La ley, el orden y la justicia en espera

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2 de junio de 2023
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01:26 am
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La ley, el orden y la justicia en espera

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Oscar Armando Valladares

La ley y el orden suele ser la divisa de la autoridad, emparentada con esta otra: La ley es dura, pero es la ley. Frente a estos postulados categóricos, cabe invocar la pregunta: ¿De qué ley y de cuál orden se trata? Y esta dubitativa: ¿Deja o no de lado esta prédica sistémica el componente supremo de “justicia”? Llevemos paso a paso el asunto.

El orden: a más de autoridad, el término -de lato sentido- corresponde a la organización política, económica e ideológica dominante en una colectividad, es decir, el “orden establecido”, dotado de una estructura institucional erigida, en fin de cuentas, según los intereses de sectores con poderes decisorios, en, por ejemplo, la formulación de la ley que, si bien se la define como precepto derivado de la voluntad soberana del pueblo que “manda, prohíbe y permite”, en realidad son previamente cribados sus fines y alcances, de suerte que, en efecto, manda, pero en función de intereses creados, prohíbe aquello que “no conviene” y permite hasta ciertos límites para que el orden mantenga a flote su control, sin desvíos sospechosos ni extravíos peligrosos. De ahí la frase coloquial “ley del embudo”, indicativa de su aplicación en ventajosa abundancia para unos, con limitados accesos para muchos.

Lo discernido encuadra, a grandes rasgos, el fundamento y proceder del sistema u orden liberal -del neoliberalismo en boga-, cuyo supuesto aduce que todos somos libres e iguales y preconiza que quienquiera puede participar en cualquier campo y producir cuando, como, donde y al precio que desee, en condición de libre competencia y concurrencia, cualidad o iniciativa en que despunta el “mejor”, el más “apto”, y fracasa el inútil, el “inferior”, teniendo uno y otro -según el mismo supuesto- idénticas oportunidades. Entonces, ¿el mundo rebalsa de inútiles y de fracasados, y pues -teniendo las mismas posibilidades de éxito- culpables son de su propia desgracia, de su pobreza atroz? ¿No es más bien el orden en sí con su apuntalamiento individualista y excluyente, el promotor de resultados abismalmente desiguales, tanto entre las personas de un Estado como entre los países ricos y las naciones explotadas?

Entrelazados -hechos un “nudo”- el capital y la política conservadora, con el poder de las armas, coincidentes además con círculos eclesiales, puédese calcular el peso neoliberal infiltrado en Honduras y que respaldan -por su carácter de sector privado- algunos medios de comunicación. Bastó la irrupción de un partido político diferente, para que el orden instruyera a sus campanas y campaneros tocar a rebato y pusiera en activo sus resortes, con el fin de impedir que el gobierno -nacido de una inédita elección- incumpla su compromiso de refundar el país, prohibido y no permitido por los detentadores del sistema, reacios por ende a que la justicia -siempre ausente, siempre en espera- no se aplique en lo económico (por caso, en lo tributario), en lo social (por caso, en la salud y educación), en la desigual tenencia de tierra, trabajo, vivienda, salarios, agua, luz, seguridad y otros bienes y servicios de mera esencialidad.

En contrastante conducta -por de más nada sorprendente-, el orden externo con su cola foránea hizo grandes migas con la dictadura, a la que apañó fraudes y represiones, y si cayó en desgracia su cabezal político obedeció al contrasentido de suministrarle alucinógenos a los sobrinos del Tío Sam; mientras, la administración de Libre y Xiomara son víctimas del mismo orden de cosas, de sus sectores tentaculares, de sus medios alienantes, de sus adláteres y zurcidores de cartapeles. Por lo que la mandataria -en inerme situación- afila el grito que tronó en las calles: ¡Somos resistencia!

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