La democracia participativa: un sueño lejano

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3 de junio de 2023
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12:03 am
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La democracia participativa: un sueño lejano

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

“Somos respetuosos de la democracia, y toda nuestra preocupación se centra en el pueblo y en las regiones que me llevaron al gobierno”, dijo Pedro Castillo, expresidente del Perú, durante una ceremonia en casa de gobierno. Chácharas por aquí, parloteos por allá: todos los políticos suelen repetir las mismas palabras, por pomposidad y por ornamento discursivo. En realidad, fuera de participar en las elecciones para elegir a un candidato determinado, nadie ha visto una sociedad donde se practique la democracia tal como la invocan los politicastros del continente.

Siempre decimos lo mismo: que la democracia es la mejor forma de gobierno o, al menos, la menos mala. Sin embargo, a estas alturas de la historia, aunque su representación ya no guarde ningún sentido para el latinoamericano promedio, es necesario que rescatemos su esencia para no seguir siendo engañados por bufones y mediocres que se identifican como la viva expresión de la democracia. Esto es verdad tanto para los partidos de derechas como para los de izquierdas. La democracia es, como dice Sartori, “un discurso plagado de celadas”

En América Latina, la democracia se ha limitado a un ejercicio plebiscitario de cada cuatro, cinco o seis años, tiempo en el que participamos -con mucho recelo- para que el sistema político pueda sobrevivir por un periodo más. Ese es el primer componente de la democracia, la eleccionaria. Por cierto, el entusiasmo ha ido a la baja en los últimos 20 años, merced a una objeción muy racional, muy existencial, que todos solemos hacer: ¿Democracia para qué o para quiénes? Si apartamos el telón del escenario político, nos daremos cuenta de que detrás del discurso sobre la democracia participativa, lo que en realidad veremos será, un poder mayor, y otros de menor calado que compiten encarnizadamente por los recursos del Estado. No se trata de los poderes constituidos por el ejecutivo, el legislativo y el judicial, sino de otros que forman parte de la pirámide burocrática estatal, que reciben las mercedes según su cercanía al vértice superior donde se emplaza el poder mayor. Esos poderes u oligarquías menores -desde sindicatos hasta gremios profesionales- que gravitan alrededor del Estado, suelen identificarse como “verdaderos representantes del pueblo”. En realidad se trata de otra cosa.

En nuestros países suele hablarse con cinismo del segundo componente de la democracia, la más importante sin duda: la participativa. De hecho, ese concepto, que no encuentra correspondencia con la realidad, suele confundirse, muy a propósito, con el ejercicio plebiscitario. En nuestros países la democracia participativa se limita a prestar servicios de pésima calidad, cuando se supone que la columna vertebral, el núcleo del sistema político, es la sociedad civil, y no el poder mayor y sus satélites parasitarios.

En los programas de muchos gobiernos, se destaca la participación directa por la vía de instrumentos como los cabildos abiertos, asambleas comunitarias, y otros tantos mecanismos que mutaron a un mero proselitismo del partido en el poder. En Cuba, por ejemplo, la organización comunitaria, que tiene mucha apariencia democrática, no es más que un engranaje del Estado para controlar el movimiento de los vecinos: puro espionaje u “orejismo” estructurado.

Desgraciadamente, las “pseudodemocracias”, como escribió Cesáreo Rodríguez Aguilera en “El deterioro democrático”, están volcándose hacia el lado de las “dictaduras abiertas”, especialmente en América Latina, tierra de experimentos fallidos. Parece que la gente suele conformarse con lo que los gringos llaman “quick hits”, o golpes mediáticos como los que hace Bukele en El Salvador. Es más: los salvadoreños están dispuestos a entregarle el cheque en blanco de la longevidad en el poder al presidente, sin importarles mucho eso de la democracia participativa.

En nuestro país, la realidad es otra: el electorado concesionó a Libre un puente para transitar hacia la participación democrática, mediante la construcción de consensos, pero lo que vemos es otra cosa: la señal de que la democracia electoral y la participativa no es más que un sueño lejano, acaso una pesadilla de la que nos será imposible despertar.

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