HAY estudios y aproximaciones acerca de los submodelos económicos y financieros que se han ensayado en los últimos setenta años en varios países de América Latina y otros subcontinentes tercer y cuartomundistas, con aciertos y desaciertos. Por regla general, cuando se analizan las fallas desde la perspectiva del hemisferio norte, se les achacan todas las culpas a los dirigentes nativos y a la población de cada país. En muy contadas ocasiones hemos leído o escuchado autocríticas sinceras de aquellos técnicos y tecnócratas que vienen a estas ariscas regiones a ensayar sus teorías, por dos motivos que en una primera instancia podrían ser esclarecedores: Ellos ignoran las posibles inconsistencias tácticas y estratégicas de sus propios submodelos. Y por otro lado resulta mucho más fácil encontrar los chivos expiatorios en las naciones atrasadas.
No es de justificar las inoperancias y errores de los dirigentes nativos; pero las problemáticas complejas deben ser analizadas por dentro y por fuera, con sobriedad y de manera integral. Si las fallas se encuentran en la matriz conceptual venida del exterior, deben ser señaladas. O si los tropiezos son producidos deliberada o inconscientemente por los “líderes” internos, también deben ser identificados. Aunque podría darse el caso de una conjunción de ambos factores: los externos y los internos.
Nadie en sus cabales debería rechazar, por ejemplo, un proyecto desarrollista de largo alcance, mediante el cual se promueva el crecimiento económico real y el índice de desarrollo humano de una sociedad. En consecuencia, deben analizarse todos los factores exógenos y endógenos que entran en juego con el proyecto de que se trate. Uno de ellos, y quizás el más importante, es el factor cultural de una nación entera; o de cada subregión que la compone. Pero también deben incluirse en el análisis los niveles de comprensión teórica y práctica de los “expertos” que vienen desde afuera, en ligamen con las tradiciones de los pueblos con los cuales entran en contacto. Y asimismo la preparación, o perspicacia previa, al momento de valorar la capacidad física instalada y la mano de obra de cada aldea, barrio, colonia y municipio. O la ausencia de tales instalaciones (sean físicas o financieras) a fin de que tal proyecto sea viable.
Una de tales valoraciones, como si fuera una excepción de la regla, la realizó la “Universidad de Cornell” (Estados Unidos) en 1952, cuyo texto circuló en América Latina a partir de 1963, justamente en el momento histórico en se aplicaban políticas desarrollistas por todas partes. El texto exhibe el título sencillo, general y nada llamativo, de “Problemas humanos”. Pero quizás es la primera aproximación autocrítica, venida del exterior, en donde los autores señalan los errores que se cometen cuando se pretende, desde arriba, echar andar proyectos de gran envergadura en las regiones y subregiones atrasadas del mundo, tal vez con las mejores intenciones que cabría imaginar.
El primer defecto que identificaron los investigadores de “Cornell”, “Harvard” y otros centros de estudio, fue la falta de comprensión respecto de los valores religiosos y costumbres de cada localidad. El equipo de investigadores estadounidenses estuvo integrado por antropólogos, funcionarios de extensión agrícola, sociólogos y analistas en asuntos rurales principalmente. Los temas y las poblaciones de estudio que escogieron los antropólogos y agraristas fueron los siguientes: Los indios “papagos” de Arizona del Sur. Los cultivadores mestizos de maíz híbrido en Nuevo México. Los incentivos de trabajo para japoneses después de la Segunda Guerra Mundial. La introducción del abono verde en la India rural. Las hachas de acero que deberían utilizar los aborígenes australianos que aún vivían, en plena modernidad, en la “Edad de Piedra”. Casi todos los autores del estudio que aquí nos ocupa, coincidieron en que los “expertos” solían pasar por alto, o inclusive despreciar, los valores positivos tradicionales autónomos de cada pueblo, especialmente por prejuicios religiosos.