DE modo análogo y nostálgico en que hace cincuenta años atrás a los estudiantes de primaria y secundaria se les enseñaba en los cursos de moral y cívica las normas de comportamiento urbano y el respeto a los símbolos patrios, hace poco tiempo comenzó a circular, en forma rudimentaria, como hoja volante, un “Decálogo para el cuidado de los bosques”, que se supone está dirigido a las nuevas generaciones.
Retrotrayéndonos a los inicios del siglo veinte, desde España se extendió la práctica de realizar excursiones a los bosques con los jóvenes estudiantes, iniciativa que fue recibida con beneplácito en América Latina, comenzando por Honduras y Guatemala, en donde los mejores pedagogos lideraban las excursiones, especialmente en las escuelas normales y los institutos centrales. En Guatemala un presidente reformista, de la primera mitad del siglo veinte, estuvo directamente influido por un prestigioso pedagogo hondureño, quien al asumir la presidencia de aquel país hermano, declaró en uno de sus libros que él había gobernado en Guatemala con las ideas de un maestro procedente de Honduras y otro de Argentina. Un verdadero espaldarazo para nuestro país.
La práctica del pedagogo hondureño aludido (abuelo de un mercadólogo actual) consistía en la combinación de una severa disciplina en el aula, conocimientos más o menos universales, excursiones a la campiña guatemalteca y libertad concedida a los líderes estudiantiles normalistas al momento de redactar y publicar sus primeros ensayos reflexivos. Tal fue la experiencia inicial imborrable de aquel joven estudiante que llegó a convertirse en uno de los mejores presidentes de Guatemala. Nosotros los hondureños, en cambio, pareciera que hemos olvidado, a la velocidad del sonido, a los grandes pedagogos catrachos y extranjeros que esparcieron luces en Tegucigalpa, en Juticalpa, en Dalí, en San Pedro Sula, en Santa Bárbara y en varios otros pueblos del interior de Honduras.
Como es inexplicable que los profesores y los estudiantes hayan perdido la sana costumbre de visitar los campos hondureños y escribir ensayos al respecto, tal vez por causa de los feos y trágicos accidentes automovilísticos, transcribimos el “Decálogo para el cuidado de los bosques: 1.- Respetar el entorno y mantenerlo limpio, sin dejar huella de nuestra presencia y sin residuos de ningún tipo. 2.- No ensuciar ni contaminar los arroyos, ríos, estanques y las aguas en general que pudieran existir. 3.- No tirar colillas encendidas ni en el interior ni en los alrededores del monte. 4.- Respetar la flora y fauna existente. 5.- No explotar de forma irresponsable los recursos que el bosque nos ofrece, para poder conservarlos de forma sostenible. 6.- No introducir nuevas especies animales o vegetales que pudieran alterar el ciclo biológico del ecosistema. 7.- Colaborar en las acciones de limpieza, ya sea de basuras depositadas en el bosque o de ramas secas y follaje para evitar incendios. 8.- Colaborar en las labores de reforestación en caso de ser necesarias para evitar el retroceso del bosque. 9.- Fomentar el uso público responsable, no realizando acampadas, barbacoas ni fogatas, en los lugares en que no está permitido. 10.- Evitar circular con vehículos motorizados o que hagan mucho ruido ya que alteraría la tranquilidad del monte y de sus habitantes.”
Una lectura detenida podría dar la impresión que el numeral nueve contradice al numeral uno, y que hay errores de redacción. Sin embargo, este “Decálogo”, ya mejorado, o más equilibrado, y legalmente aprobado, debiera circular sin restricciones en las aulas de todo el país, en los niveles primarios, secundarios y universitarios, y a lo interno de las autoridades municipales, que son las que interponen demasiadas trabas “ambientales” al momento de fundar pequeñas empresas creadoras de economías y empleos, pero que al mismo tiempo dejan los diversos bosques en estado de abandono, sobre todo en el momento en que los pirómanos de siempre les meten fuego con los más extraños propósitos, tal como ocurrió durante la primavera y el verano del presente año. En este punto la cultura académica y ciudadana se vuelve indispensable.