Por: Segisfredo Infante
En el curso de tres decenios, he observado varios documentales televisivos que informan (o desinforman) que con tal o cual hallazgo arqueológico o manuscrito, se va a “reescribir completamente la historia”. ¿A cuál historia se refieren los supuestos “reescribidores”? Creo que los informantes en su mayoría ignoran que la “Historia”, incluyendo los acontecimientos concretos de larga data, es una ciencia particular humanística, con su propio campo de investigación, su objeto delimitado de estudio y sus métodos y técnicas peculiares. Toda ciencia, cuando en verdad es una ciencia, exhibe sus campos, posibilidades y límites temporales.
Lo primero que conviene señalar es que se ha usado y abusado del concepto de historia, confundiéndolo con otros conceptos más o menos afines, como los de “evolución”, antropología cultural e incluso ideología. No sería nada extraño que alguien hablara o escribiera sobre “la historia y la dialéctica de las amebas”. O sobre “la historia de los dinosaurios, los chimpancés, el cometa Haley y otros meteoritos”. Los verdaderos historiadores, e inclusive los filósofos más serios, saben que la “Historia” es una creación social, económica y espiritual casi deliberada, a partir de los primeros hombres y mujeres civilizados, hace alrededor de diez mil años, mediante las revoluciones neolíticas. Antes de aquello lo que existía era la “evolución natural” y la llamada prehistoria. Por eso, pensadores clásicos del talante de Immanuel Kant, Guillermo Hegel, Karl Marx, Wilhelm Dilthey, Ortega y Gasset y Julián Marías, se refieren al “Hombre” como un “ser histórico”, es decir, como alguien que es creador de su propia historia.
Por supuesto que la historiografía científica es colega de ciencias próximas y disciplinas auxiliares como la arqueología, la diplomática, la epigrafía, la heráldica, la numismática, la geografía humana, las leyendas orales y las pruebas de carbono catorce y potasio-argón. Sobre todo la “Arqueología”, que a mi juicio es una ciencia gemela de la “Historia”, que le sirve de base o de auxilio en sus investigaciones. Como también la historiografía científica (especialmente la epigrafía) le sirve a los arqueólogos.
Aunque los historiadores, como la mayor parte de los científicos, incurran en errores de interpretación, por aquello de los límites documentales, los prejuicios y las imprecisiones que impone cada época histórica, y que en consecuencia devengan obligados a corregirlos, o a puntualizarlos de mejor manera en sus nuevas publicaciones, los hechos reales, queridos lectores, son los hechos duros, ambiguos o bonancibles (jamás unilaterales), aunque a veces nos desgarren el alma. No se puede ni se debe “reescribir la historia” con los “nuevos” datos sesgados que van apareciendo en el camino. Es decir, no se pueden ni se deben cambiar los hechos concretos del pasado. A menos que se trate de puras leyendas o de tiras cómicas. Lo único que se debe hacer es enriquecer la información de los hechos complejos con nuevos hallazgos, en caso que lo sean.
Un ejemplo que viene a mi memoria es el descubrimiento más o menos reciente de la civilización indígena y pacífica de “Caral”, al norte de Perú. Los arqueólogos sostienen dos cosas novedosas: La primera es que se trata de la civilización más antigua del continente americano. La segunda es que fue una sociedad pacífica sin ningún signo arqueológico de violencia humana. En lo personal me parecen fascinantes estos dos nuevos descubrimientos histórico-arqueológicos. Pero esto en nada cambia las existencias posteriores, y también antiguas, de otras civilizaciones prehispánicas, como la cultura olmeca en la región mesoamericana. Los olmecas quizás fueron los primeros pobladores del “Nuevo Mundo” que inventaron los números y las letras con significado, mucho antes que los mayas refinaran los glifos, los cálculos numéricos e inventaran el número “cero”, con anterioridad, o a la par, en términos temporales, que los “hindúes”. Tampoco se puede negar la tremenda violencia de los aztecas imperiales del centro-norte de México; ni de los caníbales “achises” de lo que posteriormente fue la provincia de Guatemala, que aterrorizaban a los lencas sedentarios de nuestro país. Mucho menos negar el canibalismo ocasional de los “tawhakas” del oriente de Honduras, demostrado documentalmente.
“Reescribir” la historia se convierte ya, en un verbo rancio e inapropiado. A veces me da la impresión que lo que pretenden decir los documentalistas es que van a “reinventar la historia”, acto con el cual pueden darse el lujo de tergiversar, exagerar, minimizar, escamotear y mentir deliberadamente sobre los hechos históricos acaecidos, hayan sido positivos, negativos, vergonzantes, contradictorios o edificantes. A los historiadores científicos, por el contrario, les gusta explicar las cosas buscando las raíces de los fenómenos. No se conforman con las ramas quebradizas de los árboles. Tenemos derecho a verificar, precisar y a enriquecer la “Historia”. Nunca a reinventarla.