Por: Rodolfo Dumas Castillo
Honduras enfrenta una grave crisis de violencia que conmociona a toda la nación. Los actos de brutalidad y la inseguridad se han extendido por todo el país, destacando de manera impactante la masacre ocurrida en un centro de detención en Támara, donde varias personas fueron víctimas de una agresión despiadada y de la negligencia de un Estado que luce impotente frente a los embates de grupos criminales. A pesar de estas circunstancias desalentadoras, es vital recordar que la esperanza y la determinación pueden ser nuestras guías para superar esta situación.
No quisiéramos, en esta ocasión, enfocarnos en aspectos técnicos del combate a la criminalidad o de la seguridad ciudadana; sabemos que requieren espacios mucho más amplios. Entendemos que se deben intensificar los esfuerzos en prevención, abordando las causas profundas de la violencia y brindando oportunidades a aquellos que se sienten desamparados; que la educación es transcendental, sobre todo para fomentar valores esenciales como la empatía, el respeto, la solidaridad y la resolución pacífica de conflictos, proporcionándole a la juventud herramientas para resistir la violencia y convertirse en agentes de cambio positivo en nuestra sociedad.
Sin embargo, debemos reconocer que también existe y se percibe una violencia generalizada en nuestras interacciones diarias. Camino al trabajo enfrentamos conductores agresivos, temerarios e irrespetuosos; al llegar saludamos, sin respuesta, a personas hipnotizadas por sus aparatos móviles. Aún antes de eso, ya en diferentes plataformas digitales y medios de comunicación, hemos recibido nuestra primera dosis de contrariedad, con noticias sobre la violencia sin sentido que mortifica al país, así como programas repletos de antagonismo. Todo esto, sumado a las adversidades diarias, contribuye a que muchas personas anden “de toque” y ante cualquier conflicto reaccionen con violencia, como ocurre con las múltiples agresiones involucrando a guardias de seguridad.
Nuestras autoridades (obsesionadas con el pasado, pero sin respuestas al presente) no contribuyen a este entorno pues muchos funcionarios exhiben una inclinación impulsiva por descalificar o estigmatizar a cualquiera que discrepe de la línea oficial. Se olvidaron las promesas de reconciliación o de “instituir una Honduras solidaria, incluyente y libre de violencia”. Similarmente, la oposición, que en el reciente pasado causó tanto daño al país, ahora parece que solo puede maniobrar mediante la diatriba y los discursos vejatorios. Sobre esto escribimos hace algún tiempo (“Recuperando el diálogo”), observando, desde entonces, como estábamos perdiendo la capacidad de mantener diálogos civilizados y debates respetuosos, cayendo en la trampa de la polarización y los ataques personales.
Por supuesto que esto no depende solo de nuestros políticos, también los líderes de opinión, empresarios e instituciones educativas de todo nivel deben aportar a un diálogo constructivo. En lugar de inclinarnos por la confrontación, debemos fomentar la búsqueda de puntos de encuentro, es decir, construir puentes en lugar de levantar obstáculos. Los medios de comunicación juegan un papel crucial, manteniendo estrictos criterios éticos, sin que ello les impida denunciar abusos, corrupción o cualquier otro tema que sea de interés general y que permita informar adecuadamente a sus audiencias.
La unidad nacional no implica que debamos estar de acuerdo en todo, sino que, a pesar de nuestras diferencias, podemos colaborar para construir una sociedad próspera para todos. Debemos ser capaces de escuchar y comprender perspectivas diferentes, reconociendo que la diversidad de opiniones nos enriquece y nos ayuda a encontrar soluciones más sólidas; respetando la libertad de expresión y el derecho a disentir que son pilares fundamentales en una sociedad democrática, especialmente cuando se garantiza un entorno en el que las personas puedan expresarse sin temor a represalias, discriminación o riesgo a su integridad personal o familiar.
Es comprensible que la violencia genere miedo o desesperanza, pero debemos resistir la tentación de rendirnos ante estos sentimientos y recordar que somos seres humanos capaces de bondad y compasión. El reconocido poeta estadounidense Robert Hayden expresó con gran claridad: “No debemos asustarnos ni dejarnos engañar para aceptar el mal como liberación del mal. Debemos seguir luchando por ser humanos, aunque monstruos de abstracción nos vigilen y nos amenacen”. Estas palabras resuenan profundamente en estos momentos de ansiedad, recordándonos la importancia de mantenernos fieles a nuestra humanidad y resistir la tentación de caer en un ciclo incesante de odio y venganza, comprendiendo que la violencia solo engendra más violencia y que nunca, jamás, por ningún motivo, será una solución.
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