Mapa breve para navegar la literatura hondureña
Oscar Estrada
El escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) calificaba la literatura como un “sueño dirigido”. En el ensayo “El escritor argentino y la tradición” (1953), Borges afirma: “Creo que si nos abandonamos a este sueño voluntario que se llama creación artística, seremos argentinos y seremos, también, buenos o tolerables escritores”. En el cuento “La muerte y la brújula” publicado en el libro Ficciones (1942), Borges afirma que encontró “el sabor de Buenos Aires, gracias al hecho de haberse abandonado al sueño”, que es la literatura. Así pues, Borges comprendía, que la lectura de la literatura, como sueño dirigido, no solo es vital para la creación literaria, sino que nos ayuda a comprender y amar el entorno que nos rodea.
La literatura es el retrato más honesto que podemos encontrar de una ciudad o un país. Ese sueño dirigido nos rebela el subconsciente de una sociedad, las novelas, cuentos, fábulas, ensayos, obras de teatro o poemas nos retratan siempre un momento histórico, incluso sin que el autor esté consciente de ello. Conocemos de Londres durante el apogeo de la revolución industrial, gracias al libro A Tale of Two Cities de Chales Dikens; vivimos los callejones oscuros de Moscú a finales del siglo XIX gracias a la novela Crimen y Castigo de Fyodor Dostoyevsky o sufrimos la Revolución francesa en Los Miserables de Víctor Hugo.
Si queremos entonces conocer nuestro país a través de la historia, debemos leer nuestra literatura: allí sabremos de nuestras ambiciones y frustraciones sociales y políticas, allí conoceremos nuestros prejuicios, miedos y esperanzas. Podemos agregar ahora nacionalidad a la cita de Borges y diremos que para encontrar el sabor de la Honduras que hoy vivimos, debemos abandonarnos al sueño dirigido de la literatura de nuestro país.
Pero, para un lector desamparado de las instituciones formales, ese ejercicio de navegar por la literatura hondureña, siendo esta un lago muy pequeño de barcos dispersos, islas solitarias y monstruos subacuáticos, puede ser realmente difícil. Reconozco mi conocimiento limitado de la literatura hondureña. Y como el reconocer la ignorancia es el primer paso para el conocimiento, decidí consultar a quienes, a mi criterio, más saben de literatura hondureña, para con sus luces construir una lista de los 30 libros que todo ciudadano o amante de este país debe leer.
Para hacer este artículo contacté a diez escritores y escritoras, editores y críticos hondureños, y les pregunté cuáles serían, a su juicio, los diez libros que recomiendan leer; y con sus respuestas armé esta lista que espero a usted también le sirva, como un breve mapa para navegar nuestras letras. Hay muchos títulos más que hubiera querido incluir, sobre todo de autores contemporáneos que en este preciso momento están revolucionando nuestras letras, pero esa será otra lista.
30 libros hondureños en orden alfabético:
Blanca Olmedo (1903) de Lucila Gamero (1873-1964); Ciudad de dragones (1980) de Pompello del Valle (1928-2018); Con mis versos saludo a las generaciones futuras (1988) de Clementina Suárez (1903-1991); Cuentos del amor y de la muerte (1929) de Froylán Turcios (1874-1943); De la patria del criollo a la patria compartida (2006) de Marcos Carías Zapata (1938-2018); El árbol de los pañuelos (1991) de Julio Escoto (1944); El cuento de la guerra (1973) de Eduardo Bahr (1940); El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot (2018) de Gustavo Campos (1984-2020); El Vampiro (1910) de Froylán Turcios (1874-1943); Fábulas (2003) de Luis Andrés Zúniga (1878-1965); Jonás. Fin del mundo o líneas en una botella (1976) de Edilberto Cardona Bulnes (1935-1991); La guerra mortal de los sentidos (2002) de Roberto Castillo (1950-2008); La memoria posible (1990) de Jose Luis Quesada (1948-2019); La memoria y sus consecuencias (1977) de Marcos Carías Zapata (1938-2018); Las cosas por su nombre (1978) de Rigoberto Paredes (1948-2015); Los brujos de Ilamatepeque (1958) de Ramón Amaya Amador (1916-1966); Los pobres (1969) de Roberto Sosa (1930-2011); Memorias (1934) de Froylán Turcios (1874-1943); Mi país (1971) de Óscar Acosta (1933-2014); Porque no espero nunca más volver (1973) de José Luis Quesada (1948-2019); Prisión Verde (1945) de Ramón Amaya Amador (1916-1966); Rey del Albor Madrugada (1993) de Julio Escoto (1944); Sombra del blanco día (1985) de Jose Luis Quesada (1948-2019); Tierra de pan llevar (1939) de Rafael Heliodoro Valle (1891-1959); Tierras, mares y cielos (1913) de Juan Ramón Molina (1876-1908); Trópico (1948) de Marcos Carías Reyes (1905-1949); Un mundo para todos dividido (1971) de Roberto Sosa (1930-2011); Una cierta nostalgia (2010) de María Eugenia Ramos (1959) y; Una función con móbiles y tentetiesos (1980) de Marcos Carías Zapata (1938-2018).