QUE preciosos editoriales –mensaje de una abogada amiga– ha escrito en las últimas semanas. “Leo lo que cuenta del comportamiento de Winston y me parece verlo correr, parar sus orejas y alborotarse, sin duda, es todo un personaje, ¡me encanta!”. “Por cierto, no he leído nunca a William Ernest Henley, pero su corto relato y la frase última de su poema, me motiva a buscar alguna lectura de él; gracias por educarme”. Se refiere a la conversación de cierre: (Siento –entra el Sisimite– que todo este alboroto con vos es por todos los lectores del colectivo que adoran a sus mascotas. ¿Y sabés, de dónde sacó la nieta esa frase con que te describe? -Por supuesto –responde Winston– son versos de Invictus, del poeta inglés William Ernest Henley. La última estrofa lee: “Ya no importa cuán estrecho haya sido el camino,/ ni cuantos castigos lleve mi espalda,/ Soy el amo de mi destino,/ Soy el capitán de mi alma”. -Yo lo conocí –interrumpe el Sisimite– fue afectado por tuberculosis a los huesos a la edad de 12 años, y cuando la enfermedad le alcanzó un pie los médicos le aconsejaron amputación debajo de la rodilla para salvar la vida. Ingresó a Oxford y ese poema lo escribió desde su cama de hospital. -Has de saber entonces –interviene Winston– que fueron los versos atesorados por Nelson Mandela que recitaba en silencio durante los días más sombríos de sus 27 años de cautiverio, para encontrar valor, guía y consuelo espiritual”).
El texto completo del poema INVICTUS: “Más allá de la noche que me cubre,/ negra como el abismo insondable,/ doy gracias al dios que fuere/ por mi alma inconquistable./ En las garras de las circunstancias/ no he gemido ni llorado./ Sometido a los golpes del destino/ mi cabeza sangra, pero no se ha inclinado./ Más allá de este lugar de ira y lágrimas/ donde yace el horror de la sombra,/ la amenaza de los años/ me halla, y me hallará sin temor./ No importa cuán estrecho sea el camino,/ ni cuán cargada de castigos la sentencia,/ soy el amo de mi destino,/soy el capitán de mi alma”. Un fundador del colectivo con un conceptuoso mensaje: “Siempre estos editoriales nos regresan a los libros que leímos y amamos”. “William Ernest Henley, con sus poemas cortos, nos inspiraron a ser perseverantes”. “Hijo del dueño de una librería –esforzado por mantener a su familia a flote– nació y creció entre libros; algo bueno debía de salir”. “No muchos en Honduras tendrán esta fortuna, dada la escasa oferta de libros, menos ahora que los compran en línea, los pocos que leen”. “Es como el caso del editorialista, nació entre la literatura y los editoriales de su padre; más allá de sus grandes éxitos políticos –ocupó el más alto y honroso cargo que el país puede dar a un ciudadano– su maestría la tiene en sus editoriales diarios”.
(Te aporto otros datos –interviene el Sisimite– ese poema Invictus fue citado por tu tocayo Churchill, el Winston original, en su discurso en la Cámara de los Comunes durante los tormentosos apuros cuando la Gran Bretaña luchaba sola contra el terror del nacismo en la segunda guerra mundial. -Y dando y dando, al estilo de las negociaciones políticas –replica Winston– una gota del saber para vos. Lo virtuoso de Mandela fue que al salir de su calvario en prisión –donde, confinado a una hacinada bartolina, en silencio recitaba Invictus en los amargos días de cautiverio, para encontrar valor, guía y consuelo espiritual– llega a la presidencia despojado de todo resentimiento que pudo haberle causado semejante tortura. No solo a acabar con el Apartheid, sino a reconciliar la nación entre la mayoría negra y la minoría blanca, incluyendo a los que detentaron el poder durante la infame subyugación. Si sabía –responde el sisimite-vi la película Invictus de Clint Eastwood, basada en un libro del periodista inglés John Carlin– protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon. Narra como Mandela utiliza el deporte practicado por los blancos, asociado por la población negra con el Apartheid, para incitar el orgullo nacional, apoyando la selección sudafricana de Rugby, el año en que su país fue anfitrión del Mundial. –Y vos –interrumpe Winston– ¿cómo viste esa película si en esas cumbres borrascosas donde vivís no hay señal? -Así como vos subís hasta acá –responde el Sisimite– a platicar conmigo, para ir a chismosear lo que conversamos y meterlo a los editoriales, yo bajo a los pueblos. Y sin que nadie sepa que ando vagando, en el momento menos pensado me asomo a los cines, en lo oscuro del espectáculo, a ver la función. -Y aquí –suspira Winston– ¿cuándo habrá reconciliación?).