. Como ya no hay cuotas para limitar lo que se trae ni impuesto de introducción que proteja la producción rural –ahora que vencieron las cláusulas de salvaguarda que dieron como tregua para tapar el ojo al macho– van a la ruina muchas actividades del campo. (¿Cómo hacerle mella a la desbocada desocupación –inicia el Sisimite– con esa disrupción en los mercados locales que castiga la producción doméstica y al trabajador nacional, beneficiando lo ajeno y a los trabajadores extranjeros donde se elaboran los artículos terminados que se importan? Y esa importación suntuaria que se realiza amparada en el TLC ¿por qué no se ve como sacrificio fiscal? O sea –suspira Winston– ¿pasamos de polvorín a polvorón?).

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