Futbol del Tercer Mundo

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7 de junio de 2023
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12:49 am
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Futbol del Tercer Mundo

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Detrás de toda estructura organizacional, hay un poder que la sustenta. Todo poder se instala donde existen recursos disponibles para echar a andar la estructura. Para manejar esos recursos se requieren dos cosas imprescindibles: autoridad y orden. La autoridad se ejerce con un liderazgo basado en la ética profesional, mientras el orden se establece según valores y estatutos que deben ser respetados con apego institucional.
Si no entendemos estos principios elementales de la teoría organizacional, jamás entenderemos el funcionamiento del futbol. No el que se practica en las “canchitas” de césped artificial con los amigotes, sino el de las grandes ligas que mueven millones de euros y dólares para hacer de ese deporte de masas, una actividad competitiva, rentable, y practicado bajo las estrictas normas del “fair play” deportivo. Por cierto, como todo mercado de bienes y servicios -en este caso, el espectáculo generador de utilidades-, el futbol debe cumplir con un requisito básico sin el cual es imposible competir en los mercados globales: calidad. Calidad en todo: en lo administrativo, en infraestructura, y en el juego practicado. Si no se cumple con esos estándares, es imposible obtener los resultados que los amantes del futbol ansiamos.

Nuestro futbol es del Tercer Mundo. No necesitamos de la estadística para demostrar lo que decimos: simplemente veamos nuestra participación en las justas regionales y mundiales. O revisemos nuestro “ranking” de FIFA, muy parecido al Índice de Desarrollo Humano y al PIB. Nuestro futbol es soso, aburrido, nada moderno; carente de esa emotividad que caracteriza a la MX o a la MLS. ¿Acaso creen nuestros dirigentes y entrenadores que la gente no ve los espectáculos de las grandes ligas? ¿O piensan que el sistema de cable e internet solo está disponible para la clase alta y media? ¿En qué mundo viven?

Salvo uno que otro, hasta los uniformes de nuestros equipos demuestran el rezago. Del mercadeo y los “sponsors”, ni hablemos, sino veamos las marcas globales que se publicitan en los estadios y en los atuendos de los jugadores mexicanos y “gringos”. Luego trasladémonos a nuestros “estadios”, y fijémonos en los descoloridos rótulos que promocionan las tienditas del pueblo, cuyos dueños, con mucho esfuerzo y cariño, tratan de apoyar ilusoriamente a sus desventurados equipos. Son los mismos que creen, junto a los “fans”, que el equipo “está para grandes cosas” o que “este torneo promete”, según oyeron decir a los sempiternos comentaristas de TV y radio. ¿Quién o quiénes se benefician de ese atraso futbolístico?

Alzar la copa para un equipo provinciano, es casi imposible. Decir “casi” ya es bastante, pues solo hay uno o dos equipos “grandes” que se reparten la “orejona” del subdesarrollo. Pero no es de ellos la culpa. Son “grandes” en tierra de ciegos, porque ostentan algún tipo de poder: adquisitivo, financiero, mediático, y hasta promoción gratuita en la prensa rosa. Los que no ganan nada deberían hacer un “benchmarking” para ver dónde radica la ventaja competitiva de ese par que celebra dos veces al año al ritmo de “We are the champions”. Quizás encuentren que deben contar con el soporte de una corporación televisiva y de radio que les dedique programas especiales en espacios costosos; tener credibilidad bancaria, y hasta un estadio con mantenimiento estatal. ¿No sería mejor privatizar a los equipos, y que se conviertan en empresas generadoras de riqueza e impuestos? En un mercado libre, las empresas compiten fieramente para ganar utilidades y más participación. Eso se llama “competitividad”.

Mientras los conocimientos y la tecnología vuelan a la velocidad de la luz, nuestro futbol se va rezagando cada vez más. No sabemos si los entrenadores y gerentes hondureños salgan al extranjero para ver qué nuevos conocimientos inundan el mundo futbolístico. A lo mejor creen que no es necesario. Que en la cancha son “once contra once”, como dicen los que no entienden que el futbol es como la economía y la política: es cuestión de niveles y gradaciones. El nuestro es del Tercer Mundo, porque no hay un Cuarto.

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