LA pregunta apropiada no sería ¿quién va ganando?, sino ¿quiénes, con apoyos irrisorios, pasan al repechaje? Casi la mitad de los habilitados en el censo electoral –entre indignados, desconsolados, fatigados de lo mismo– no acudieron a votar. Apenas un 54% de los 9,3 millones de guatemaltecos inscritos se presentaron a sufragar. Y de los que fueron el porcentaje de votos nulos, 17,39% encabeza los resultados, por encima de lo que saca cualquiera de los 20 aspirantes que compitieron. Incluso superior a lo obtenido por cualquiera de los dos felices ganadores en la primera vuelta. Así que, a la pregunta, ¿quién va ganando?, la respuesta sería la abstención. El enojo, la frustración, de los que prefirieron quedarse en sus casas, desanimados ya que nada cambia. Pasa uno y otro período administrativo, suena la trompeta comicial, una y otra vez, para acudir al ritual eleccionario, y la vida de los convocados a elegir, no es que siga igual, sino de mal en peor. A lo anterior sumen a los menos apáticos –revueltos entre los votos nulos– de los que acudieron a las urnas, hicieron la cola reglamentaria, pacientemente esperaron su turno, y sí votaron, pero no a favor de nadie sino en contra de todo.
Lo que ya es de público conocimiento. Sandra Torres, la exprimera dama, y el “tío Bernie”, pasan a la segunda vuelta. (Al diputado anticorrupción Bernardo Arévalo de León, hijo del expresidente Juan José Arévalo Bermejo, dice que no le molesta el apodo, alusivo al senador izquierdista norteamericano, Bernie Sanders. Los sondeos –¿qué será que estas consultas demoscópicas, en todos lados, no pegan una?– lo daban de menos, ubicándolo en un séptimo u octavo lugar. Pero dio la sorpresa. Arrasó en las áreas urbanas y llegó al ballotage. Vuelen ojo al voto de las grandes ciudades. Ese ya no es como el rural, susceptible a lealtades de partidos, a la militancia tradicional, el denominado voto duro, sino influenciado por otros criterios. Y con esta adicción a los chunches tecnológicos, influye todo lo que se transmite, sea cierto o falso o embuste, por esa vía). La candidata de la Unidad Nacional de la Esperanza, UNE, es la cuarta vez que lo intenta. La primera, figuraba en las encuestas en la segunda posición contra el general “mano dura”, pero fue inhabilitada por el Tribunal Constitucional, por su parentesco con el presidente Álvaro Colom. Pese al divorcio matrimonial, intentando eludir la prohibición, los magistrados la dejaron fuera. Fue postulada por su partido en las elecciones siguientes. Esas las ganó Jimmy Morales, el comediante presentador de un programa de la televisión, sin mayor figuración política. Después que las antorchas botaron al general “mano dura”, los votantes, hastiados de la corrupción política querían probar un “outsider”.
Ni corto ni perezoso, hizo campaña bajo la consigna: “Yo no soy ladrón”. A mitad de gestión le cayó encima la CICIG. Ya de salida tomó varias decisiones controversiales, para congraciarse con Washington, como coraza, y mandó al ente internacional y a su temido jefe, a echar pulgas a otro lado. El día que caducaba su inmunidad, salió disparado de los actos oficiales de traspaso de gobierno, a refugiarse al PARLACEN. Otra vez la coordinadora de UNE dispuso postularse. Ganó la primera vuelta, pero le fue mal en la segunda cuando el abanico de partidos que quedaron fuera de la carrera, urgieron a sus militantes no votar por la señora. Así sucedió que la victoria de Giammattei fue más un voto en contra de ella que a favor suyo. Llega el actual jefe de Estado al fin de su mandato con un 67% de desaprobación. Sin duda que esa fue una pesada turunca para el candidato del partido oficialista ya que quedó desplazado a un distante tercer lugar. Así que otra vez la exprimera dama sale con el número premiado. Y la ansiedad suya –como del bando contrario– ¿si esto será una repetición de lo anterior? (¿Ya supiste –entra el Sisimite– que el salvadoreño va por la reelección? -Pues, repetición –interviene Winston– de lo que ha sucedido en otras partes que, quien tiene el poder, no quiere soltarlo. Y no hay Constitución que se lo impida, si tiene ejército y opinión pública favorable. -La gente, disimula lo autoritario, si aparte del populismo le acredita haber lidiado exitosamente con el mayor problema que los afligía, de violencia e inseguridad. -Se deshizo de la oposición, e impuso –irrumpe el Sisimite– un régimen de excepción y, pueden vociferar cuanto gusten los derechos humanos, tiene unos 70 mil presos, la mayoría integrantes de las pandillas).