TEGUCIGALPA acaba de despedirse de la conmemoración de su hipotética fecha fundacional, aun cuando los historiadores acuciosos saben que esta villa colonial nunca fue fundada en una fecha precisa. La poca información que aparece sobre sus orígenes mineros concretos, se encuentra en una primera carta de los vecinos de Comayagua dirigida a las autoridades españolas peninsulares de aquella época. Y en una segunda carta, pocos años después, en que los dirigentes de Comayagua se oponen a la creación de la Alcaldía Mayor de Tegucigalpa, por el tema de la dualidad de poderes y la confusión administrativa que tal decisión generaría, según ellos, en el alma de los vecinos españoles y de los indios. Sin embargo, la “Cédula Real” de la creación de la Alcaldía Mayor de Tegucigalpa, con un poblamiento minero que ya existía, sí posee una fecha de emisión, tanto en los archivos de Guatemala como en los de España.
Por otro lado, desde el primero de octubre de cada año, dan comienzo una serie de festividades agrupadas en una sola temporada, por determinación de las autoridades civiles anteriores. Se le suele llamar “Semana Morazánica”, en tanto que además de conmemorar el nacimiento del héroe centroamericano Francisco Morazán (o “Día del Soldado”), se anexan las fechas de la “Hispanidad”, de la “Autonomía Universitaria”, de “Las Fuerzas Armadas de Honduras” y otras fiestas concomitantes más específicas.
De hecho, más que todo, se trata de una semana turística, la cual por principio de cuentas sería correcta, si fuera con el fin de promover el circulante monetario nacional en la costa norte y en puntos claves del interior del país. Habría que contabilizar la afluencia de turistas extranjeros, que son los que traen y dejan divisas que tal vez podrían agrandar las reservas monetarias internacionales de Honduras.
Junto a lo anterior, por analogía, podríamos sugerir que la “Semana Santa” se parece con la “Semana Morazánica”, o viceversa, por lo menos en un sentido. No se trata, en el primer caso, de reflexionar sobre la profundidad del discurso humanitario y la pasión dolorosa del Rabino de Nazaret. Ni tampoco sobre los lazos comunes republicanos e ilustrados de los tiempos de José Cecilio del Valle, Francisco Morazán y sus acompañantes. Ni mucho menos de los ligámenes de la hispanidad intercontinental que alrededor de quinientos millones de personas compartimos. Se trata solamente de hacer vida playera, a veces con los peores ritmos musicales del mundo.
Casi simultáneamente se recrudece la tragedia de los accidentes viales que bien podrían evitarse. También el raterismo y los ahogamientos en los ríos y los mares. Sobre todo si se dejan venir los aguaceros y las inundaciones de otoño. Hay como un descuido generalizado en relación con la supervivencia del prójimo. En los bacanales nadie se preocupa por cuidar a nadie; ni siquiera por cuidar sus propios pellejos. Por supuesto que también se registran verdaderos accidentes inevitables, como en cualquier época del año y en cualquier ciudad y carretera.
Aquellos que se quedan en sus casas y en sus pueblos, están en condición de descansar y reflexionar con buenos libros, o documentos, en las manos. Son raras las personas que realmente han estudiado el proceso de configuración de la república centroamericana que comenzó en 1823, con el “Decreto de Independencia Absoluta”; la elaboración y aprobación, en 1824, de la primera “Constitución Federal”, y las elecciones presidenciales de 1825, que claramente las ganó José Cecilio del Valle; pero que le fueron arrebatadas por manos siniestras. Sin olvidar la subsecuente defensa del modelo federal unionista de Francisco Morazán Quesada.