HOY tengo una pregunta –escribe la amiga diputada– ¿a quién heredó la ocurrencia? No sé dónde sale tanta agua bendita para tanto diablo. Se refiere a lo que dice Winston en la conversación de cierre: (Como diría el invisible. ¿Y de qué se asustan acá –repite el Sisimite– con una fiscalía en funciones y varios entes colegiados motos, si allá en España llevan meses de transición con gobierno en funciones? -Ay no –interviene Winston– qué comparaciones las tuyas. ¿Y te das cuenta –interrumpe el Sisimite– de todo lo que pide cada uno de esos tuquitos minoritarios –gracias a la dispersión de la sociedad en que acabó la pluralidad de los españoles– a cambio de sus votos para que haya presidente formal? -Por lo que he leído –responde Winston– son muy gorrones. Piden desde perdón a los delitos hasta presupuestos, y ni hablar del montón de sillas ministeriales del gobierno integrado que, si se descuidan, se lo atoran completito ellos solitos. Si bien pedir no cuesta nada, la ironía es que terminan dándoselo. -O sea –irrumpe el Sisimite– que ¿mientras aquí es cosa de renegar por las negociaciones políticas –qué feo, dicen, eso que hacen– allá ofician misas concelebradas? -A saber –solloza Winston– de dónde sale agua bendita para tanto diablo; y no es una hostia por confesado la que mastican sino banquete de hostias a la nube de pedigüeños).
La abogada mamá de la nenita chispita: “Me dan la razón, ese montón de partiditos es peor que los 2 de siempre; el diálogo entre dos es más rápido, ya entre 3 el asunto es complejo, no digamos el montón que se tienen por allá…”. “Ya mi nena sabe escribir esa palabra, pedigüeños… Jajaja”. El amigo notario: “Por las vísperas se conocen las pascuas”. Un fundador del colectivo: “¿El Sisimite se va aparecer en ese fiestón de la capital?”. “Por otro lado, sobre su magnífica pieza de este día, ¿qué opinarán los invitados de piedra en el gran teatro de la historia de nuestro país sobre las negociaciones políticas en la madre patria?”. Lo anterior alude al cierre de otro editorial: (-Más o menos –asiente el Sisimite– lo mismo que dijo el académico del colectivo: “Si esta vez no se dan por aludidos los tomadores de decisiones (dirigentes políticos, empresarios, académicos, formadores de opinión, etc.) alguien debería decirles que serán candidatos idóneos para ser invitados de piedra en el gran teatro de nuestra historia”. -Imaginate –solloza Winston– la regresión de los zombis a la edad de piedra, y estos otros, efigies de piedra del gran teatro de la historia). Una periodista de este rotativo, sobre el tema, remite el artículo de un columnista español, del que sacamos retazos: “El Rey está en silencio, pero más activo que nunca. Quien crea que el Rey se siente cohibido y acobardado, no conoce ni al Rey ni al ejemplar sentido del cumplimiento de sus deberes”.
Por La Zarzuela –prosigue– han pasado presidentes y magistrados del Tribunal Constitucional, magistrados del Tribunal Supremo, catedráticos. Destacados representantes de la Judicatura, abogados y políticos de anteriores gobiernos”. “El obligado silencio del Rey está apoyado por una documentación poderosa, que proviene del Poder Judicial y Legislativo de todas las sensibilidades ideológicas”. “E intuyo que sus constantes consultas han ratificado su opinión personal”. “El Rey es el garante máximo del cumplimiento de la Constitución Española, y el Rey va a seguir siéndolo”. “El Rey no va a firmar nada que atente contra la unidad, la libertad y la democracia en España”. “Y sin su firma”, da a entender, nada ocurre. (Te paso de choto –entra el Sisimite– el mensaje de otro fundador del colectivo: “Gorrones pero legales, la Constitución lo permite”. “La culpa la tiene el Rey, por no haber convocado a una manifestación de 20,000 personas el día de la votación, ni haber mandado sus colectivos motociclistas; pudieron encerrar en una oficina a todos los opositores y arreglado con los suplentes para obtener los votos para los síes…”. -Y vos que te quejás de mis ironías –interrumpe Winston– cuando ante cualquier dificultad, el buen humor diluye lo grosero de la cruda realidad, y endulza hasta lo más amargo).