ARENAS MOVEDIZAS

ZV
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1 de junio de 2023
/
12:19 am
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ARENAS MOVEDIZAS

EL efecto completo sea positivo o negativo, de cualquier decisión de política económica tomada, difícilmente se sentirá en forma inmediata. Toma tiempo para que afloren las consecuencias o resultados. Tan cierto que así suceden las cosas que, a veces, quien toma las decisiones para corregir desequilibrios económicos no disfruta del bien que hizo –se le agota el período adoptando medidas curativas– y a quienes les toca el turno siguiente –sin haber tenido arte ni parte en la mejoría– son los que cosechan lo que otros sembraron. (De eso hay incontables ejemplos. No gozamos en nuestra gestión del perdón de la deuda otorgada después de introducir el país al HIPC, y de haber alcanzado con los organismos internacionales el punto de decisión de la condonación. Gobiernos que nos sucedieron fueron los que pudieron endeudarse concesionalmente gracias al logro alcanzado del borrón y cuenta nueva. Tampoco gozamos de los recursos habilitados para la estrategia de reducción de la pobreza que elaboramos. Ni tuvimos los beneficios del crecimiento exponencial de las remesas después que obtuvimos de Washington el TPS y una moratoria a las deportaciones para nuestros compatriotas).

Otro ejemplo. Una infinidad de obras de infraestructura que dejamos concluidas a lo largo y ancho de la geografía nacional –en aplicación del Plan de Reconstrucción Nacional cuando azotó el bíblico diluvio– agotada la gestión, no pudieron ser inauguradas. Unas totalmente listas y en uso y otras como puentes a los que solo faltaba echar asfalto al trecho de acceso. Pues bien, uno de los ministros del gobierno entrante, ni corto ni perezoso, anduvo activo –del tingo al tango– inaugurando obras ajenas y colocando placas como si hubiesen sido hechas durante ese período administrativo. Apropiarse del crédito ajeno es tan natural en la flora y fauna política, que lejos de apenarse por tomar como propio lo que no es suyo, más bien celebran la viveza. (Ello, cuando se trata de algo positivo, pero si es al revés, no pasa un día sin echar en cara lo mal que recibieron el país). Pero, así como una flor no brota al instante en que se planta, igual aplica a la inversa. También las medidas desastrosas tienen su tiempo de gestación. Puede suceder que los efectos negativos no se sientan de inmediato, sino hasta meses y puede ser años después. Y lo triste que son esas bombas de tiempo que quedan. Como decíamos ayer. Nadie se enteró, de los trastornos a que se condenaba el mercado local cuando suscribieron ese TLC con los Estados Unidos. Sí, claro, lo único que se vio de inmediato fue que el mercado norteamericano siguió abierto a las exportaciones hondureñas –que entraban libres sin pagar derechos arancelarios– pero nunca se preparó a la opinión pública para lo que vendría después. Cuando el comercio dejó de ser solo en una vía, de acá para allá –durante estuvo vigente la Iniciativa de los Beneficios de la Cuenca del Caribe, todo favorable a Honduras– y pasó a ser en doble vía.

Aceptaron –los “boca abiertas” negociadores locales– una desgravación progresiva a una gama de productos terminados (entre ellos una ristra inaceptable de artículos suntuarios, más cuando van destinados al consumo de un pueblo en la lipidia) procedentes de los Estados Unidos. Y como aquí cargan el 15% sobre ventas a materias primas importadas necesarias para la fabricación de lo hecho en casa, la industria local no puede competir con el artículo terminado que entra libre de afuera. Regalo a empresas de allá y a sus trabajadores y castigo a la industria doméstica y a los trabajadores nacionales. Más grosero aún dada la desocupación desbocada que se sufre. Pero el daño no acaba ahí. Encaramaron albarda sobre aparejo. La lista de privilegio de libre importación favorable a muchos negocios de la localidad –sin posibilidad de establecer controles para separar lo necesario de lo suntuario ya que el país con el TLC perdió autonomía administrativa– es trampa de arenas movedizas. También permite la importación, ya sin cuotas y libre de gravámenes, de un montón de productos agropecuarios. ¿Cómo va a competir la desrengada producción rural –sistemas arcaicos, caros insumos y financiamiento–con la tecnología de un país avanzado? Súmenle que allá hay subsidios a los granjeros para la producción de granos. Lo que no dijeron entonces, cuando eufóricos celebraban la firma de ese tratado, fue que habría afortunados ganadores, pero también perdedores. Y haber sometido a la ruina las actividades del campo, sobre todo así de mal como luce el interior –sumen a eso las invasiones– es imperdonable. (Si nada hicieron con los negociadores inexpertos a los que, durante todo este tiempo que no se ignoraba el berenjenal en que nos habían metido, más bien tuvieron becados, ¿qué se podrá hacer –inicia el Sisimite– para desactivar ese campo minado que dejaron? -He ahí el dilema –suspira Winston– aquí todo es Jesús María después del trueno y, en eso como en lo otro, uno nunca sabe para quien trabaja).

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