SE trata, en el fondo, de uno de los términos más utilizados en el devenir histórico, sobre todo en el curso de los últimos tres siglos. Es más, en décadas recientes se han creado nuevos indicadores con el fin de medir, con más propiedad, los niveles reales de salud, educación, vivienda, alimentación y seguridad de la ciudadanía. Por fin se comprendió que el ingreso per cápita de un país era un indicador importante pero demasiado abstracto, o insuficiente, en tanto que dejaba por fuera a importantes segmentos de la población concreta dentro de un mismo país.
Pero a lo que deseamos referirnos ahora es a tres percepciones diferenciadas sobre la pobreza. En primer lugar, existe y persiste el fenómeno de la pobreza material que tiene que ver con los hambrientos, los niños en situación de calle, los ancianos abandonados, los leprosos, los cancerosos, los infectados de otras enfermedades innombrables, los marginados, los moribundos, los cojos, los sordos, los ciegos, los desempleados sin esperanza, los prisioneros desprotegidos, los migrantes, los condenados a muerte y los arrinconados en hospitales públicos, mal atendidos y sin acceso a medicamentos.
La segunda percepción del fenómeno, tal vez igual o peor que la anterior, es la que se desprende de la pobreza espiritual que se registra tanto en los países desarrollados como en los atrasados y de “desarrollo medio”. En esta zona sinuosa y confortable es en donde se esconden, como si fueran tortugas insensibles, o saltan como conejos de orejas largas, los abanderados de los triunfalismos de cualquier especie, en cualquier parte del globo terráqueo. Aquí se conjugan la arrogancia, la indiferencia y la ausencia de un auténtico humanismo, por causa de individuos más o menos poderosos, pero incapacitados al momento de auxiliar a los demás. En torno de esto una dama caritativa expresó en Noruega que el peor de los daños que se les infiere a los seres humanos necesitados, es aquel “olvido” intencional (unas veces personal y otras veces institucionalizado) mediante el cual los jerarcas someten a los ciudadanos más humildes, e incluso a sus propios amigos, a la marginalidad o la desgracia, exhibiendo la insensibilidad aludida en el posible contacto, o ausencia del mismo, al momento de fingir pequeñas demostraciones de supuesto amor al prójimo. Esta pobreza espiritual desemboca en una circunstancia muy dolorosa y difícil. Más difícil, quizás, que la pobreza material. Hay muchos sufrimientos, muchos odios y muchas miserias, advertía la dama religiosa, en Noruega, en su discurso pacifista en el año 1979.
El tercer rasgo de escasez que deseamos esbozar, es aquel que se conecta con otra clase de pobreza espiritual, es decir, la miseria de las ideas incubadas en las entrañas de las mismas sociedades, especialmente subdesarrolladas, en cuyos caminos y encrucijadas se atraviesan las desidias, los complejos de inferioridad y las incompetencias culturales en distintas fases y facetas. Hay segmentos de la población que parecieran felices con aquello de patinar permanentemente en el círculo vicioso de la pobreza. Nunca les ha gustado trabajar. O abandonan los trabajos dejándolos a medio palo, rechazando todo tipo de disciplina; o destruyendo las pocas infraestructuras físicas que subsisten en los países atrasados, como los baños públicos y las señales en las carreteras. Encima de eso se burlan de las pocas personas que realmente leen libros, revistas y periódicos; o que los publican con grandes limitaciones, obstáculos y sacrificios. Parte de esta miseria espiritual (que nada tiene que ver con el discurso de las bienaventuranzas del Rabino de Galilea) es el egoísmo y la mezquindad que se practica con los propios paisanos que desean superarse. O que ya poseen competencias en diversas áreas de la sociedad. Las tres percepciones de pobreza señaladas en este espacio, producen desolación y sentimiento de impotencia en las almas racionales y sensitivas de las personas de buena voluntad. Pero, por tratarse de fenómenos humanos, sabemos que esto se puede cambiar, humanística y positivamente, en ciento ochenta grados.